ENRIQUE ARIAS, VIEJO ETERNO… (2001)
José Luís Rolón Álvarez
El sonido característico del encuentro entre las abarcas humildes, raídas y envejecidas y las baldosas del imponente atrio del no menos hermoso templo San Francisco de Asís, denotaba en los oídos de quienes escuchaban esa melodía ronca y apagada, que ese cansado andar por la carga de los años y tristezas en los hombros viejos del maestro legendario de los fitocos, era un asomo de lo irremediablemente nostálgico que puede llegar a ser el destino que puede llegar a ser el destino de los hombres grandes en la destreza, pero pobres en la fortuna, entendiendo ésta como la capacidad de adquirir y gastar.
Se trata de la vivencia fotográfica del ya inmortal… el viejo Enrique Arias, esa leyenda que pese a seguir andando por las calles empinadas y estrechas de la Bella Villa de San Francisco de Asís de Ovejas, parece ser el telón del teatro cuya última función acaba de realizarse y, no porque al viejo le falte ganas o energía, ¡NO!. Es porque así de sencillo, el sonido de las viejas gaitas, ya no están con él, porque su ajada figura sufre los interminables quebrantos propios de los más de 100 años que soportan sus endebles piernas.
Esta mañana pude verlo nuevamente como ocurre cada amanecer, llegando a la esquina de la plaza donde su nombre se ha inmortalizado bajo el embrujo gaitero de nuevas y también viejas generaciones. Caminaba o mejor levitaba, porque parecía que el soplo mágico de una gaita hembra le llevaba de manera cansina por la brisa suave que soplaba como preludio del tiempo de lluvias, sin tocar apenas el suelo de la tierra ovejera. No se si pudiera decirse que era una alucinación o simplemente es la verdad mágica también, de lo que ocurre con los que dominan la Chuana a su antojo, evento éste que al decir de los abuelos, es exclusivo de los maestros centenarios de la gaita indígena.
Quién sabe... pero personalmente pude darme cuenta de que el viejo Enrique, irradiaba la luz de la sabiduría ancestral. Quizás por su matrimonio eterno con los fitocos y emplastos de cera, Dios Todopoderoso lo ha premiado con el don de la longevidad eterna para maravilla de quienes le han visto andar por los vericuetos del sonido de las gaitas y los tambores, durante años y años, sin perder su donaire y ancestro.
No quisiera que la visión narrada, tenga relación con la partida final del viejo maestro, porque seguro que en Ovejas, las lágrimas de verdadero dolor volverán a correr ante el divorcio de la vida con nuestro querido gaitero, duelo eso sí, que él no pueda encaramarse a la tarima del Festival Nacional de Gaitas para reventar los confines de los Montes de María con su palmar aventajado, como cuando insuflaba el aire a través de la pluma de pato macho a esa gaita embrujadora que tantas alegrías y vivencias le significó. Duele además que apenas pueda andar, porque el vigor del último de los Arias se ha perdido, tratando de enamorar a la luna, las montañas, los pájaros, los pastos, la vida y la mujer sólo con su afinada gaita hembra. Sonido casi etéreos, surgieron de ese instrumento nativo, hermosas melodías llenaron los aires de los Montes de María y de cada una de las regiones que en su periplo musical visitó, para alegría de los afortunados escuchas.
Es ese arrullo de gaitas lo que ha logrado que Enrique Arias, fuese inmortal, monumental y sobre todo sobrenatural, ¡SI!, porque el olor a la pitahaya, el sabor de la cera y el aroma de los cueros, le han llenado las venas de sabiduría dentro del tiempo. Ya no es sangre lo que circula por sus envejecidas venas y arterias, hace muchos años circula por ellas un torrente único de melodías de viejos tiempos, de leyendas y de ancestros indígena, que fueron aún más grandes, ejecutadas por las gaitas del viejo Enrique.
Ya esta declinando el sol, es de tarde en mi pueblo, y experimento el deseo repentino de volver a encontrarme con esas abarcas viejas para volver a escuchar sus apagadas voces diciendo, que la tierra que han pisado son bendecidas por la grandeza mágica del maestro de maestros, el grande Enrique Arias, el último de los legendarios e inmortales gaiteros. Gracias a Dios lo diviso al doblar la esquina de la plaza, le observo su levitar gaitero, y elevo una oración para que nunca falte en Ovejas su hermoso recuerdo.
