LAS FIESTAS POPULARES (1994)
Por Juan Jairo García González
Mientras en pleno siglo XX el tiempo corre vertiginosamente como queriendo acumular frívolos tesoros al considerar que el TIEMPO ES ORO (metáfora mezquina para justificar la estupidez del género humano), alejando la humanidad con conceptos de este talante de su verdadera esencia de su humus, de sus aspiraciones más sutiles pero mas certeras; mientras en los contextos urbanos el hombre descuartiza sus sueños al someterse a la contaminación, la rutina y el stress… en la provincia, en el campo, en esos lugares donde el alto gobierno no llega sino esporádicamente, permanece el espíritu del país vivo, latente, palpitando por encima de la indiferencia y la barbarie.
En aquellos parajes donde el hombre cree en el futuro que le produce la tierra con el trabajo de sus manos, existen las FIESTAS POPULARES como elemento de permanencia cultural y de afianzamiento a lo propio en la dimensión de la expresión creativa de la comunidad, desde elementos tan cotidianos y tan del alma como la poesía, la copla, la música y la danza.
Cada palabra escrita o recitada, cada repicar de tambores y trinar de gaitas, están resumiendo de alguna manera las alegrías, las tristezas, la relación con el campo, con los elementos de labranza, las frustraciones, los amores, los desamores y hasta la picardías de sus gestores.
Vale la pena resaltar que cada instrumento interpretado es en la mayoría de los casos concebido y elaborado con los elementos que da la naturaleza (cera, mangle, cardón, achiras, etc.) con lo cual se da una simbiosis entre hombre y medio ambiente desntro de un concepto de armonía cósmica, contrario a la relación hombre-naturaleza que se da en los contextos urbanos donde casi siempre se plantea como choque.
La representación simbólica de las relaciones familiares se devela en la responsabilidad que cada instrumento tiene al interior de la melodía; así el tambor hembra se pavonea alegremente sobre la base del a melodía, repicando, contestando, adornando con autonomía, mientras el tambor macho debe permanecer soportando la responsabilidad y estabilidad de la métrica musical con una presencia diríase discreta, pero necesaria, irremplazable y certera; además es el tambor hembra de mayor tamaño y sonido más fuerte, frente al tambor macho que es más débil en su sonido pero más agudo, al tiempo que es estructuralmente más pequeño.
Igual pasa con las gaitas, las cuales además de tener funciones definidas dentro de la melodía similares a las de los tambores, ofrecen diferencias morfológicas al tener simpáticamente la gaita HEMBRA, más huecos que la gaita MACHO.
Las cualidades innatas de los músicos ilustran no sólo sobre su potencial creativo, sino además abren un amplio interrogante a cerca de la información genética que debe estar inserta en sus células para permitirles parir semejantes prodigios musicales, tan elementales en su proyección pero tan complejos musicalmente como es el caso de la gaita, la cumbia, la puya, el bambuco y el pasillo, para solo citar unos pocos ejemplos.
No son pocos los hombres del común, campesinos y provincianos que han cruzado las fronteras de los impredecible hasta adquirir la categoría de titanes que con sus creaciones han hecho vibrar el corazón del país, unos reconocidos por el común y otros, aunque cuyos nombres no hallan figurado en los principales medios de comunicación sí aparecen en la pequeña provincia de donde proceden, bajo la respetable categoría de MAESTROS: José Barros, Lucho Bermúdez, Cresencio Salcedo, Estafanía Caicedo, Jorge Villamil, Noé Home, Darío garzón, Alejo Durán, Leandro Díaz, etc…
Los festivales de música popular además de ser importantes agentes para la convocatoria social donde se reivindican unas razones y un estilo de vida propios sin folclorismos mentirosos con la fortaleza y la certeza de quien muestra con orgullo sus más caras tradiciones, son focos de civilidad, de paz y de convivencia que merecen un respaldo institucional que supere el exiguo auxilio o la banal nota de felicitación, para que se traduzca en importantes proyectos de memoria cultural sectorizada y en políticas claras de respaldo a la gestión popular, y así algún día no nos tengamos que lamentar por estar evocándolos solamente desde la nostalgia y el recuerdo.
Los festivales populares no son piezas de museo, son el corazón del país que palpita desde la provincia.
