BAGATELA (2001)
Hernán D. Vásquez B.
El Estado constituye el aparato constructor de una conciencia social valorada de nuestra identidad cultural permanente. Este proceso finalísticamente encausa para la consolidación de una sociedad erigida bajo principios que presuponen una mayor sensibilización y, en efecto, un ajustado y real reconocimiento efectivo de nuestra riqueza cultural legada. Es precisamente, en este sentido en que el Estado está obligado a conducir de manera firme a la sociedad el logro de un constante y total espíritu patriótico, que en buena medida resulta ser uno de los fines últimos a que debe aspirar ineludiblemente la organización jurídico política del Estado; esto, sustancialmente justifica ser un criterio para determinar el grado de progreso cultural de una nación. La manera de actuar y valorar de sus conciudadanos. Ahora, son estos progresos culturales los que contribuyen en la vía de la búsqueda de un Estado democrático: la toma y ejercicio del poder, la garantización y funcionalidad de los derechos. Es a través de una política cultural permanente, desde donde se logre distinguir lo que nos identifica en relación con los que nos identifican. Esto, como la valoración que se hace en parte de nuestras manifestaciones culturales en el exterior. Aquello, como fruto de la valoración patriótica de nuestro bagaje cultural de estas tierras arrasadas y destruidas humillantemente con el descubrimiento de los “Imperialistas” de su época, que con la Niña, La Pinta y la Santamaría, saquearon nuestros tesoros contribuyéndolos a la sumisión y obediencia para nuestros soberanos habitantes, paso a paso de esa fusión cultural y étnica queda como vestigio de ese bagaje cultural las gaitas de carbón y cera que inundan de melodías el cenit de la tierra. Lo que conduce inevitablemente no solamente al real reconocimiento efectivo de nuestra riqueza cultural, sino que origina una valoración de nuestro estado: Nuestras tierras, nuestra gente. Por lo dicho, nosotros los colombianos estamos desposeídos de todo sentidote pertenencia, precisamente porque desconocemos la historia patria, no la de hoy desde la llegada de los españoles, sino esa de ayer, antes de la llegada de ellos a Nuestras Tierras. En consecuencia, el culpable de esto no es más que el mismo Estado que al asumir una actitud inoperante e indiferente de nuestra cultura, acude a su obligación constitucional de rescatar, cultivar y preservar las manifestaciones, “sofisma distractor” alejado de la objetividad conducente al nacionalismo patriótico que se requiere para un progreso integral del Estado como tal. Por lo tanto, resulta conveniente para la “dictadura de clase” que gobierna nuestro país que sus habitantes no tengan conocimiento de su patrimonio, lo valoren, y por lo tanto asuman posiciones críticas de hecho en la manera como se conduce o gobierna esta nación. En este, uno de los puntos determinantes en la construcción de las democracias.
El Estado constituye el aparato constructor de una conciencia social valorada de nuestra identidad cultural permanente. Este proceso finalísticamente encausa para la consolidación de una sociedad erigida bajo principios que presuponen una mayor sensibilización y, en efecto, un ajustado y real reconocimiento efectivo de nuestra riqueza cultural legada. Es precisamente, en este sentido en que el Estado está obligado a conducir de manera firme a la sociedad el logro de un constante y total espíritu patriótico, que en buena medida resulta ser uno de los fines últimos a que debe aspirar ineludiblemente la organización jurídico política del Estado; esto, sustancialmente justifica ser un criterio para determinar el grado de progreso cultural de una nación. La manera de actuar y valorar de sus conciudadanos. Ahora, son estos progresos culturales los que contribuyen en la vía de la búsqueda de un Estado democrático: la toma y ejercicio del poder, la garantización y funcionalidad de los derechos. Es a través de una política cultural permanente, desde donde se logre distinguir lo que nos identifica en relación con los que nos identifican. Esto, como la valoración que se hace en parte de nuestras manifestaciones culturales en el exterior. Aquello, como fruto de la valoración patriótica de nuestro bagaje cultural de estas tierras arrasadas y destruidas humillantemente con el descubrimiento de los “Imperialistas” de su época, que con la Niña, La Pinta y la Santamaría, saquearon nuestros tesoros contribuyéndolos a la sumisión y obediencia para nuestros soberanos habitantes, paso a paso de esa fusión cultural y étnica queda como vestigio de ese bagaje cultural las gaitas de carbón y cera que inundan de melodías el cenit de la tierra. Lo que conduce inevitablemente no solamente al real reconocimiento efectivo de nuestra riqueza cultural, sino que origina una valoración de nuestro estado: Nuestras tierras, nuestra gente. Por lo dicho, nosotros los colombianos estamos desposeídos de todo sentidote pertenencia, precisamente porque desconocemos la historia patria, no la de hoy desde la llegada de los españoles, sino esa de ayer, antes de la llegada de ellos a Nuestras Tierras. En consecuencia, el culpable de esto no es más que el mismo Estado que al asumir una actitud inoperante e indiferente de nuestra cultura, acude a su obligación constitucional de rescatar, cultivar y preservar las manifestaciones, “sofisma distractor” alejado de la objetividad conducente al nacionalismo patriótico que se requiere para un progreso integral del Estado como tal. Por lo tanto, resulta conveniente para la “dictadura de clase” que gobierna nuestro país que sus habitantes no tengan conocimiento de su patrimonio, lo valoren, y por lo tanto asuman posiciones críticas de hecho en la manera como se conduce o gobierna esta nación. En este, uno de los puntos determinantes en la construcción de las democracias.
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