Thursday, July 26, 2007

MITO. CULTURA POPULAR Y FALTA DE IDENTIDAD EN LA MÚSICA DE LA COSTA ATLÁNTICA (1999)

José Ramón Mercado


El hombre es el constructor de todo mito. El hombre ha inventado el mito para relievar la luz de su hogar hoguera de Semidios, que ha sentido en su interior. Esto explica su sentimiento religioso, nacido “casi al mismo tiempo que los primeros destechos del espíritu, que hicieron de él un ser distinto y superior al animal” (1). Sorpresa temerosa, mezcla de acobardada de esperanza, misterio y aspiración que se relacionaba, con sus intereses supremos de superioridad y subsistencia.

Mito, es todo relato de los tiempos fabulosos y heroicos. Esta aseveración contiene dos aspectos importantes a todos los mitos. Uno, su carácter fabuloso, esto es, algo inventado, fabulado, es decir, que no tiene existencia real. Dos, muchos mitos no tienen carácter heroico. El mito, en otro sentido, se debió en gran parte, a la mente de los poetas épicos.

Una significación mas comprendida de mito es: “fabula, cuento o narración fantástica en la cual uno o varios dioses, semidioses o héroes divinizados, tiene un papel predominante. De no intervenir personajes de un panteón religioso, en vez de mitos se trata ya de leyendas, o de simples cuentos” (2). Los mitos son esencialmente populares y anónimos. Lo que hacen los pueblos es apoderarse de éstos. Luego, los aceptan como patrimonios, introduciéndoles modificaciones, que no son otra cosa que las alteraciones naturales que éstos sufren en el proceso de aculturación oral. Ello explica la proliferación de leyendas alrededor de los personajes míticos en la mitología griega, por ejemplo.

Quienes más han influido en la formación y evolución de los mitos han sido los poetas. Quizás por eso Platón expulsó a Homero y a los poetas de su república ideal. “Por haber dicho cosas torpes y absurdas de los dioses”.

El papel de los sacerdotes fue mínimo, casi nulo, en relación a la creación de mitos, en contra de la creación establecida por Federico Creuze. De otro modo, como género folclórico, “El mito es anterior a la constitución de los cleros”. Para construir un mito, lo que requiere un hombre, “es que un fenómeno natural extraño así mismo y cuanto más insólito y espantoso mejor, excite su imaginación al llenarle, hora de miedo, hora de curiosidad” (3). Parece que en el fondo todo esto, no sea sino una necesidad de poder explicar y resolverse así mismo, zonas oscuras de su naturaleza raciocinadota.

Es bien sabido de todos, hoy, sin embargo, que la humanidad ha empezado a dudar de la sociedad de la imaginación. Que la ciencia hirió gravemente el mito y a las religiones. Que en el decir de Carrel “La razón ha expulsado a las creencias religiosas” con el decir de Goethe “El hombre no se da cuenta nunca hasta que punto es antropomorfo”. Hesíodo, considera que los mismos dioses habían sido creados con los mismos defectos y modos de pensar semejantes al de los hombres. Para los pueblos, siempre hubo muchos dioses, y para cada dios muchos mitos. He aquí una de las razones que tuvo el hombre frente al miedo, al asombro, la admiración, el espanto y el sobrecogimiento para inventar un dios, ante lo cual, quedara gratificado su estado de asombro. Para otros poetas como Epichanmos, los dioses no eran otra cosa que los vientos, el agua, la tierra, el sol, el fuego y los astros, lo cual se asemeja a la tesis de moda de Bachelard, sobre los elementos constitutivos de la poesía. Marx Muller, en las vedas, afirma: “nomina numina” (los hombres son los dioses o hace los dioses).

“Ni la mitología griega, ni la india, son producto de un principio, según ellos, de una consecuencia lingüística, de una divinización de personajes reales… sino una poesía ingenua, espontánea, de perfecta claridad en su fuente (4). Ante el estado consciente que vive la frenética sociedad de nuestros días, resulta más difícil explicar los fenómenos míticos, que resultaron inexplicablemente para el hombre primitivo, en razón a que el concepto de mito ha ido desapareciendo como “Relato tradicional de significado religioso; como narración, de las acciones de seres sobrenaturales o explicación ficticia, en forma narrativa, del origen de los ritos religiosos, de los usos sociales o de los fenómenos naturales”.

