Monday, July 16, 2007

FERNANDO SEPTIMO “MARAVILLA DEL MUNDO” (2001)

Javier Francisco Cabrera Arroyo

El Rey Fernando Séptimo nació en Roble, Bolívar, Colombia a orillas del Río Grande de la Magdalena, bajo el arrullo de una negra Bullerenguera, quien con sus canciones y su hermosa voz empezó a esculpir la vida musical de su hijo, al lado del “Zico Ambato” su consejero y maestro de percusión.

Fue tanto el conocimiento que asimilara de su madre y de “NICO” que el mismo se hizo tambolero de su madre a la edad de 9 años.

Sus años mozos los disfrutó en Plato Magdalena, de allí su primer nombre artístico “El Plateño”, en la tierra del hombre caimán se vio obligado a un receso como tambolero por aparición de las radiolas y esos aparatos raros en las fiestas populares; ahora sería la música vallenata la que le coqueteara y como siempre fue un ferviente enamorado de toda expresión artística, aceptó el reto, llegando a ser cajero de reconocidas figuras como: Juancho Polo Valencia, Pacho Rada y Alejo Duran entre otros.

S viejo tambor bullerenguero se quedó en el tiempo, impávido, huérfano y solitario apolillado por la melancolía, esperando a que llegara el tiempo en que la gaita tomara venganza y saliera en su rescate; sucedió entonces que el tambolero se acordó de su tambor en una noche de velación al compás de las gaitas.

Fernando empieza a interesarse por la música de gaita y en conocer muchos gaiteros como Juan y José Lara, Mañe Serpa, Mañe Mendoza, Nolasco Mejía, Medardo Padilla y de los mellos de Plato entre otros, pero esta dicha le duró muy poco, porque comenzaría otra etapa de su vida en Sincelejo, como forma de ganarse el sustento se dedicó a la venta de pescado; sus días trascurrían entre el lavagayo y el olor a pescado.

Las fiestas del veinte de enero y sus famosas corralejas sería el lugar propicio para conocer a diversos grupos musicales de toda la costa. Cayó en la fatídica corraleja del año 1980 sin sufrir un rasguño, solo el susto.

Siguió su labor artística como cajero y para el año 1985 era el cajero del Rey Sabanero del requinto “Ángel Niño” y para un cuatro de Octubre de ese año, arribaron a Ovejas para el Festival Nacional de Gaitas, ofreciendo su música sabanera al mejor postor, a eso de las tres de la madrugada Fernando discute con uno de sus compañeros y se dispuso a buscar un vehículo que lo llevase de regreso a Sincelejo, cuando llegó a la esquina del cementerio completamente beodo, se recostó en la paredilla para reposar la rasca, de pronto escuchó la algarabía de un tambor que lo llamaba, se dejó guiar por la brújula de su corazón hasta que llegó a la casa de Antonio Cabrera Fontalvo, se quedó maravillado de aquello porque en su vida jamás había visto tanto gaitero reunido, se acercó a la parranda vestido con pantalón blanco, una guayabera azul celeste, un sombrero Vueltiao Alon y zapatos tres coronas de color blanco y negro, y luego saludó pero nadie lo conocía, más el si reconoció a José Lara y después de unas palabras éste le reconoce y como solía decir Mosquera se dieron un abrazo como de iguano en campano, porque después de muchos años volvieron a verse, pidió que lo dejaran tocar, Toñito Cabrera le sirvió un trago y le dijo: “Aquiétese viejo sombreron, siéntese y deje que los que saben tocar toquen”, José Lara intercedió por él diciendo: “dejen que el hombre toque, él también sabe, todos quedaron en silencio y escépticos, en tanto que el viejo Toño (padre) tomó su gaita para interpretar “el golpe de cháraca”, al finalizar el tema musical el anfitrión y creador del festival, lo cargó y le dijo: “De cualquier palisá sale un lobo”.

Los demás músicos e invitados lo ovacionaron, Juancho Sierra exclamó: “ese viejo si toca sabroso”. Desde ese momento nació para Ovejas un nuevo hijo: Fernando Séptimo Mosquera, dueño no solo de la casa de los Cabrera sino del cariño de los moradores del barrio el cozo y de todos los ovejeros.

“Este era el espacio que yo necesitaba para mostrar mi talento”, nací bajo un tambor y bajo un tambor moriré, fueron sus frases de siempre. Bastó con que alguien se enamorara de su estilo para empezar a crecer, luego de muchos años de parrandas cantaría aquellos bellos temas que en otrora le enseñara natividad de la Hoz su madre.

Ahora no sólo era el tambolero consentido de Sucre, sino, un cantador de Bullerengues. Mosquera sin proponérselo forjó una escuela, con una identidad tocada por la alegría y la sencillez, definitivamente Mosquera fue un personaje digno de admirar, aunque de apariencia tosca tenía una mirada taciturna con una de ángel, era loco y extrovertido, se burlaba hasta de su propia sombra, pero tan sentimental como el que más.

Solía mostrar una sonrisa esculpida sobre dientes gastados por el tiempo, era el trovero de parrandas gaiteras que rompían el silencio de tranquilas noches brumosas, con el repentismo de canciones de juglar sabanero.

Sus manos pródigas y callosas percutían sobre un tambor que muestra la gallardía y la casa de su intérprete. Era fácil observarle en los festivales con pantalones mugrientos de cuatro días de parranda que denotaban sus faenas, faenas que lo convirtieron en el mejor tambolero de muchos festivales, sus viejas tripas lo llevaron a besar el dulce amargo de la inevitable muerte. Ovejas perdió a su hijo y hoy nada iguala la tristeza que embarga las lozanas gaitas, ni cesa el llanto de un tambor negro cuyos sonidos quedaron atrapados en el recuerdo de las acústicas calles de Ovejas.

Mosquera un hombre que con el tesón de sus manos mostró la sensibilidad del gaitero. Tú hablarás en el tiempo por las manos de tus discípulos.