LA BÚSQUEDA DE LA AUTENTICIDAD (2004)
Por: Ubaldina Díaz Romero
Profesora medio tiempo Universidad del Atlántico.
El imperativo categórico de una nación se hace al amparo de los acentos de los abuelos, al arrullo de los sones que han visto crecer las generaciones. Los caminos del reconocimiento están repletos de emboscadas, asaltos y despojos. Al abrigo de las canciones de cuna se van forjando los sueños, los imaginarios que tarde o temprano, templan el carácter de las personas.
A medida que transcurren los diversos momentos de la vida, uno va tejiendo una red de vivencias, encuentros y despedidas coloreados con la tinta de los amores de cada estación.
A la sombra del goce por lo vivido, uno puede combinar el gusto por las raíces con la admiración por los saberes, por ese conocimiento trenzado en el tiempo, cargado de hondas ensoñaciones, mecido entre auroras y crepúsculos.
Los autores de la palabra saben bien que ésta no es ajena a los sucesos curiosos, particulares que dejan huella en la memoria. Por eso, quienes dedican su genio al asunto de las letras trascienden el espacio de la temporalidad terrena y se quedan por siempre en las hojas de la memoria colectiva. Sucesos contados, ilusiones narradas van formando una curiosa trenza multicolor en la que se unen lo ficticio y lo real, las experiencias internas y externas, la armonía de los momentos de goce con el acento sordo de las tragedias, una trenza palpitante que se extiende por las calles de ese pueblo, dejando en cada tramo breves fibras de su cuerpo. Biznas que regresan a la tierra apisonadas en las noches de gaitas y tambores.
Han pasado diecinueve (19) años desde aquella fecha del primer Festival de Gaitas y a pesar de las transformaciones que registra el escenario externo e interno respecto a dicha celebración y su motivo, son muchas las cosas que se conservan casi iguales. Repasando las Revistas del Festival y otras regionales, comprende uno porqué el desplazamiento forzado es una puñalada trapera en el corazón montañero. Allí aparece diáfano como una mañana de Enero, el brillo del amor por lo propio, la dignidad definida por el amor al terruño, la nobleza de una tierra trabajadora que sólo aspira a seguir siendo igual de auténtica como fueron sus ancestros.
DE LOS REPLIEGUES DE LA AUTENTICIDAD
El jueves 2 de Octubre escuchábamos en el Teatro Amira De la Rosa de Barranquilla, la conferencia de Jorge Nieves titulada “Dinámicas transformativas en la música del caribe colombiano” y no pudimos más que reconocer el talento y disciplina de este investigador. La conferencia en el marco del II encuentro de investigadores de Música afrocaribe deja sentado de plano la íntima conexión que tiene la música autóctona con los formatos profesionales que llenaron de reconocimiento el aporte musical colombiano al Caribe antillano y a los escenarios más disímiles del mundo contemporáneo.
Lo relevante de nuestro coterráneo es la afirmación según la cual “la innovación es lo que constituye la tradición auténtica de los cultores de la música en el caribe Colombiano”, La tradición de la innovación. Al respecto trae a colación varios trabajos de autores tan representativos, tantas veces rotulados como lo más auténtico, entendiendo por tal, los que no se apartan de la tradición de los mayores, trabajos en los cuales se hace evidente la vocación innovadora de tales innovadores. Este es el caso de Alejandro Durán en quien encontramos que el formato ”clásico” de la música de acordeón es roto en muchas más ocasiones de lo que quisieran recordar ciertos contumaces defensores de la música de acordeón en otros escenarios.
Así las cosas, esta barranquillera que hoy pretende compartir con ustedes algunas de sus inquietudes y percepciones, han tenido en ese momento del día jueves, la ocasión para ensanchar su comprensión respecto a ciertas vivencias asociadas con la experiencia de la música autóctona. Los sones típicos de las regiones costeras y sus subregiones a partir desmedidos del siglo XX inician la inserción en los formatos de la música profesional. Las orquestas de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Julio Ojito, le dan un toque de lujo a nuestra creatividad musical, realizando la traducción de los sones musicales del terruño a los instrumentos propios de los formatos de tales orquestas. Hay una transferencia que prescinde del instrumento raizal para decantar en otro, la esencia de la música autóctona. Así se crea la música popular, esto es, la que es aceptada en los escenarios de la radio, la televisión, los grandes centros nocturnos, en fin, la que es grabada por las grandes multinacionales.
