Monday, March 26, 2007

LA GAITA, PRINCIPIO Y ESENCIA DE NUESTRA MÚSICA (2003)

Cristóbal Colón Benítez
(Profesor de Educación Artística, Investigador del Folclor, Instructor de la Escuela de Bellas Artes de Sahagún)


“Haber nacido pegado a las estribaciones de los Montes de María y haberme bañado en las aguas de Pichilín (en Toluviejo), me ha permitido tener el privilegio de respirar por mis poros, ese sabor de la música de mis antepasados, salpicado de la sal del Mar Caribe”

No se cual, y dudo que alguien tenga la respuesta verdadera, sobre el momento exacto donde se inician los sonidos que dan origen a nuestra música de las Sabanas que hoy hacen parte de los departamentos de Bolívar, sucre y Córdoba.

Pero todo apunta a que en esta tierra de pitos salidos de los frutos o de los cardones son el principio de nuestra música actual, tal vez presidida por las inspiraciones de Orfeo o bajo la protectora iluminación de Terspsícore.

Ese simple silbato o tubo sonoro, al que tampoco me explico porqué los bárbaros invasores lo llamaron gaita, pero que tiene un ánima que nos contagia, nos embruja y nos lleva al tiempo a una unión mística con el Creador, conserva después de mucho tiempo la esencia de la música que se acuarteló en las montañas de mi tierra, huyendo del avasallamiento.

Tal vez porque su destino era perpetuo, vivió durante siglos casi de incógnita, tocada y manoseada sólo por los maestros que, cual chamanes, eras los que tenían ese privilegio.

Aunque en mi primer acercamiento a la música, la gaita estaba de vuelta al campo, desplazada esta vez por los estruendosos “pick-ups”, que con su música venida de todas las partes, ahogaban cualquier canto melodioso (que por sí suaves, dulces, delicados) y por la incursión vertiginosa del acordeón que logró, gracias a sus “padrinos”, ser primero que la gaita en sonar en las pastas discográficas; siento que ella (la música de gaitas) estuvo siempre presente en mi memoria, influenciada, sin lugar a equivocarme, por los cantos y arrullos de mi madre quien era descendiente de un músico de tiempo completo y una cantadora de carángano en incógnito.

Yo aprendí precisamente a saber de ella, de la gaita, -no se si tarde- de la voz de las enseñanzas de mi abuelo materno, Alejandro Benítez, un músico descendiente de los Zenúes, nacido en Palmito, quien me la describió como el “antes” de las bandas musicales donde él se formó; (los nombres de los intérpretes que me mencionaba, por mucho que lo he intentado no lo recuerdo, pero si que sus tonadas fueron el origen de porros, cumbias, puyas y fandangos que luego sonarían con trompetas, bombardinos y clarinetes).

No existía un rincón de estas tierras de los Montes de María, desde lo más alto en San Jacinto y El Carmen de Bolívar, en Bolívar y las tierras que se unen con el cordón acuoso del arroyo Pichilín: Ovejas, Morroa, Chalán, Colosó, Toluviejo y Tolú, y a su lado San Onofre y Palmito en Sucre, y todo el territorio Zenú en Córdoba, donde no se ejecutara la música de gaita, ya fuera en actos ceremoniales o en los llamados fandangos de pito o noches de cumbiambas.

Aún conservo en mi memoria, cuando niño, de la mano de mi abuelo recorríamos la plaza de Mochila en Sincelejo y debajo de los palcos de la corraleja, en las garitas, veía y oía los grupos de gaiteros que se sumaban a la fiesta, vestidos con su mejor atuendo, amenizando con sus melodías las tardes de toro (esa fue mi otra aproximación). Hoy, esa gaita que conserva su forma y estructura primigenias: Cabeza de cera, tubos naturales tal como el “vástago” de la mata, orificios separados por los dedos de la mano del fabricante y afinación al oído y gusto del mismo; se pasea altiva por los escenarios del mundo desde aquel momento en que los gaiteros de San Jacinto le demostraron a los del altiplano que lo nuestro era tan bueno como los tiples, las bandolas, las arpas y los pianos.

Pero esa gaita en solitario es triste, su voz se quiebra y suena como con un dejo que estremece y por ello sus fieles compañeros, los tambores, no le pierden, como dices los viejos, ni pié ni pisá. Esa sinfonía ha marcado en el tiempo una historia con nombres propios (y hasta con remoquetes) verbigracia, Medardo Padilla, Jesús Sayas, Paito, Mosquera, Pacho Llirene, Torregroza, El Diablo, Batata, juntos y acompañados de maracas o guaches al estilo del “Mono” Bertelo el viejo Arango.

Pero… ha sido tan invaluable el valor de lo que se ha hecho hasta ahora en sacarla al escenario público y ponerlo en las manos de jóvenes y niños, en otras palabras, popularizarla, o dígase también, masticarla, gracias a eventos como el Festival de Ovejas, que es necesario también permitirle que se busque la perfección del sonido, hacerla más afinada para que pueda armonizar con otros instrumentos universales que igual, nacieron y se fueron perfeccionando a través del tiempo.

En esta búsqueda hay mucha gente, más de lo que uno se imagina, talentosos músicos e investigadores que aman la gaita por sobre todas las cosas, que darían todo y le apostarían su vida artística a llevar los sonidos de este instrumento campesino a la excelsitud.

La gaita está signada (y no por los grammy de Vives) a vivir per se. Revestirla, maquillarla, perfumarla aún, no negará su principio ni debilitará su esencia porque ella es y será siempre el canto sublime de los dioses, el aliento de las musas, el eco de la tierra, porque ella conserva el olor a montaña y el sabor salobre de la brisa del mar, porque la gaita será gaita hasta que exista el último mortal.