Sunday, August 19, 2007

GAITA, MÚSICA DE PAZ (1997)

Por: Eduardo García Martínez



En los Montes de María, la alegría de la gaita convive con el temor y la violencia. Una violencia que crece y cuyos actores defienden sus posiciones con distintos argumentos.

La situación es preocupante porque antes de disminuir, los actos violentos parecen ir en aumento, mientras la población civil se ve inmersa en un conflicto que no quisiera tener en su horizonte. Las razones de la confrontación son explicables: desde épocas remotas la economía de la región se basó en la explotación más patética del campesino, obligado a cultivar la tierra si esperanzas de mejorar sus condiciones de vida. La relación entre patrones y campesinos eran típicamente feudal. Cuando los movimientos insurgentes incursionaron en la región Caribe, encontraron en los Montes de María un caldo de cultivo ideal. A la acción subversiva vino la respuesta estatal con fuerza castrense. Surgió la guerra con todas sus manifestaciones de crueldad. Guerra sucia la de hoy. Saldo: muertos, heridos, secuestros, boleteo, temor, dolor.

En Ovejas, sede del Festival Nacional de Gaitas “Francisco Llirene”, se han firmado varios acuerdos de paz y su gente cree en la convivencia y tiene la esperanza de que puedan hallarse finalmente los caminos del entendimiento.

La gaita es música de paz. Sus mensajes han sido y son en la actualidad cantos sencillos, espontáneos, humildes, llenos de sabiduría popular. Se le canta a la vida, al amor, al amigo, a la siembra, a la lluvia, al día, a la noche, a los animales, al canto del pájaro y del arroyo, a los elementos que hacen la vida diaria del hombre del campo.

El Festival Nacional de Gaitas, es, entonces, la expresión de ese anhelo de convivencia, de confraternidad, de amistad. A través suyo se expresan y materializan la sencillez, el calor humano del gaitero, su genio creador.

Desde siempre, la gaita ha convocado al disfrute de la alegría y ella, los bailes cantados y las rondas de antaño, han permanecido en algunas comunidades que siguen creyendo en sus manifestaciones espirituales propias. Ovejas es una de ellas. Aunque la gaita permaneció por años casi dormida en su seno o posiblemente doblegada por otros ritmos y aires musicales, resurgió poco a poco gracias al Festival y bajo el recuerdo perenne de Francisco Llirene, aquel juglar de leyenda que cautivó en el toque de su tambor africano a varias generaciones que lo llevan en su corazón como una hoja que no termina nunca de caer.

Uno de los méritos más importantes del Festival Nacional de Gaitas es haber logrado el rescate de esta manifestación cultural, que se había venido a menos en toda la región Caribe y se le tenía sólo como una referencia languecida de parrandas de abuelos.

La constancia y la fe de quienes sinceramente creyeron en los postulados del proyecto, no exentas de problemas organizativos y financieros, de intromisiones y falsas posturas altruistas de algunos personajes de disfraz, lograron lo que es hoy una hermosa realidad.

Las metas alcanzadas hasta el momento no son solamente a nivel del Festival como tal, puesto que hay otros programas dignos de señalar e impulsar porque constituyen un soporte fundamental para consolidar el rescate de las tradiciones. Se trata de las escuelas de formación en donde los niños se cultivan en el aprendizaje e interpretación de los distintos instrumentos que componen la gaita. Estas escuelas de gaitas son auspiciadas por Colcultura y el municipio de Ovejas.

De ahí, de estas Escuelas (así, con mayúsculas) surgirán los gaiteros del mañana, hombres y mujeres orgullosos de su ancestro regando su cultura por todos los rincones de la patria y aún del exterior.

Gaita, música de fique, hamaca, mochila, manos y pies de fuerza vírgen, es sinónimo también de compartir, unir, enlazar, estrechar, abrazar.

Así ha sido siempre, así debe permanecer.

Tomado de avance XXI