Pero sucede que tal movimiento inicia por efectos de la globalización un paso de retroceso y al tiempo, aparecen los instrumentos raizales en los formatos especializados: allí al pié del brincaíto de Carlos vives, estamos nosotros. Hoy por hoy entiendo porqué cuando suena un porro, una gaita, un trío de guitarras a lo Guillermo Buitrago, un son habanero, una plena portorriqueña, una bomba, siento agolparse en el pecho un cúmulo de sentimientos. Igual que cuando escucho la versión de “Zoila” de Alejandro Durán.
Siento flotar las venas y enervarse las mínimas fibras del espíritu, el corazón acongojado, o la lluvia intermitente en los recuerdos evocados, o las palmadas sonoras de mi padre acompasando su ritmo, marcando al tiempo con el pie izquierdo. Para quienes han recorrido a lomo de mula incluso, las tierras sabaneras de Bolívar a Córdoba, pasando por la Mojana en cumplimiento del deber del funcionario responsable, para llegar a los lejanos municipios marginados por la carencia de vías, era inevitable empaparse de los aires de la región del porro, de las cumbias. Era inevitable que en le regreso a casa no portara aquella música llaneza de carácter, aquella manera de ser franca y cordial que identifica a los oriundos de la región sabanera.
La chuana sintetiza el talento tristón y malicioso al mismo tiempo de los aborígenes, pero también la angustia y el asombro de los días, la pujanza de la tierra en diálogo de elementos: no es el aire solo sino el aire, el agua, la tierra, el climax de la pasión lo que esconde en sus entrañas el instrumento insignia de estas fiestas. Es el sonido ronco, profundo de una tierra que llora a través de la caña.
Los continuos desplazamientos que acusa l trabajo artístico en el campo de la música permite decir que no han sido los artistas insensibles a los acontecimientos: que el ser humano recrea lo que le angustia, le preocupa, le indigna o le llena de coraje, de ansiedad y temores. No es auténtico que por un folclorismo de baja significación, nos neguemos a considerar, ponderar y aceptar las innovaciones que nos traen los incipientes compositores. Ya es un orgullo observar el aumento considerable de participantes en cada uno de los eventos.
Profesora medio tiempo Universidad del Atlántico.
El imperativo categórico de una nación se hace al amparo de los acentos de los abuelos, al arrullo de los sones que han visto crecer las generaciones. Los caminos del reconocimiento están repletos de emboscadas, asaltos y despojos. Al abrigo de las canciones de cuna se van forjando los sueños, los imaginarios que tarde o temprano, templan el carácter de las personas.
A medida que transcurren los diversos momentos de la vida, uno va tejiendo una red de vivencias, encuentros y despedidas coloreados con la tinta de los amores de cada estación.
A la sombra del goce por lo vivido, uno puede combinar el gusto por las raíces con la admiración por los saberes, por ese conocimiento trenzado en el tiempo, cargado de hondas ensoñaciones, mecido entre auroras y crepúsculos.
Los autores de la palabra saben bien que ésta no es ajena a los sucesos curiosos, particulares que dejan huella en la memoria. Por eso, quienes dedican su genio al asunto de las letras trascienden el espacio de la temporalidad terrena y se quedan por siempre en las hojas de la memoria colectiva. Sucesos contados, ilusiones narradas van formando una curiosa trenza multicolor en la que se unen lo ficticio y lo real, las experiencias internas y externas, la armonía de los momentos de goce con el acento sordo de las tragedias, una trenza palpitante que se extiende por las calles de ese pueblo, dejando en cada tramo breves fibras de su cuerpo. Biznas que regresan a la tierra apisonadas en las noches de gaitas y tambores.
Han pasado diecinueve (19) años desde aquella fecha del primer Festival de Gaitas y a pesar de las transformaciones que registra el escenario externo e interno respecto a dicha celebración y su motivo, son muchas las cosas que se conservan casi iguales. Repasando las Revistas del Festival y otras regionales, comprende uno porqué el desplazamiento forzado es una puñalada trapera en el corazón montañero. Allí aparece diáfano como una mañana de Enero, el brillo del amor por lo propio, la dignidad definida por el amor al terruño, la nobleza de una tierra trabajadora que sólo aspira a seguir siendo igual de auténtica como fueron sus ancestros.
DE LOS REPLIEGUES DE LA AUTENTICIDAD
El jueves 2 de Octubre escuchábamos en el Teatro Amira De la Rosa de Barranquilla, la conferencia de Jorge Nieves titulada “Dinámicas transformativas en la música del caribe colombiano” y no pudimos más que reconocer el talento y disciplina de este investigador. La conferencia en el marco del II encuentro de investigadores de Música afrocaribe deja sentado de plano la íntima conexión que tiene la música autóctona con los formatos profesionales que llenaron de reconocimiento el aporte musical colombiano al Caribe antillano y a los escenarios más disímiles del mundo contemporáneo.
