COLOMBIA: DEMOCRACIA, CIVILIZACIÓN Y CULTURA (1999)
Moisés Escorcia de la Hoz
El concepto de civilización, aunque menos amplio que el de cultura, es un neologismo que aparece en Francia en el siglo XVIII. Fue formado a partir de las palabras “civilizado y civilizar” que existían desde hacía tiempo y se utilizaban en el siglo XVI. Inicialmente fue empleado como término de jurisprudencia y designa un acto de justicia o un juicio que convierte en civil un proceso criminal. Al cobrar nuevo sentido, civilización se opone, grosso modo, a barbarie. De ahí que los términos cultura y civilización son tan estrechos que puede decirse que toda civilización es cultura, más no toda cultura es civilización. La civilización se considera como una etapa de la cultura y el momento que determina el advenimiento de una civilización es la iniciación de la vida en el nuevo sistema de ciudades.
La ciudad (del latín civitas) emplea términos como poder, localización, instituciones y bien común, siendo civilización sinónimo de progreso y actividad cultural. Algunos autores, entre ellos Kenneth Boulding, plantean que la historia de la humanidad es factible dividirla a partir de la siguiente concepción: período pre-civilizado, hasta la aparición de la vida urbana; periodo civiliado, hasta el siglo XX y etapa post-civilizada con el desenvolvimiento de la megápolis, que surge como resultado del superdesarrollo científico y tecnológico del mundo actual.
Según Braudel (1963) uno de los rasgos fundamentales de cualquiera civilización es la transmisión y conservación a través de generaciones de una serie de valores.
En consecuencia, cuando se escudriña la realidad socioeconómica, sociocultural y sociopolítica colombiana se detecta cierto grado de complejidad en su conformación étnica y concepción etico-filosófica, porque el hombre del interior, por ejemplo, tiende a ser introvertido, ensimismado, concentrado en su propio yo; mientras que el hombre afrocaribeño es extrovertido, volcado hacia fuera, expresivo, creativo-imaginativo y amante apasionado de la familia (esto no quiere decir que el hombre del interior no sea amante de la familia). Obviamente, en la Colombia contemporánea existe un tremendo desarrollo desigual; por un lado, un elevadísimo porcentaje de la población (un 65% aproximadamente) se encuentra localizado en los grandes núcleos urbanos y por el otro, una reducida proporción (aproximadamente un 35%) se halla en las zonas rurales; entonces, la Colombia urbana es próspera, moderna, científica y técnicamente más avanzada que la rural; ésta última se caracteriza por el abandono, el atraso, los pésimos e inexistentes servicios públicos; por lo general, la Colombia rural carece de modernas vías carreteables, de agua potable, alcantarillado, hospitales, escuelas adecuadas para albergar a la población estudiantil “in crescendo”. Esta contradicción entre los dos modelos del país ha generado una aguda contradicción bélica entre hermanos, entre los habitantes del mismo suelo patrio. ¿Qué ha generado esta situación? Bueno, la injusta repartición y/o distribución de los bienes y servicios de la cultura y civilización, del Producto Interno Bruto (PIB), ya que la plusvalía (máxima ganancia) queda en las manos avaras, opíparas de la burguesía latifundista e industrial que siempre ha usufructuado “los bienes terrenales del hombre”. A esto se agrega la irresponsabilidad, la negligencia y el espíritu apátrida con que la clase política (mal llamada clase dirigente) ha regido los destinos del país; única y exclusivamente les ha importado los gajes del poder, la ostentación de las altas posiciones del Estado para enriquecerse impunemente en detrimento del bienestar de las vastas mayorías de compatriotas, que gimen y padecen de Insalubridad, desempleo, hambre y, por ende, violencia generalizada. La población civil actual es víctima inocente de las arremetidas furibundas de los grupos guerrilleros, paramilitares y del aparato represivo del Estado-Gendarme. ¿Cómo otear la luz al final del túnel? La única salida a esta encrucijada es la socialización e integración de la cultura y civilización colombiana en un Frente Unido, Democrático y Popular pro-defensa de los auténticos valores de unidad, solidaridad, nacionalidad y democracia participativa; también hay que sensibilizar al pueblo, prepararlo, entrenarlo en los artilugios de la verdadera democracia, en aras de una futura toma del poder (por el pueblo, para el pueblo y del pueblo).
¿Estaríamos dispuestos a sacudir nuestra podrida conciencia y ponerla a funcionar en pro de la construcción de un país más justo, más amable, mas igualitario, para que la próxima generación de colombianos no sean esclavos? Creo que sí puede, siempre y cuando nos hagamos un profundo examen de conciencia, constricción de corazón y propósito de enmienda y desalojemos de nuestro ser interior para siempre jamás los demonios del egoísmo, del orgullo, de la envidia y de la avaricia; y nos entreguemos al servicio desinteresado de los humillados y ofendidos de este país.
¡La democracia y el progreso es de todos! ¡Conquistémoslos ya!