El folklore y la música popular, son patrimonios de la cultura de cada pueblo. Estos elementos son constitutivos de su mayor fuente de riqueza, sin que por ello, sea el pueblo, en su orden, el que mejor explote estos recursos. Hablar de folklore y música popular, y tratar de buscar sus diferenciaciones específicas, por lo tanto, es un tema que no dice nada a nadie, y es más bien “el retrato fiel de una pesadilla tenebrosa e indescriptible, lo que hoy no despierta la más mínima compasión ni logra abrir en un tercio la mente obtusa de cuantos sienten, piensan y actúan como opresores, consciente o inconscientemente” (6). Aún cuando se piense de otro modo, tanto en el desarrollo del folklore, como en el de la música popular, se plantea una lucha social. “En efecto, hay una lucha social en la historia de los partidos políticos, de las instituciones religiosas, de la estratificación profesional, de las relaciones de parentesco y de los contextos culturales” (7). En otros términos, a un cambio de la relación de producción material, corresponde un cambio en la producción intelectual. Esto es, que a un cambio de ciertas relaciones de la economía, en una determinada sociedad, sucede un cambio de las expresiones folclóricas. En Colombia, no ha habido en este sentido, cambio alguno de la célula social, particularmente los medios de trabajo, pero entonces, ha habido una modificación de la estructura en la composición del lenguaje, de la escala rítmica, de las formas poética, incluyendo la metáfora y la imagen de la llamada música popular de la Costa Atlántica, desde los géneros más vernáculos como la gaita, pasando por la cumbia, el porro, hasta la propiamente llamada música vallenata. Más sin embargo, estas formas tendenciosas han desaparecido en parte, no en razón de una ganancia de la estética del lenguaje de una evolución de la metáfora, de un renovado ascenso de la imagen, ni de un mayor desarrollo de la esencia poética de la pieza. No. De ninguna manera, se puede concluir en nuestra primera premisa a favor de los porros que ahora alegran las bandas para el Festival de San Pelayo, en contra de lo que otrora, componían deliberadamente sus cultores en esta región de la Costa. Las variables podrían ser múltiples. Pero una de las falencias podría estarse dando en ocasión a la supresión de algunos instrumentos, a la inmediatez en que estas piezas son sometidas al acertado a la honda crisis económica que afrontan estas instituciones, a la desaparición de las fiestas de corralejas, de importantes centros urbanos de la región, a la falta de capacitación musical, como a la explotación comercial y falta de estímulos de los medios culturales oficiales. Por lo expresado anteriormente se puede concluir en una segunda premisa que estas sagradas instituciones de la cultura popular tienden a desplazarse, a pesar de los esfuerzos quijotescos de una iniciativa personal y regional que a cambio de su desaparición compromete seriamente la identidad y existencia de esta modalidad musical a través de la exclusividad comercial de los licores, que dopan al pueblo y lo devuelven a la comprensibilidad de estos géneros culturales que han sido patrimonios suyos.

¿Qué decir de la música folklórica de la Costa Atlántica Colombiana, es decir, la de la gaita? ¿Esa música sentida, raizambre, de todos nuestros ancestros, cantada en la poesía de Jorge Artel? –Muy someramente-, puesto que este tema podría ser tratado en otro foro o momento, deseo agregar, en criterios de George List, que, “El determinar los orígenes culturales de los diferentes elementos de una música mestiza es una extremadamente difícil, y, a veces, imposible” (3).

El rescate, la conservación, la difusión y revelación, sí que han sido empresas quimeras y de titanes. Aunque no se puede pensar todavía de manera alegre en su rescate definitivo, en su conservación genuina y en su difusión profusa y eficaz. A este aspecto, todo está por hacerse, puesto que esta modalidad había caído en el olvido, en virtud del escaso mercado comercial que el género reproduce en materia económica a partir de la hibridación o mezcla en que las cosas comerciales sin ningún respeto, ni conocimiento, habían incurrido a través de grabaciones bastardas de mal gusto y llenas de exceso y showinismos. También, por cuanto que el colombiano de clase alta y media, repudia los valores auténticos de la cultura nacional. Amén de otros injertos que siempre le restaron esteticidad a este género, digo, casi desaparecido del panorama melódico de la costa Atlántica, hasta hoy, pues ya se han hecho trece ediciones de un Festival Nacional de Gaitas en Ovejas (Sucre), otros en San Jacinto (Bol) y otros, en distintos lugares de la Costa, en la modalidad de gaita macho y hembra y de gaita corta.

Para Castillo Ferreras, la protesta no sólo se manifiesta a través de la denuncia expresa. La simple mención de un hecho cultural tradicional puede ser una forma de protesta. Así cuando el pueblo describe sus padecimientos, está protestando y no manifestando un complejo de inferioridad, como dicen algunos estudiosos. Para Castillo, no hay tal “complejo de inferioridad” en el pueblo, puesto que lo que existe de veras “es una inferioridad real” contra la cual el pueblo nada puede hacer (9). Por esto mismo, “una de las manifestaciones más puras de la opinión pública, la constituye el folklore y demás expresiones populares” (10). El folclor “sirve también para poner en evidencia la miseria, la desesperación y la importancia en que el pueblo se debate” (11). Así mismo, también se puede pensar que la causa económica –y no sólo la tradición- es también la determinante del hecho folclórico.

