Monday, March 26, 2007

UN RETO PARA DOS BAILADORES (2003)

José Luis Rolón Álvarez


La noche estaba encendida de velas y de tabaco. El tiempo narrado era a mediados del mes de octubre de 1991, cuando en medio del bullicio y de la hermosura que embrujaba a los presentes en la plaza de Ovejas, la vieja Emperatriz Álvarez, zaramulla y dócil con la melodía gaitera, aparecía con su paquete de esperma prendida, elevando el brazo al cielo en señal de invocación raizal para llamar los espíritus buenos de los viejos gaiteros idos. Esa imagen casi sobrenatural se antojaba alejada del contexto gaitero porque la vieja Empera, como le llamaban sus coterráneos y familiares, no lucía un atuendo apropiado para el baile gaitero. Su vestido de popelina a rayas multicolores, contrastaba con su tez moreno y nariz aguileña, herencia paternal, era quizá alejado un poco del estilo de las viejas bailadoras. Pero en su porte, donaire y alegría, había más de mil años de esencias gaiteras por cuanto semejaba una diosa morena de la danza zenú.

Ella sin inmutarse elevaba su barbilla y arrastraba sus pies menudos para acercarse al epicentro del bullicio del Festival Nacional de Gaitas del año 1991, poco a poco lo iba logrando, se acercaba de manera señorial al compás de un porro ejecutado a la usanza de los gaiteros veteranos. Su paso dancístico era coreado por cientos de espontáneos que al verla danzar de manera sobrenatural, se alegraban de volver al sueño idílico de la revitalización de la gaita majestuosa.

Al llegar al lugar exacto donde se inicia el imponente atrio de la Iglesia San Francisco de Asís, saltó de entre el apretujamiento y romería de la gente, un señor menudo y bastante moreno para gritar con elegancia y algo de alicoramiento: “esto es con orden”.

Este grito sorpresivo pero muy bien jalado, salía de la garganta hambrienta de trago, de Mane Cárdenas, un elegante y criollo danzarín que al compás de la gaita, desnuda su piel para traer al escenario un viejo zorro bailador, que pone en aprietos a aquella pareja que no encuentra respuesta en sus caderas, para enfrentar a este casi inmortal parejo. Gracias a Dios la pareja retada era la vieja Emperatriz Álvarez, experta y reconocida como una de las que sabían el arte de danzar. Ella de manera soberbia se desprende con un lampazo de velas y candela, del acoso bailador de Mane cárdenas y empieza a flequetearle adelante para atraerlo a sus lides de agraciada bailadora. Sigue el reto, suena la gaita, se elevan los tambores con sus broncos sonidos aporreados y bulle la sangre para continuar el encuentro de estos dos equilibrados amigos del baile.

La noche, apenas iniciada por las velas y la gaita, era promesa de danza y alegría, de sudor y espíritu derramado, pletórica de versos y de armonía musical. Ese transcurrir de la segunda noche del Festival dedicado a Pacho Llirene, era preludio de grandeza, de ancestro y risa. Era la noche bella de la majestuosa gaita indígena que parida en Ovejas, trascendió por obra y gracia de su grandeza, al país entero.

En sus puestos de ilustres visitantes, Ovejas observaba al Dr Jorge Villamil y a la Dra Audy Toloza quienes sin saber cómo, se hallaban en la barahúnda magnífica del evento más serio, puro y hermoso de todos los que celebra Colombia en su vasta geografía. Ellos, a la sazón jurados de la canción inédita, fueron testigos de excepción del encuentro de esta pareja bailadora, que sin estar inscrita para concurso alguno, movía las ansias de todos los presentes.

Empera, llena de vitalidad pese a sus más de 70 años y Mane, con algo así como 60, eran un par de jovencitos embelesados con el frenesí del sonido de la chuana. Creo sin duda alguna, que a ellos poco les importaba la gente. Era un halo mágico el que les rodeaba, un sentimiento muy natural, casi sanguíneo, muy nuestro, que les movía cuerpo y alma.

De esa bella noche van a cumplirse 12 años y parece mentira que haya pasado ese cúmulo de tiempo, porque el instante está indeleble en mi memoria y parece que apenas ayer tuvo ocurrencia. Las imágenes frescas pasan una a una por mi mente cual secuencia de películas mágicas donde el dialogo es corpóreo y melódico pero con el protagonismo estelar de la gaita y su cohorte de tambores, de la mano con el menear de cintura y caderas, en la mujer, bamboleo enérgico del cuerpo masculino. Ello es fuente de deleite, agitar de manos y pies para reeditar las escenas, por mi parte.

Hoy cuando apenas es el primer día del a XIX edición del Festival Nacional de Gaitas y precisamente el año en que se fue al cielo María Isabel “La Bizca” de la Rosa, me he sentado en el lugar donde Mane Cárdenas lanzó su desafío a la vieja Empera y sin proponérmelo, pasan por mi ojos la etéreas figuras de los gaiteros muertos que llegan ante el preludio de gaitas, veo la cimbreante y espigada figuera de Emperatriz Álvarez que baja del cielo acompañada de La Bizca para presenciar desde su privilegiado lugar en la Plaza, la belleza de esta edición Festigaita. Ellas como hermanas, se agarran de las manos para apoyarse una a la otra y dejan resbalar esa mirada de ovejeras buenas por cada rincón de su pueblo, hallando a Mane Cárdenas “amarrado” a una botella de trago y prendido de fiesta y baile, como siempre, para gozarse el festejo de las gaitas. Luego ven al viejo Joche Álvarez y recuerdan que junto a Modesto, su hermano, fueron los cultores al lado de los Mendoza, los Arias y los Padilla, de la velaciones que en la vuelta de Almagra y Santa FESE hacían por cuenta del deseo sano de rememorar el arte de los ancestros y por revivir sus ansias campesinas bajo el deleite de esa melodía pegajosa que dan las gaitas.

Me ha dado ganas de acompañar al viejo de la botella y acudo presuroso a su lado cuando me grita con voz de trueno montañero, “esto es con orden” para indicarme que me tome un sorbo del trago y siga disfrutando.

Por si las moscas, he rezado un Padrenuestro para que la vieja Empera se encuentre tranquila en este paseo por la tierra, en su tierra, y no me vaya a regañar, es que Ella, era hermana de la vieja Castorina, mi Madre.

Gracias, Dios mío, por ese bello recuerdo.