Tuesday, November 24, 2009

EL BOZAL DEL TRUENO (1994)

PEDRO ERA EL REY DE TAMBOR

Por Alfonso Hamburguer



Al tiempo de comenzar el toque, Pedro Alcázar tomaba un trago grande de ron, se echaba un poco en las manos y se las restregaba con sabrosura. Entonces lanzaba aquella grase animosa que le dio el nombre a su conjunto y que se esparció por todos los festivales de gaitas: “Me voy con el gusto”.

El tambor de Pedro Alcázar no llevaba nada de metal, todo provenía del monte; tampoco era como el de los indios, por ello sonaba diferente a todos, hasta que llegaron a pensar que era algo así como un toque celestial el que acariciaban sus manos briosas; otros decían que tenía un “empauto” con el Diablo.

Su secreto parece develarse ahora después de su partida. Iba amarrado con catabre y cáñamo de majagua colorá. El, que era un negro de 1.65 de estatura, todo lo que hacía con el tambor lo hacía con su boca, chiflaba a la par de su tambor.

Dice Edwin Díaz, su discípulo de siempre, que Pedro forraba su tambor diferente, no como lo forraban los indios. Eso lo aprendió de los negros caribes que llegaban a San Onofre o que conocía en las islas del Caribe.

Pedro forraba el tambor diferente. Las doce cuñas iban arriba. Los hacía Pedro con madera de Banco y Almacigo, irremediablemente. Además los cosía con aguja y bejuco de catabre y los pegaba por dentro con un poco de brea, de tal modo que el instrumento no perdiese tensión por la flojera de una cuña. Era un estudioso del tambor.

Con Pedro Alcázar el tambor jamás perdía su tono. Ni el sol ni el sereno de las noches, ni mucho menos varias parrandas juntas y parejas, acababan con su finura, ara ello estaba hecho con maestría. El tambor de Pedro Alcázar gozaba de timbre y de bajo.

“El tambor habla como yo… oyó?”, le decía a sus gaiteros, cuando se embelesaban en uno de sus solos de tambores que el mismo bautizaba con el nombre de “El Bozal del trueno”, o “El canto de la rana”, que eran parte esencial de su show.

“Canario porque no pillas, porque no pillas canario”, era uno de sus versos favoritos.

Su nombre es El Canario de Magangue, grabado y hecho éxito por los Gaiteros de San Jacinto, con la autoría de su primo Máximo Chiquillo, uno de sus amigos entreñables.

Tenía muchos amigos, porque cuando Pedro daba su amistad era para siempre por ser muy íntimo y honesto.
Cuando no veía parejas en la rueda de cumbias se ponía triste; pero cuando llegaban las bailadoras al Peñón, su tierra natal, entre ellas unas familiares suyas, y veía la plaza llena se emocionaba con su tambor; entonces, cuando el machero hacía el preámbulo para que le respondiera la hembra se golpeaba el pecho y decía “esto está bueno”.

Hablaba claro y despacioso. “bueno Jesús Sayas, suena la gaita para ver que es lo que da mi tambor, yo me voy con el gusto tócame la malcriá”

Eso si le gustaba, juff, lo mismo que el porro El Magangueleño. Deliraba, igualmente cuando le ponían a tocar con su tambor el merengue La Hormiga.


NO HA MUERTO

Para los integrantes del Conjunto musical conocido “Me voy con el gusto” Pedro Alcázar no ha muerto, por ello Edwin Díaz, Jesús Sayas, Feliciano Peña, Cesar Chiquillo y Catalino Alcázar (su hermano), continúan su camino gaitero y lo llevan presente donde quiera que tocan, para que el los anime desde el cielo.

Por ello, el pasado 27 de julio, fueron a enterrarlo a son de gaitas, como se despiden a los gaiteros. Tenía apenas 67 años, pero una afectación bronquial se lo llevó. No pudo regresar a Ovejas ni a San Jacinto, donde éste año, en Agosto y en Octubre, quería ratificar su reinado en la tocaduría del tambor.

Ganó en San Jacinto, se prodigó en Ovejas, se sembró en San Onofre. Son éstas tierras las más prodigas en la gaita, las tres cumbres de la chuana.

Alguna vez me lo encontré en Ovejas y evocó tiempos inolvidables con Fernández, el gran jefe, de quien me dijo “era un gaiterazo de pie alzao, cantante como ninguno”.

Su única grabación la hizo con juglares de las Sabanas, un experimento discográfico destacable, en cuyo trabajo puso la gracia de su tambor.

Como machero admiraba a Mariano Julio, quien le acompañó muchas noches de ron y parrandas.

“Que Dios nos cuide a los gaiteros ahora que quedamos sin Pedro” dice Edwin Díaz, quien siguió sus huellas.

Pedro Alcázar era pobre tenía lo suficiente para alegrar a los demás y cubría con ello el resto de sus necesidades.

Dejó a sus amigos, a sus hijos, y sus 12 hectáreas de tierra en El Peñón, corregimiento ubicado a 3 kilómetros de San Onofre, donde cumplía su segunda función en la tierra, cultivador de ilusiones.

Era hijo de Bernardo Alcázar, otro gran gaitero y pariente de los Chiquillos que le seguían su música.

Todos, especialmente Pedro, recibieron el influjo de los músicos isleños, por ello Pedro tocaba diferente, saliendo un poco de la tristeza de los indios.

Cuando la muerte lo sorprendió, por allá en Valledupar, donde había ido en busca de medicina, invitado por uno de sus hijos, ya el Festival de Ovejas tenía nombre este año, por ello no se pudo hacerle ese homenaje.

Para él un minuto de silencio, para que él que suenen todas las gaitas, que suenen los tambores, con tropicones, falsetes y asuntos, tal y como el lo hacía.