El sonido característico del encuentro entre las abarcas humildes, raídas y envejecidas y las baldosas del imponente atrio del no menos hermoso templo San Francisco de Asís, denotaba en los oídos de quienes escuchaban esa melodía ronca y apagada, que ese cansado andar por la carga de los años y tristezas en los hombros viejos del maestro legendario de los fitocos, era un asomo de lo irremediablemente nostálgico que puede llegar a ser el destino que puede llegar a ser el destino de los hombres grandes en la destreza, pero pobres en la fortuna, entendiendo ésta como la capacidad de adquirir y gastar.
Se trata de la vivencia fotográfica del ya inmortal… el viejo Enrique Arias, esa leyenda que pese a seguir andando por las calles empinadas y estrechas de la Bella Villa de San Francisco de Asís de Ovejas, parece ser el telón del teatro cuya última función acaba de realizarse y, no porque al viejo le falte ganas o energía, ¡NO!. Es porque así de sencillo, el sonido de las viejas gaitas, ya no están con él, porque su ajada figura sufre los interminables quebrantos propios de los más de 100 años que soportan sus endebles piernas.
Esta mañana pude verlo nuevamente como ocurre cada amanecer, llegando a la esquina de la plaza donde su nombre se ha inmortalizado bajo el embrujo gaitero de nuevas y también viejas generaciones. Caminaba o mejor levitaba, porque parecía que el soplo mágico de una gaita hembra le llevaba de manera cansina por la brisa suave que soplaba como preludio del tiempo de lluvias, sin tocar apenas el suelo de la tierra ovejera. No se si pudiera decirse que era una alucinación o simplemente es la verdad mágica también, de lo que ocurre con los que dominan la Chuana a su antojo, evento éste que al decir de los abuelos, es exclusivo de los maestros centenarios de la gaita indígena.
Quién sabe... pero personalmente pude darme cuenta de que el viejo Enrique, irradiaba la luz de la sabiduría ancestral. Quizás por su matrimonio eterno con los fitocos y emplastos de cera, Dios Todopoderoso lo ha premiado con el don de la longevidad eterna para maravilla de quienes le han visto andar por los vericuetos del sonido de las gaitas y los tambores, durante años y años, sin perder su donaire y ancestro.
No quisiera que la visión narrada, tenga relación con la partida final del viejo maestro, porque seguro que en Ovejas, las lágrimas de verdadero dolor volverán a correr ante el divorcio de la vida con nuestro querido gaitero, duelo eso sí, que él no pueda encaramarse a la tarima del Festival Nacional de Gaitas para reventar los confines de los Montes de María con su palmar aventajado, como cuando insuflaba el aire a través de la pluma de pato macho a esa gaita embrujadora que tantas alegrías y vivencias le significó. Duele además que apenas pueda andar, porque el vigor del último de los Arias se ha perdido, tratando de enamorar a la luna, las montañas, los pájaros, los pastos, la vida y la mujer sólo con su afinada gaita hembra. Sonido casi etéreos, surgieron de ese instrumento nativo, hermosas melodías llenaron los aires de los Montes de María y de cada una de las regiones que en su periplo musical visitó, para alegría de los afortunados escuchas.
Es ese arrullo de gaitas lo que ha logrado que Enrique Arias, fuese inmortal, monumental y sobre todo sobrenatural, ¡SI!, porque el olor a la pitahaya, el sabor de la cera y el aroma de los cueros, le han llenado las venas de sabiduría dentro del tiempo. Ya no es sangre lo que circula por sus envejecidas venas y arterias, hace muchos años circula por ellas un torrente único de melodías de viejos tiempos, de leyendas y de ancestros indígena, que fueron aún más grandes, ejecutadas por las gaitas del viejo Enrique.
Ya esta declinando el sol, es de tarde en mi pueblo, y experimento el deseo repentino de volver a encontrarme con esas abarcas viejas para volver a escuchar sus apagadas voces diciendo, que la tierra que han pisado son bendecidas por la grandeza mágica del maestro de maestros, el grande Enrique Arias, el último de los legendarios e inmortales gaiteros. Gracias a Dios lo diviso al doblar la esquina de la plaza, le observo su levitar gaitero, y elevo una oración para que nunca falte en Ovejas su hermoso recuerdo.
Este sencillo homenaje escrito llegó a mi mente en marzo 14 de 2001 a las 9:50 pm, en medio del calor que aún se sentía en Ovejas.
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