VOLVER A OVEJAS ES ENCONTRAR LAS RAÍCES (1993)
“El pasado no ha muerto.
el pasado vive en nosotros
y con nosotros” Guiseppe Pitre
Por Edgar Rey Sinning, Sociólogo
No pensó Toño Cabrera y el grupo de ovejeros que poner a “sonar esos pitos” en 1985 en un pretil alto se convertiría en el “Festival Nacional de Gaita” que es hoy. Nunca los grandes actos de la humanidad nacen grandes, sino que se hacen y es lo que los vuelve valiosos. Por eso el Festival de Gaita nació como todos los actos de la vida cotidiana de los ovejeros: sencillo, humilde.
El año pasado, al regresar a mi realidad después de convivir tres días de jolgorio y afirmación cultural con el pueblo de Ovejas, quedé convencido en que debería volver. Era un compromiso no solo con ese municipio y su gente sino, y sobretodo, conmigo mismo. Necesitaba reeditar ese tiempo mítico y lúdico y ese espacio onírico lleno de alegría y efervescencia propios de la fiesta y todo ello, porque estaba seguro –como hoy- que el eterno retorno se daría. Y preciso, el festival nació y murió, pero en el año de 1993 volverá a nacer, indudablemente.
Haber vuelto este año al festival significó comprobar que cuando los pueblos son creadores de sus actos y, fundamentalmente, cuando entienden que son los forjadores, creadores y preservadores de las expresiones culturales, no existe ninguna posibilidad de que se les arrebate lo que les pertenece. El Festival de Gaita pertenece al pueblo de Ovejas y en general a la región; por ello que volver fue encontrar esas raíces culturales terrígenas y autóctonas de nuestro pueblo. Ahí se experimenta el SER COSTEÑO con toda la dimensión socio-cultural que ello implica, la tambora y el porro, entre otros. Fue encontrarme con ese pasado, pero en forma presente, del quehacer fiestero y cumbiambero del costeño en general y del sucreño en particular desde siempre. Fue experimentar que la fiesta rebasa el juicio estético, porque el festival implica la sublimación del espíritu por encima de las limitaciones humanas o acciones mezquinas de los espíritus obtusos y malévolos que rondan la sociedad desde las esferas del gobierno hasta las organizaciones de narco-paramilitares pasando por las escuelas del sicariato.
Escuchar durante tres días aires de gaita, porro, merengue y cumbia interpretados por niños, adolescentes y ancianos no solamente fue un ritual y un homenaje a la gaita hembre o macho, sino la posibilidad de afirmarnos en lo que somos como pueblo con sus valores culturales. Pero también, compartir un espacio de recreación popular de los campesinos expresado en sus canciones sencillas y humildes, llenas de cotidianidad y recreadas artísticamente por hombres sin pretensiones mayores a las que ofrece la posibilidad de crear para satisfacer el espíritu y complacer a los amigos. Esa cotidianidad es la que ofrece la canción inédita ganadora del año 1988 cuando dice: “n noches de plenilunares/ ritualizando el folclor/ una gaita y un tambor/ con sus aires ancestrales/ alivian los avatares/ al sufrido agricultor”. Mientras el público o mejor los espectadores-actores bailan, beben ron, fuman un tabaco y aplauden hasta la saciedad, esos hombres y mujeres que entienden el significado del lenguaje de la música se entregan al goce colectivo. Ese espacio de ocio creativo como es la plaza de la iglesia se convirtió en un lugar de jolgorio y alegría donde los ovejeros maximizan la vida a través de a música de gaita y con ellos todos los que llegan al festival.
Ahí con ese espacio mítico y de ensueño –que este año formaba un escenario con palco incluido- el pueblo se entregó al goce colectivo, sin peleas, sin picós, sin m´sica diferente, con grupos de gaita llegados de todo la Costa Caribe, con visitantes de todas partes y de todas las clases. En medio de todo ese acto de afirmación de la vida, los hombres y las mujeres encuentran una alternativa de afirmar su existencia.
Que lejos quedó aquel primer festival celebrado en 1985 cuando de pronto muchos o pocos incrédulos no pensaban que cogería el auge que hoy tiene. Me contó Araceli Hermosilla que algunas personas solo expresaban “¡Mira van a poner a sonar esos pitos, no les da pena!. Lejos está esa expresión de la realidad. Hoy “sonar esos pitos” es poner a sonar el alma del costeño y del ovejero en particular. Por ello es que haber vuelto fue encontrarme con ese pasado olvidado y tal vez desconocido. Ahí me reencontré conmigo mismo y encontré el pasado aborigen y negro opacado por la otra etnia. Pero también me encontré con los amigos que hacen posible la alegría: los gaiteros, los tamborileros y todos aquellos ejecutores de los instrumentos musicales terrígenos de nuestro pueblo.
