Tuesday, November 24, 2009

DE LAS FLAUTAS CHIMILA AL CARRIZO ATANQUERO (1994)

Por Simón Martínez Ubarnez


ARQUEOLOGÍA MUSICAL DE LA REGIÓN CARIBE

La región del Caribe colombiano comprendida entre el Sinú, la Depresión Momposina, El Bajo Magdalena y la Sierra Nevada de Santa Marta, ocupada en diferentes momentos y con variadas tendencias culturales, es escenario portador de un impresionante acervo cultural, tanto en el pasado como en el presente.

Las culturas que en el pasado ocuparon la región, surgieron en diferentes épocas y por motivos diferentes, pero dejaron los instrumentos musicales más preciosos, especialmente flautas, pitos y ocarinas, cuyas características y variedades, no se encuentran en ninguna otra parte de Colombia (Escobar, 1987); es más, en lo que se refiere a algunas flautas y ocarinas, no se encuentran con sus características en ninguna otra parte de América. En todo caso, se considera que existen algunas influencias latinoamericanas, especialmente de Costa Rica, en la cultura Tairona, particularmente en pitos y ocarinas, más no en las flautas.

Lo anterior significa, que tanto por la belleza de estos instrumentos, como por la calidad de su construcción, pero sobre todo por la perfección de sus sonidos, ésta región debería ser considerada desde el punto de vista musical, como una de las más importantes del continente.

Aunque son pocos los estudios que se han hecho hasta el presente, sobre el particular, esto no inhibe el que se puedan catalogar y ubicar en su verdadera posición y dimensión cultural.


EL DESARROLLO MUSICAL DE LA NACIÓN CHIMILA

En la parte baja del Río Cesar, conocido por los chimilas como el Pompatao o padre de los ríos, que después de nacer en la Nevada, se aleja del mar para irse en dirección sur a morir en el Cariguaño, Cariguaná o Magdalena, formando antes la laguna más grande del país o sea la Ciénaga de Zapatoza, donde estuvo ubicado Tamalameque, tierra del señorío del Cacique del mismo nombre, quien fue víctima de la barbarie de Ambrosio Alfinger en 1531.

La ciénega de Zapatoza, con sus innumerables islotes y ciénagas aledañas, no solo constituye el sistema lacustre más grande del país, sino que en ellos albergó una de las parcialidades más representativas dela nación Chimila, los Pocabuy o Pacabuy, vecinos cercanos de los Malebú o Malibú.

Malebú y PIcabuy, son descendientes tardíos de quienes en lo que hoy es territorio colombiano, elaboraron las más bellas y sonoras flautas de pico que se conozcan en nuestro pasado prehispánico. Eran estas parcialidades chimilas poseedoras de los únicos instrumentos musicales con sonidos bellamente definidos y cuya sonoridad no es igualada por ningún otro, incluyendo la mayoría de los instrumentos precolombinos de todas las épocas y regiones. (A. Escobar, 1987), el hallazgo de estas flautas en algunos yacimientos arqueológicos de la región y su estudio organológico y musical, permiten suponer que estos grupos indígenas habían logrado ya un gran desarrollo musical.

Las flautas encontradas, están elaboradas en cerámica y extrañamente tenían las mismas características, como el tamaño y la forma, estaban hechas del mismo material, toas el mismo color, los mismos cuatro huecos centrados a la misma distancia, con lo cual se permitía una identidad en los sonidos emitidos y además todos tenían la misma representación de una babilla o caimán, que era abundante en esta región, cuya figura adornada el final de todas estas flautas de forma crónica, abombada en el centro, la figura tal vez significaba la relación de estos hombres con este animal o sus creencias míticas en él, o posiblemente una relación totémica.

