Sunday, August 19, 2007

ACERCA DE LO NUESTRO (1998)

Ricardo Vergara Chávez


En Sucre, tengo la evidencia, cuando hablamos de lo nuestro, suele hacer referencia casi siempre a lo que permanece invariable en el tiempo o a lo mediato sin juicio de inventario y se nos muestra sujeto a un tiempo remoto casi siempre escindido de una sociedad que se transforma y cada vez construye nuevos horizontes simbólicos y formas de comunicación distintas a las que en otros estadios históricos fueran parte vital de la existencia.

Lo nuestro parece devenir de los más lejano o mediato y poco de la confluencia del saber y hacer del hombre como elemento dinamizador de la sociedad.

Hay un juicio dicotómico que divide a la historia entre los que permanece y lo que nos es ajeno; criterio que ha conducido a inventariarla equivocadamente y a negar de que en su amalgama infieren todas las eras, épocas y períodos de cuyos cromatismos se derivan el tinte de cada momento.

Existe la tendencia de considerar lo nuestro como un referente del pasado y cuando de cultura se trata se elude casi siempre a manifestaciones meramente folklóricas, definidas fragmentariamente como elementos de otro tiempo, cuyos vestigios hay que salvaguardar para no perdernos o extraviarnos, y cuando lo mediato o más contemporáneo aparece se tiende a negar cuanto llevamos haciéndonos.

Las señales del pasado no cuentan y se es un árbol sin raíces: “soy del sombrero vueltiao, del porro y del fandango, del suero atollabuey, del tabaco, del ñeque o el algarrobo” dicen unos, y las generaciones actuales nada son en este horizonte. Al lado de ellos existen aquellos que también afirman ser: “Rock del duro, fulmetal, merengue o hamburguesa mcdonall, salserín, terapia, hombre de neón con alguna balada por si acaso, cinéfilo y más por si preguntan” y volvemos al fragmento y nos tocamos como para sabernos reales.

A pesar de estas miradas –no hay que negarlo- existe la visión de que lo nuestro y la cultura son una suma de confluencias forjadas a lo largo de la existencia humana, pero esta concepción es la que menos opera y entonces la dinámica la imponen, los folcloristas a ultranza, o los que reciclan y minimizan cualquier rigor estético y sin más, descalifican lo a que su convención es ajeno.

Es necesario superar el quietismo y la medianía y empezar a considerarnos elementos de un universo mucho más amplio en donde lo nuestro se entienda como parte de un cuerpo complejo en el que interactúan y se influyen muchas manifestaciones y valores de cuya sumatoria resulta la cultura. No podemos seguir considerando que lo nuestro se reduce a la aldea, aunque la aldea infiera en ello, pues para crecer con nuestras particularidades se torna pertinente mirarnos en el contenido de otras realidades, para entonces saber que nuestra lumbre se complementa y es complemento de otras lumbres. Así no será pecado “ser del sombrero vueltiao, del suero atollabuey y de la hamaca, clásico o realista, amantes del jazz, cinéfilo y cineasta, salserín o merenguero, hijo de un porro, ser romántico y barroco modernista o estructuralista, escéptico u otra cosa no menor a la que somos y trascender desde lo particular sin olvidar lo universal, en cuyo espectro gravitamos, para que al definirnos la uncidad sólo nos asista dentro de una perenne sumatoria de particularidades”. En este sentido lo nuestro será carta de navegación que nos identificara y dará vida, sin llegar a ser menos o más, simplemente ser en el amplio de la cultura.

Así lo nuestro será elemental caricia, equilibrio de algo que nos hermana, manifestación de la espiritualidad y el origen, interioridad de una cultura que aunque remota en el tiempo nos abraza como el telúrico canto de un cardón que escancia el sonido del bosque que los surte.