Un caso especial de nuestra identidad cultural, de encuentro con las raíces de nuestra cultura, fiestera y cumbiambera, lo constituye la mujer que en el festival es y seguirá siendo el símbolo de nuestra fiesta, ahí también están las María Barilla reina del porro, o las Venancia Barrionuevo Cárdenas diosa de la tambora y el berroche en Atilio de Loba, o las Carmela Flores diosa de los chandés y cumbias de Pinto. Ahí estaban esas mujeres jóvenes, adultas y ancianas bailando y divirtiéndose, recordando con tal actitud que en cada pueblo de nuestra Costa Caribe en su conjunto ha existido una o mas mujeres como símbolo del baile y de la fiesta, diosas encantadoras con los dotes del dios PAN, que según el poeta Pindaro es “El más consumado bailarín entre todos los dioses”. Son diosas a las que buscan los hombres para bailar, no sólo por su belleza o sexualidad sino por su destreza y rítmica y melódica, su fina cadencia y demás arreboles propios de divas y toda esa cantidad de mujeres ovejeras, carmeras, sanjuaneras, sanjacinteras y en general sucreñas invadidas “por una efervescencia” que trastorna la vida cotidiana y la desborda. Esos medios efervescentes son las fiestas, y el dinamismo que se concentra en ellos crea y produce esa idea trascendente que implica lo sagrado” (Duvignaud, 1979). Porque el “Festival Nacional de Gaita” como expresión de la cultura popular costeña es eso, un acto sagrado. Por eso no se puede permitir que se deforme en el futuro y por el contrario siga manteniendo ese estado de pureza cultural y por ende folclórica. Porque esos tres días deberán seguir siendo el tiempo y el espacio preciso para encontrarnos con nuestros valores culturales vivientes por y para siempre.
De todos modos tendré que regresar, porque el que va a Ovejas por primera vez, vuelve o si no inténtelo. Pruebe, inténtelo, vaya y verá que tiene que regresar más de una vez; porque es ese lugar está la VIDA y como diría el inspirador del Festival “Pacho lirene” “un par de gaitas y un tambor, compadre, es suficiente para llenar de alegría al mundo entero”.
el pasado vive en nosotros
y con nosotros” Guiseppe Pitre
Por Edgar Rey Sinning, Sociólogo
No pensó Toño Cabrera y el grupo de ovejeros que poner a “sonar esos pitos” en 1985 en un pretil alto se convertiría en el “Festival Nacional de Gaita” que es hoy. Nunca los grandes actos de la humanidad nacen grandes, sino que se hacen y es lo que los vuelve valiosos. Por eso el Festival de Gaita nació como todos los actos de la vida cotidiana de los ovejeros: sencillo, humilde.
El año pasado, al regresar a mi realidad después de convivir tres días de jolgorio y afirmación cultural con el pueblo de Ovejas, quedé convencido en que debería volver. Era un compromiso no solo con ese municipio y su gente sino, y sobretodo, conmigo mismo. Necesitaba reeditar ese tiempo mítico y lúdico y ese espacio onírico lleno de alegría y efervescencia propios de la fiesta y todo ello, porque estaba seguro –como hoy- que el eterno retorno se daría. Y preciso, el festival nació y murió, pero en el año de 1993 volverá a nacer, indudablemente.
Haber vuelto este año al festival significó comprobar que cuando los pueblos son creadores de sus actos y, fundamentalmente, cuando entienden que son los forjadores, creadores y preservadores de las expresiones culturales, no existe ninguna posibilidad de que se les arrebate lo que les pertenece. El Festival de Gaita pertenece al pueblo de Ovejas y en general a la región; por ello que volver fue encontrar esas raíces culturales terrígenas y autóctonas de nuestro pueblo. Ahí se experimenta el SER COSTEÑO con toda la dimensión socio-cultural que ello implica, la tambora y el porro, entre otros. Fue encontrarme con ese pasado, pero en forma presente, del quehacer fiestero y cumbiambero del costeño en general y del sucreño en particular desde siempre. Fue experimentar que la fiesta rebasa el juicio estético, porque el festival implica la sublimación del espíritu por encima de las limitaciones humanas o acciones mezquinas de los espíritus obtusos y malévolos que rondan la sociedad desde las esferas del gobierno hasta las organizaciones de narco-paramilitares pasando por las escuelas del sicariato.