Eran instrumentos de sonidos mucho más dulces que los instrumentos de madera o plástico que se fabrican hoy, con todas las especificaciones técnicas del caso. Su melodiosidad, es producto tal vez de la forma cónica o del manejo de la columna de aire en la cavidad interior del instrumento. Varias de las flautas encontradas emiten claramente la escala diatónica, según los huecos tapados o destapados y el manejo de la columna de aire en su interior, su longitud es cercana a los 25 centímetros de largo por 5 de diámetro en la parte más ancha.

Las arqueólogas Ana María Flacheti y Clemencia Plazas, estudiosas de esta subregión arqueológica, las sitúan según las pruebas que les fueron practicadas, en el siglo XIII, época en la cual Europa no tenía un dominio pleno de la escala diatónica, por tanto no se les conoce antecedente alguno, como instrumentos avanzados.

Estas flautas de los chimilas, constituyen junto con los carrizos macho y hembra de la Sierra Nevada de Santa Marta, los instrumentos musicales más importantes de la Colombia Prehispánica, por su capacidad, extensión, armoniosidad y versatilidad.


LA GAITA Y EL CHICOTE: SUPERVIVENCIAS MUSICALES EN LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA

Los contactos interétnicos entre los indígenas serranos y los del valle, en la Provincia de Santa Marta, son un hecho histórico que hoy no tiene ninguna resistencia para ser aceptado, sobre todo cuando se han podido identificar comportamientos y supervivencias culturales, especialmente Chimilas en la Sierra y cuando se conoce de las alianzas de guerra que hicieron en le pasado para defenderse del hostigamiento español.

Estos contactos, repito, se dieron con particulares características entre Chimila, arhuacos, kankuamo y Wiwa, de los cuales es posible inferir algunas conclusiones interesantes en el campo cultural y muy particularmente en el campo musical.

Entre las mencionadas conclusiones podemos mencionar las siguientes:

el actual carriso atanquero y serrano, por su estructura organológica y musical, puede tener influencia chimila, que se pudo dar en desarrollo de los contactos interétnicos entre estos grupos. La anterior hipótesis se sustenta en que los estudios arqueológicos realizados, no señalan mayores avances en los pueblos de la sierra Nevada de Santa Marta.

Las flautas chimilas tenían cuatro huecos y daban la escala diatónica, los carrisos atanqueros y serranos tienen cinco huecos y dan la escala diatónica, siendo interpretados ambos sostenidos con las dos manos. Además en ambos instrumentos se consigue una extensión de dos octavas, dependiendo del número de huecos tapados o destapados y de la columna de aire impresa en el interior del instrumento. Similitudes esta que también nos permiten hablar de una influencia.

En lo que fue territorio Chimila, se conserva hoy un carriso –así, con ese nombre-, de cuatro huecos, con las mismas características del carriso serrano, pero este con cuatro huecos, lo que nos da pie para afirmar que este tipo de flautas evolucionó en su territorio de origen hacia el carriso de caña y de aquí subió a la Sierra. A este último juicio hipotético, tenemos que agregar que en el territorio Chimila solo se utiliza el carriso hembra, a la usanza de las flautas chimilas, más no la hembra; por lo que inferimos, que la hembra es producto aculturado de grupos Chimilas, que con el tiempo las fueron adaptando, hasta diferenciar la parte melódica de la armonía en las dos formas que hoy conocemos como hembra y macho en las Sabanas de Bolívar y Sucre y en el Urabá, lo mismo que en la Sierra Nevada.

De tal modo que nuestra conclusión general es que las flautas serranas, conocidas como carrisos, y posiblemente las sabaneras, tengan un origen influenciado por los Chimilas. Afirmación que se sostiene no solo en los estudios organológicos, sino también en la cercanía geográfica de los territorios en donde estos instrumentos siguen con vigencia cultural.

Sin embargo, esta afirmación, como cualquier otra que se haga en el campo de la folclorología regional, está supeditada a corroboraciones que se adelanten, ya que en este como en otros campos de las ciencias sociales, la última palabra no se ha dicho.