No es abortado, ni descubrimiento alguno, decir que el folclor de la gaitas está sembrado de amores, desamores, angustias, humor, picaresca, fiesta, alegría, pasiones, santería,, penas, pobreza, gracia, verano, primavera, machuram animales, heridas y toda suerte de estragos que van desde el guayabo hasta la muerte, y todo esto, precisamente, es lo que narra la música de los gaiteros.

Ellos en sí no son un capítulo del folclor costeño. La gaita es la matriz de toda la música de este litoral. Pues la gaita está en la génesis de todos los ritmos de nuestra música costeña. Y es al mismo tiempo, una enciclopedia de vida y de muerte, de amor y desamor, “Quien sea cantor del pueblo debe cantar opinando” (12). Uno de los aspectos más trascendentales de la música de gaitas, es que no deja reservas. A ella todo el mundo le cree sus historias, así sea una fábula, una simple canción. Lo cierto es que, en la mayor parte de sus canciones, el oyente es quien completa la historia o anécdota, con una sonrisa de aprobación por considerar que él también es protagonista de una historia igual. Es un acierto feliz cantar como lo hacía “Toño” Fernández, en un lenguaje que siente y habla todo un pueblo. El fracaso de esta música en la actualidad es precisamente, por la falta de identidad de los colombianos. Es decir, la falta de identidad nuestra, pues, a los jóvenes no los convence esta historia cargada de amores ingenuos. Les preocupa más bien las telenovelas trasnochadas que inventan los nuevos libretistas de la “novelística actual”.

Ante lo cual habría que decir como protesta para siempre que se han tirado al pueblo televidente, incluyendo a los intelectuales el prestigio de la novela y la poesía de la vida. Estos gires sencillos, evocadores llenos de pueblo, de noches mágicas, enmarcadas en el goce sencillo de una historia patria sentida, de una literatura grabada en la memoria de los pueblos, es recordada cada día dentro del mundo de la poesía picaresca de esta música ancestral. Algo que hizo exclamar a G.G.M., una vez “el acordeón ha sido siempre como la gaita nuestra, un instrumento proletario” (13). Al igual que, el poeta cartagenero Jorge Artel en “Tambores de la noche”. –expresa: “compadre Carlos Arturo, no toque más su guitarra oigamos mejor las gaitas que suenan dentro del alma”. “Toque todo ello, como una exigencia lógica ante tanta holgazanería musical de moda que inunda los canales de televisión nacional, y las radios emisoras que contaminan a diario el gusto de una juventud que no ha tenido tiempo para una adecuada formación académica, respecto a una música de gaita que es auténtica encarnación de nuestros propios orígenes, puesto que viene de culturas meso y suramericanas, desde antes de la llegada de los pueblos hispanoamericanos al continente nuestro. Mientras la música de gaitas, de un alto grado de desarrollo espiritual y cultural que ha alcanzado a transportar nuestras fronteras políticas, se define como la de mayor rango a partir de su existencia, vitalidad y trascendencia, ha quedado relegada a escucharse en los festivales, en los escenarios del Carnaval de Barranquilla y en algunos programas radiales especiales.

Momentos de nuestra historia colosal en esta misma materia. El Festival Nacional de Gaitas, que se hace todos los años en Ovejas (Sucre), ha venido al rescate de esta música raizal, y esto es ya algo probado en la praxis. Pero esto mismo es ya a su vez harina de otro costal. Es decir, otra historia que tendrán que escribir otras personas.

(1) Juan B. Verruga, Mitología Universal, Ediciones Ibéricas, Madrid 1960, T:I: Pág. 5.
(2) Ibidem, Pág. 13.
(3) Ibidem, Pág. 15.
(4) Ibidem, Pág. 23.
(5) Henry Paratt, Dic. De Sociología, E.C.E. Mex. Pág. 188.
(6) Paulo de Carvallo Neto, El Folklore de las luchas sociales.
(7) Ibidem, Pág. 11
(8) George List. Introducción a la Música Folclórica de la costa Atlántica COI. Ponencia Leída en la Universidad de Indiana. 1961. Rescatada por la revista Huellas, Barranquilla, Dic. 1989, Pág 42.
(9) Ibidem, Castillo Tarreras. Pág. 40.
(10) Ibidem, Castillo Tarreras. Pág. 41.
(11) Ibidem, Rosemberg. Pág. 46.
(12) Ibidem, Marcelino Romás. Pág. 59.
(13) G.G.M. El Universal Cartagena, 22 de Mayo de 1948. (Tomado de la revista “Huellas” – La Canción vallenata- Art. Escrito por Ariel Cantillo Mier).