Mientras en pleno siglo XX el tiempo corre vertiginosamente como queriendo acumular frívolos tesoros al considerar que el TIEMPO ES ORO (metáfora mezquina para justificar la estupidez del género humano), alejando la humanidad con conceptos de este talante de su verdadera esencia de su humus, de sus aspiraciones más sutiles pero mas certeras; mientras en los contextos urbanos el hombre descuartiza sus sueños al someterse a la contaminación, la rutina y el stress… en la provincia, en el campo, en esos lugares donde el alto gobierno no llega sino esporádicamente, permanece el espíritu del país vivo, latente, palpitando por encima de la indiferencia y la barbarie.
En aquellos parajes donde el hombre cree en el futuro que le produce la tierra con el trabajo de sus manos, existen las FIESTAS POPULARES como elemento de permanencia cultural y de afianzamiento a lo propio en la dimensión de la expresión creativa de la comunidad, desde elementos tan cotidianos y tan del alma como la poesía, la copla, la música y la danza.
Cada palabra escrita o recitada, cada repicar de tambores y trinar de gaitas, están resumiendo de alguna manera las alegrías, las tristezas, la relación con el campo, con los elementos de labranza, las frustraciones, los amores, los desamores y hasta la picardías de sus gestores.
Vale la pena resaltar que cada instrumento interpretado es en la mayoría de los casos concebido y elaborado con los elementos que da la naturaleza (cera, mangle, cardón, achiras, etc.) con lo cual se da una simbiosis entre hombre y medio ambiente desntro de un concepto de armonía cósmica, contrario a la relación hombre-naturaleza que se da en los contextos urbanos donde casi siempre se plantea como choque.
La representación simbólica de las relaciones familiares se devela en la responsabilidad que cada instrumento tiene al interior de la melodía; así el tambor hembra se pavonea alegremente sobre la base del a melodía, repicando, contestando, adornando con autonomía, mientras el tambor macho debe permanecer soportando la responsabilidad y estabilidad de la métrica musical con una presencia diríase discreta, pero necesaria, irremplazable y certera; además es el tambor hembra de mayor tamaño y sonido más fuerte, frente al tambor macho que es más débil en su sonido pero más agudo, al tiempo que es estructuralmente más pequeño.
Igual pasa con las gaitas, las cuales además de tener funciones definidas dentro de la melodía similares a las de los tambores, ofrecen diferencias morfológicas al tener simpáticamente la gaita HEMBRA, más huecos que la gaita MACHO.
Las cualidades innatas de los músicos ilustran no sólo sobre su potencial creativo, sino además abren un amplio interrogante a cerca de la información genética que debe estar inserta en sus células para permitirles parir semejantes prodigios musicales, tan elementales en su proyección pero tan complejos musicalmente como es el caso de la gaita, la cumbia, la puya, el bambuco y el pasillo, para solo citar unos pocos ejemplos.
No son pocos los hombres del común, campesinos y provincianos que han cruzado las fronteras de los impredecible hasta adquirir la categoría de titanes que con sus creaciones han hecho vibrar el corazón del país, unos reconocidos por el común y otros, aunque cuyos nombres no hallan figurado en los principales medios de comunicación sí aparecen en la pequeña provincia de donde proceden, bajo la respetable categoría de MAESTROS: José Barros, Lucho Bermúdez, Cresencio Salcedo, Estafanía Caicedo, Jorge Villamil, Noé Home, Darío garzón, Alejo Durán, Leandro Díaz, etc…
Los festivales de música popular además de ser importantes agentes para la convocatoria social donde se reivindican unas razones y un estilo de vida propios sin folclorismos mentirosos con la fortaleza y la certeza de quien muestra con orgullo sus más caras tradiciones, son focos de civilidad, de paz y de convivencia que merecen un respaldo institucional que supere el exiguo auxilio o la banal nota de felicitación, para que se traduzca en importantes proyectos de memoria cultural sectorizada y en políticas claras de respaldo a la gestión popular, y así algún día no nos tengamos que lamentar por estar evocándolos solamente desde la nostalgia y el recuerdo.
Los festivales populares no son piezas de museo, son el corazón del país que palpita desde la provincia.
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