Escuchar durante tres días aires de gaita, porro, merengue y cumbia interpretados por niños, adolescentes y ancianos no solamente fue un ritual y un homenaje a la gaita hembre o macho, sino la posibilidad de afirmarnos en lo que somos como pueblo con sus valores culturales. Pero también, compartir un espacio de recreación popular de los campesinos expresado en sus canciones sencillas y humildes, llenas de cotidianidad y recreadas artísticamente por hombres sin pretensiones mayores a las que ofrece la posibilidad de crear para satisfacer el espíritu y complacer a los amigos. Esa cotidianidad es la que ofrece la canción inédita ganadora del año 1988 cuando dice: “n noches de plenilunares/ ritualizando el folclor/ una gaita y un tambor/ con sus aires ancestrales/ alivian los avatares/ al sufrido agricultor”. Mientras el público o mejor los espectadores-actores bailan, beben ron, fuman un tabaco y aplauden hasta la saciedad, esos hombres y mujeres que entienden el significado del lenguaje de la música se entregan al goce colectivo. Ese espacio de ocio creativo como es la plaza de la iglesia se convirtió en un lugar de jolgorio y alegría donde los ovejeros maximizan la vida a través de a música de gaita y con ellos todos los que llegan al festival.
Ahí con ese espacio mítico y de ensueño –que este año formaba un escenario con palco incluido- el pueblo se entregó al goce colectivo, sin peleas, sin picós, sin m´sica diferente, con grupos de gaita llegados de todo la Costa Caribe, con visitantes de todas partes y de todas las clases. En medio de todo ese acto de afirmación de la vida, los hombres y las mujeres encuentran una alternativa de afirmar su existencia.
Que lejos quedó aquel primer festival celebrado en 1985 cuando de pronto muchos o pocos incrédulos no pensaban que cogería el auge que hoy tiene. Me contó Araceli Hermosilla que algunas personas solo expresaban “¡Mira van a poner a sonar esos pitos, no les da pena!. Lejos está esa expresión de la realidad. Hoy “sonar esos pitos” es poner a sonar el alma del costeño y del ovejero en particular. Por ello es que haber vuelto fue encontrarme con ese pasado olvidado y tal vez desconocido. Ahí me reencontré conmigo mismo y encontré el pasado aborigen y negro opacado por la otra etnia. Pero también me encontré con los amigos que hacen posible la alegría: los gaiteros, los tamborileros y todos aquellos ejecutores de los instrumentos musicales terrígenos de nuestro pueblo.
Un caso especial de nuestra identidad cultural, de encuentro con las raíces de nuestra cultura, fiestera y cumbiambera, lo constituye la mujer que en el festival es y seguirá siendo el símbolo de nuestra fiesta, ahí también están las María Barilla reina del porro, o las Venancia Barrionuevo Cárdenas diosa de la tambora y el berroche en Atilio de Loba, o las Carmela Flores diosa de los chandés y cumbias de Pinto. Ahí estaban esas mujeres jóvenes, adultas y ancianas bailando y divirtiéndose, recordando con tal actitud que en cada pueblo de nuestra Costa Caribe en su conjunto ha existido una o mas mujeres como símbolo del baile y de la fiesta, diosas encantadoras con los dotes del dios PAN, que según el poeta Pindaro es “El más consumado bailarín entre todos los dioses”. Son diosas a las que buscan los hombres para bailar, no sólo por su belleza o sexualidad sino por su destreza y rítmica y melódica, su fina cadencia y demás arreboles propios de divas y toda esa cantidad de mujeres ovejeras, carmeras, sanjuaneras, sanjacinteras y en general sucreñas invadidas “por una efervescencia” que trastorna la vida cotidiana y la desborda. Esos medios efervescentes son las fiestas, y el dinamismo que se concentra en ellos crea y produce esa idea trascendente que implica lo sagrado” (Duvignaud, 1979). Porque el “Festival Nacional de Gaita” como expresión de la cultura popular costeña es eso, un acto sagrado. Por eso no se puede permitir que se deforme en el futuro y por el contrario siga manteniendo ese estado de pureza cultural y por ende folclórica. Porque esos tres días deberán seguir siendo el tiempo y el espacio preciso para encontrarnos con nuestros valores culturales vivientes por y para siempre.
De todos modos tendré que regresar, porque el que va a Ovejas por primera vez, vuelve o si no inténtelo. Pruebe, inténtelo, vaya y verá que tiene que regresar más de una vez; porque es ese lugar está la VIDA y como diría el inspirador del Festival “Pacho lirene” “un par de gaitas y un tambor, compadre, es suficiente para llenar de alegría al mundo entero”.
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