Monday, March 26, 2007

LA CULTURA, ELEMENTO CARDINAL DE LA EXISTENCIA HUMANA (2003)

Alfredo Tabeada Alfaro


En los primeros momentos del siglo XXI, un movimiento dinámico hacia una cultura de paz obtiene su inspiración y su esperanza de las percepciones de los hombres y mujeres que habitan en el planeta.

La cultura es un sistema de comunicación primigenio que juega el papel intercomunicador entre personas y entre pueblos más como un medio de expresarse espiritualmente.

Desde el mismo instante en que el hombre empezó a actuar sobre la naturaleza, para transformarla y lograr su bienestar, desde ese momento comenzó a crear cultura.

La cultura incluye los medios o herramientas que el hombre interpone entre sí y la naturaleza, también los símbolos y las estructuras sociales con que cuenta una sociedad determinada.

La cultura es todo lo que el hombre construye a diario; nuestro comportamiento espontáneo. La cultura es el pensamiento, sentimiento, expresión, memoria y deber de un pueblo. En tal sentido, la cultura es el elemento cardinal de la existencia humana.

La cultura es un canto del alma. Es limpia, libre, auténtica, nace de un arroyo, una caricia, un árbol, un pensamiento. En ella la inocencia y la picardía coquetean sin cesar, se junta, se separan, se combinan o caminan aisladas, pero expresan siempre el más íntimo sentir del hombre.

La cultura de un pueblo o nación hace referencia al sistema que aglutina y le da significado a la lengua, la historia, las costumbres, la organización social, el estilo de vida comunitario y familiar, la tierra y la biodiversidad.

La cultura cumple con un quehacer cotidiano, relacionado con los diferentes procesos históricos y sociales, vista así la cultura, en estos términos, es un producto del hombre que está sujeto a los cambios, transformaciones, evaluación, reproducción y la muerte misma. La cultura no puede anquilosarse, no cumpliría su proceso dialéctico como todo hecho social.

La democracia es algo que debemos repensar. El primer acto democrático es hacerlo conjunto, pero que está sujeto a nuevas fijaciones de reglas y a la necesidad de entender el Estado de otra manera.

Nuestra identidad latinoamericana está lacerada por heridas que todavía duelen. Recuperar nuestra identidad como hombres y mujeres es nuestro reto y se trata e hacerlo en las difíciles condiciones del campo, en la situación casi caótica de la ciudad posmoderna, donde el cemento y las altas torres de concreto sepultan la pasión, y casi ahogan el proyecto humano; la ciudad y la tecnología entierran nuestros rasgos de identidad. Es preciso contar con tosa esa historia popular que dieron sentido a nuestra esencia.

Es necesario redescubrir nuestras raíces latinoamericanas, dejando a un lado los escritos manipulados por hombres extranjeros que tergiversaron y desvirtuaron las luchas sociales, políticas, morales y espirituales de nuestras mujeres y hombres.

Los hombres y mujeres que tenemos la conciencia de recuperar nuestra historia, para vivir en vigilia el más preciado sueño; el de poseer una sociedad donde hombres y mujeres vivamos en armonía con la naturaleza, con la tierra, con el cielo recuperando la dimensión de la solidaridad, del respeto, del amor, y de la cooperación, para vivir y no para sobrevivir; estamos ante un gran desafío.

Ante eso y al haber ingresado al siglo XXI, se hace necesario que la humanidad reflexione y adopte medidas urgentes para lograr un nuevo orden económico, ecológico, social y cultural para que la economía y la tecnología estén realmente al servicio de las mayorías y no de las minorías, como está ocurriendo hoy con el proceso de la globalización.

Está demostrado que un pueblo que viva de espalda a la cultura, pierde su fundamento, los valores supremos se vuelven necesariamente contra el hombre, porque el interés por la cultura es ante todo un interés por el hombre y por el sentido de su existencia. El papa Juan Pablo II, con su certeza, sostiene que el porvenir del hombre depende de la cultura, ellas es el bien común de cada pueblo; la presión de su dignidad, libertad y creatividad; el testimonio de su camino histórico, no se puede avanzar sin la promoción de la cultura, y con una dirigencia que la impulse y no la desperdicie llevándola al grado de miseria y de eterna cenicienta.

Lo económico, político y social, está cada día más vinculado con los avances culturales, determinados por los progresos científicos, tecnológicos y artísticos. Tal como lo plantea la UNESCO, “el desarrollo encuentra su fundamento y finalidad en la cultura y no solamente en el crecimiento económico”.

Asistimos a lo que algunos denominan una “crisis de civilización”, en los primeros años del tercer milenio. Sin embargo, la humanidad tiene cada vez mayor conciencia de la unidad de un mundo que la vincula a un destino común. Vivimos tiempos convulsivos, de cambio y transición. Están en crisis los sistemas y modelos hasta ahora existentes y la sociedad busca refundar sus ideales.

La nueva cultura, que pugna por abrirse camino en el mundo contra las formas opresivas y autoritarias de todos los signos, se basa en la conciencia, la ciencia el humanismo. Reivindica como objetivos de la sociedad y del Estado la libertad individual y desarrollo de la personalidad humana. Considera como obligación de todo poder público el respeto y la protección de la dignidad humana.
El centro de todo desarrollo debe ser humano. Lo que mueve al ser humano son las utopías, que no caben en el estrecho marco que reduce las relaciones sociales a la esfera económica. Decía Álvaro Fayad: “Si el mundo que vamos a construir no nos da una sociedad alegre, vital, con respeto a la persona y, a la diversidad, hemos fracasado”.