UN PARENTESIS DE GAITA (1999)
Alfonso Hamburger F.
Para hablar de paz es necesario hacer la guerra al olvido y despercudir de la memoria todo ese cúmulo de valores ancestrales que a través de nuestros gaiteros han llegado nítidos, como torpedos a sol caliente, a nuestros oídos, siempre endulzados por una melodía de chuana que a pesar de la tragedia de quienes chupan su boca de miel han sido dejados solos, después de haber dado todo para la felicidad de otros, sin encontrar una compensación más fiel a su fidelidad de hombres íntegros y sin falsas posturas, que la indiferencia oficial.
Lamentablemente, tuvo que suceder lo que sucedió con los hermanos Lara y con tantos otros menos famosos que ellos, para que se iniciara esa lenta parsimoniosa defensa, por unos hombres, que a pesar de sus tragedias cenitales, han sido más felices que tantos otros que tuvieron al alcance otras cosas más asibles en la realidad.
Intentar hacer un homenaje a estos hombres inalcanzables –aún en edad- de cualquier índole, es a veces caes en las propias trampas de la desorganización gremial, estatal y hasta en los sinsabores del mal entendimiento.
El mejor homenaje a ellos (los gaiteros) se lo hicieron ellos mismos, viviendo a plenitud tantas noches inolvidables, inalcanzables, irrepetibles, en que una vela le servía para prender la otra, un día se jugaba con el siguiente y un trago empujaba el otro.
Eso, al final es lo que cuenta, el haber vivido la vida sin desparpajo, dejándose vivir, dejándose fumar, dejándose gozar, sin misterios, simple, sin la dificultad de ser sencillo.
Afortunadamente, la gaita es la paz. Y Ovejas así lo siente, como lo ha sentido San jacinto, en su reciente festival.
No sé, pero siento un goce infinito al pulsar estas teclas, tratando de complacer como el gaitero nuestro, al amigo que todavía cree en nosotros, cree en la paz, y que sabe que en el fondo, la gaita es una sola, que la región es única, que los 24 kilómetros que hay entre la última curva antes de llegar a San Jacinto y la última lomita antes de llegar a Ovejas, no nos separan sino que nos unen en este maravilloso invento ancestral de la gaita.
¡Que bueno, Ovejas otra vez rescata Octubre para su enorme festival! Y la lluvia llora un paréntesis de bienvenida. El año pasado, en Diciembre, la gaita fue invadida hasta por los picoteros. ¡Que lástima! San Jacinto y Ovejas, como ejemplo de superación contra el olvido, unidos a todos los gaiteros que bajan de la montaña a sonar sus palitos, deben de esta música tan cerca de nuestros afectos. La gaita, lo dijo Tomás Darío Gutiérrez el año pasado, en el foro, es el principio de la música y los Montes de María, deben ser con sus gentes el principio de la paz.
¡Que suenen los palitos y que hagan la guerra al olvido, para que reine la paz! El mejor ejemplo son ellos, los gaiteros, quienes sí saben que es vivir y sacarle gusto a la vida.
Para hablar de paz es necesario hacer la guerra al olvido y despercudir de la memoria todo ese cúmulo de valores ancestrales que a través de nuestros gaiteros han llegado nítidos, como torpedos a sol caliente, a nuestros oídos, siempre endulzados por una melodía de chuana que a pesar de la tragedia de quienes chupan su boca de miel han sido dejados solos, después de haber dado todo para la felicidad de otros, sin encontrar una compensación más fiel a su fidelidad de hombres íntegros y sin falsas posturas, que la indiferencia oficial.
Lamentablemente, tuvo que suceder lo que sucedió con los hermanos Lara y con tantos otros menos famosos que ellos, para que se iniciara esa lenta parsimoniosa defensa, por unos hombres, que a pesar de sus tragedias cenitales, han sido más felices que tantos otros que tuvieron al alcance otras cosas más asibles en la realidad.
Intentar hacer un homenaje a estos hombres inalcanzables –aún en edad- de cualquier índole, es a veces caes en las propias trampas de la desorganización gremial, estatal y hasta en los sinsabores del mal entendimiento.
El mejor homenaje a ellos (los gaiteros) se lo hicieron ellos mismos, viviendo a plenitud tantas noches inolvidables, inalcanzables, irrepetibles, en que una vela le servía para prender la otra, un día se jugaba con el siguiente y un trago empujaba el otro.
Eso, al final es lo que cuenta, el haber vivido la vida sin desparpajo, dejándose vivir, dejándose fumar, dejándose gozar, sin misterios, simple, sin la dificultad de ser sencillo.
Afortunadamente, la gaita es la paz. Y Ovejas así lo siente, como lo ha sentido San jacinto, en su reciente festival.
No sé, pero siento un goce infinito al pulsar estas teclas, tratando de complacer como el gaitero nuestro, al amigo que todavía cree en nosotros, cree en la paz, y que sabe que en el fondo, la gaita es una sola, que la región es única, que los 24 kilómetros que hay entre la última curva antes de llegar a San Jacinto y la última lomita antes de llegar a Ovejas, no nos separan sino que nos unen en este maravilloso invento ancestral de la gaita.
¡Que bueno, Ovejas otra vez rescata Octubre para su enorme festival! Y la lluvia llora un paréntesis de bienvenida. El año pasado, en Diciembre, la gaita fue invadida hasta por los picoteros. ¡Que lástima! San Jacinto y Ovejas, como ejemplo de superación contra el olvido, unidos a todos los gaiteros que bajan de la montaña a sonar sus palitos, deben de esta música tan cerca de nuestros afectos. La gaita, lo dijo Tomás Darío Gutiérrez el año pasado, en el foro, es el principio de la música y los Montes de María, deben ser con sus gentes el principio de la paz.
¡Que suenen los palitos y que hagan la guerra al olvido, para que reine la paz! El mejor ejemplo son ellos, los gaiteros, quienes sí saben que es vivir y sacarle gusto a la vida.
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