Sincelejo, Marzo 1 de 1999.
El concepto de civilización, aunque menos amplio que el de cultura, es un neologismo que aparece en Francia en el siglo XVIII. Fue formado a partir de las palabras “civilizado y civilizar” que existían desde hacía tiempo y se utilizaban en el siglo XVI. Inicialmente fue empleado como término de jurisprudencia y designa un acto de justicia o un juicio que convierte en civil un proceso criminal. Al cobrar nuevo sentido, civilización se opone, grosso modo, a barbarie. De ahí que los términos cultura y civilización son tan estrechos que puede decirse que toda civilización es cultura, más no toda cultura es civilización. La civilización se considera como una etapa de la cultura y el momento que determina el advenimiento de una civilización es la iniciación de la vida en el nuevo sistema de ciudades.
La ciudad (del latín civitas) emplea términos como poder, localización, instituciones y bien común, siendo civilización sinónimo de progreso y actividad cultural. Algunos autores, entre ellos Kenneth Boulding, plantean que la historia de la humanidad es factible dividirla a partir de la siguiente concepción: período pre-civilizado, hasta la aparición de la vida urbana; periodo civiliado, hasta el siglo XX y etapa post-civilizada con el desenvolvimiento de la megápolis, que surge como resultado del superdesarrollo científico y tecnológico del mundo actual.
Según Braudel (1963) uno de los rasgos fundamentales de cualquiera civilización es la transmisión y conservación a través de generaciones de una serie de valores.
En consecuencia, cuando se escudriña la realidad socioeconómica, sociocultural y sociopolítica colombiana se detecta cierto grado de complejidad en su conformación étnica y concepción etico-filosófica, porque el hombre del interior, por ejemplo, tiende a ser introvertido, ensimismado, concentrado en su propio yo; mientras que el hombre afrocaribeño es extrovertido, volcado hacia fuera, expresivo, creativo-imaginativo y amante apasionado de la familia (esto no quiere decir que el hombre del interior no sea amante de la familia). Obviamente, en la Colombia contemporánea existe un tremendo desarrollo desigual; por un lado, un elevadísimo porcentaje de la población (un 65% aproximadamente) se encuentra localizado en los grandes núcleos urbanos y por el otro, una reducida proporción (aproximadamente un 35%) se halla en las zonas rurales; entonces, la Colombia urbana es próspera, moderna, científica y técnicamente más avanzada que la rural; ésta última se caracteriza por el abandono, el atraso, los pésimos e inexistentes servicios públicos; por lo general, la Colombia rural carece de modernas vías carreteables, de agua potable, alcantarillado, hospitales, escuelas adecuadas para albergar a la población estudiantil “in crescendo”. Esta contradicción entre los dos modelos del país ha generado una aguda contradicción bélica entre hermanos, entre los habitantes del mismo suelo patrio. ¿Qué ha generado esta situación? Bueno, la injusta repartición y/o distribución de los bienes y servicios de la cultura y civilización, del Producto Interno Bruto (PIB), ya que la plusvalía (máxima ganancia) queda en las manos avaras, opíparas de la burguesía latifundista e industrial que siempre ha usufructuado “los bienes terrenales del hombre”. A esto se agrega la irresponsabilidad, la negligencia y el espíritu apátrida con que la clase política (mal llamada clase dirigente) ha regido los destinos del país; única y exclusivamente les ha importado los gajes del poder, la ostentación de las altas posiciones del Estado para enriquecerse impunemente en detrimento del bienestar de las vastas mayorías de compatriotas, que gimen y padecen de Insalubridad, desempleo, hambre y, por ende, violencia generalizada. La población civil actual es víctima inocente de las arremetidas furibundas de los grupos guerrilleros, paramilitares y del aparato represivo del Estado-Gendarme. ¿Cómo otear la luz al final del túnel? La única salida a esta encrucijada es la socialización e integración de la cultura y civilización colombiana en un Frente Unido, Democrático y Popular pro-defensa de los auténticos valores de unidad, solidaridad, nacionalidad y democracia participativa; también hay que sensibilizar al pueblo, prepararlo, entrenarlo en los artilugios de la verdadera democracia, en aras de una futura toma del poder (por el pueblo, para el pueblo y del pueblo).
¿Estaríamos dispuestos a sacudir nuestra podrida conciencia y ponerla a funcionar en pro de la construcción de un país más justo, más amable, mas igualitario, para que la próxima generación de colombianos no sean esclavos? Creo que sí puede, siempre y cuando nos hagamos un profundo examen de conciencia, constricción de corazón y propósito de enmienda y desalojemos de nuestro ser interior para siempre jamás los demonios del egoísmo, del orgullo, de la envidia y de la avaricia; y nos entreguemos al servicio desinteresado de los humillados y ofendidos de este país.
¡La democracia y el progreso es de todos! ¡Conquistémoslos ya!
Sincelejo, Marzo 1 de 1999.
<< Home