Lo relevante de nuestro coterráneo es la afirmación según la cual “la innovación es lo que constituye la tradición auténtica de los cultores de la música en el caribe Colombiano”, La tradición de la innovación. Al respecto trae a colación varios trabajos de autores tan representativos, tantas veces rotulados como lo más auténtico, entendiendo por tal, los que no se apartan de la tradición de los mayores, trabajos en los cuales se hace evidente la vocación innovadora de tales innovadores. Este es el caso de Alejandro Durán en quien encontramos que el formato ”clásico” de la música de acordeón es roto en muchas más ocasiones de lo que quisieran recordar ciertos contumaces defensores de la música de acordeón en otros escenarios.
Así las cosas, esta barranquillera que hoy pretende compartir con ustedes algunas de sus inquietudes y percepciones, han tenido en ese momento del día jueves, la ocasión para ensanchar su comprensión respecto a ciertas vivencias asociadas con la experiencia de la música autóctona. Los sones típicos de las regiones costeras y sus subregiones a partir desmedidos del siglo XX inician la inserción en los formatos de la música profesional. Las orquestas de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Julio Ojito, le dan un toque de lujo a nuestra creatividad musical, realizando la traducción de los sones musicales del terruño a los instrumentos propios de los formatos de tales orquestas. Hay una transferencia que prescinde del instrumento raizal para decantar en otro, la esencia de la música autóctona. Así se crea la música popular, esto es, la que es aceptada en los escenarios de la radio, la televisión, los grandes centros nocturnos, en fin, la que es grabada por las grandes multinacionales.
Pero sucede que tal movimiento inicia por efectos de la globalización un paso de retroceso y al tiempo, aparecen los instrumentos raizales en los formatos especializados: allí al pié del brincaíto de Carlos vives, estamos nosotros. Hoy por hoy entiendo porqué cuando suena un porro, una gaita, un trío de guitarras a lo Guillermo Buitrago, un son habanero, una plena portorriqueña, una bomba, siento agolparse en el pecho un cúmulo de sentimientos. Igual que cuando escucho la versión de “Zoila” de Alejandro Durán.
Siento flotar las venas y enervarse las mínimas fibras del espíritu, el corazón acongojado, o la lluvia intermitente en los recuerdos evocados, o las palmadas sonoras de mi padre acompasando su ritmo, marcando al tiempo con el pie izquierdo. Para quienes han recorrido a lomo de mula incluso, las tierras sabaneras de Bolívar a Córdoba, pasando por la Mojana en cumplimiento del deber del funcionario responsable, para llegar a los lejanos municipios marginados por la carencia de vías, era inevitable empaparse de los aires de la región del porro, de las cumbias. Era inevitable que en le regreso a casa no portara aquella música llaneza de carácter, aquella manera de ser franca y cordial que identifica a los oriundos de la región sabanera.
La chuana sintetiza el talento tristón y malicioso al mismo tiempo de los aborígenes, pero también la angustia y el asombro de los días, la pujanza de la tierra en diálogo de elementos: no es el aire solo sino el aire, el agua, la tierra, el climax de la pasión lo que esconde en sus entrañas el instrumento insignia de estas fiestas. Es el sonido ronco, profundo de una tierra que llora a través de la caña.
Los continuos desplazamientos que acusa l trabajo artístico en el campo de la música permite decir que no han sido los artistas insensibles a los acontecimientos: que el ser humano recrea lo que le angustia, le preocupa, le indigna o le llena de coraje, de ansiedad y temores. No es auténtico que por un folclorismo de baja significación, nos neguemos a considerar, ponderar y aceptar las innovaciones que nos traen los incipientes compositores. Ya es un orgullo observar el aumento considerable de participantes en cada uno de los eventos.
La música de gaitas tiene el embrujo de los caminos, la atracción de las sombras de un mediodía brillante, la nobleza del sentimiento que impulsa el aire por la caña de pitahaya, la solidez de los montes que se yerguen imperturbables ante el paso de los siglos. Hoy , allá en el confín donde pastan los potros de las sabanas, en aquel telón de fondo adherido a las montañas, al lado de los grandes guerreros de la nación zenú, se observa la figura de otros grandes cuyo acento y sentimiento perdurarán por siempre en la memoria del pueblo que los vio nacer y convertirse en emblema de sus más grandes valores.
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