EL DESVELO DE LA CERA (1995)
Por: Alfredo Ricardo Guerrero
Parece que el olvido y el infortunio quisiera amarrarse a la historia natural y social de los músicos de la “tierra”. En la aurora de los tiempos contempla su dolor, lo convierte en su hermano con impresionante estoicismo prosigue con el llanto cantarino no importa que su cuerpo se empalidezca mortificado de penas, si su espíritu entonará aunque sea en murmullos lastimeros un himno a la vida hasta la muerte. Al fin y al cabo las intenciones de cambiar los hechos son simples preludios desde siempre de los grandes eventos.
Con hambre veraniega el rumor melódico de viejas gaitas, esperaban que el concierto citadino y periódico que se había preparado iniciará la aplicación de políticas que conllevara por lo menos a sentar un precedente de análisis, rechazo en las situaciones generadas en el aplastamiento cultural surgidas en el mal denominado “encuentro”. Su origen. Era imprescindible la adopción de comportamientos socioculturales inspirados en el deseo de buscar a valoración de la vida de los protagonistas de nuestros hechos culturales.
En esas dinámicas de cosas, el trasnocho de una gaita se asemeja al llanto de eco lejano y grave que retumba con disonancia nostálgica en el rincón del olvido de una comarca aislada por los “ruidos” de los nuevos mundos. En su ritual de obligado clamor, gime también el viejo gaitero, también sus esperanzas fueron demolidas. Por la imposición arrogante de aquellos que pregonan la musicalidad de la hipocresía organizante, con ello al igual que uno, la cera cuando se desvela, se preocupa, se mortifica el espíritu a pesar de ser por esencia aguantadora de gritos, parrandera de interminables noches y cargadora perenne de la pluma de pato que hace de boquilla en la gaita. Con su morada situada en la cúspide del bitoque de pitahaya sobrecoge en protección al aliento melódico del hombre por quien canta y llora. El gaitero.
Ahora bien, el hombre por naturaleza es generador de riquezas. La cera como parte de la vida misma de ese hombre guarda un resentimiento, está convencida de su negra suerte, porque el señor que le brinda su alimento predilecto de carbón molido, yace enredado en la maleza de pobreza absoluta. La ejecución del instrumento ancestral de la gaita todavía es la hora que no le permite subsistir. Pero, lo grave del cuento, es que, sin ser nativo de aquí, ni instrumentos, ni ejecutantes, y muchas veces ni los ritmos exploran digo yo, nuestro amor por lo extraño y con el patrocinio de empresas multinacionales, nos montan espectáculos grandiosos, suntuosos, dejando de lado nuestras manifestaciones artísticas vernáculas, convirtiéndolas en simple afición, la cual heredamos solo para explotarlas una vez al año y eso por irrisorias remuneraciones económicas o por nada.
Al anotar estas verdades, no busco narrar el mismo lamento querello que se difunde en los foros, conferencias suscitados alrededor de los distintos eventos que se dan en el país, pretendo hacer un llamado fraterno a las distintas entidades llámense estatales o privadas para que diseñen o confeccionen una estrategia productiva aspirando que los cultores especialmente a los del género musical de gaita tasen económicamente este ejercicio artístico que les facilite un mejor estar, sino a plenitud por lo menos humanamente digno.
Casi convertidos en piezas de museo viviente y amenizadores esporádicos de una que otra parranda borrachina hoy solo despiertan cierto interés en aquellos investigadores y entidades que requieren testimoniar en los elaborados compendios o tratados justificando en meros procesos acumulativos y de colección de datos la existencia de entes con criterio burocratero, la grandeza histórica que encierra la música de la tierra manifestada en la naturalidad musical de las gaitas americanas.
Esto mismo ocurre con los eventos desarrollados en la región, sus esfuerzos, penurias por promocionar, difundir lo nuestro, cada año que se avecina la organización del evento, es la aproximación de la mendicidad, de la incertidumbre por los recursos, etc. Aquí también surge la preocupación de la cera, ella piensa, de seguir esta sofocante situación me voy a derretir por la desidia y la inconsistencia de las políticas culturales del estado, quienes han sido concebidos con sentimientos elitistas, creadas bajo las expectativas de un programa más, es así que todavía los medios de difusión masivos oficial están prestos exclusivamente a los de la llamada “alta cultura”, para los roqueros del norte, esos de las melodías electrónicas, sublime de violencia. Son muy pocas las emisiones radiales ocupadas de las manifestaciones de la cultura popular muy a pesar de ser fundamento de la identidad nacional y de “gozar” de las garantías constitucionales, claro, según el rezo, en la práctica, lo dudo.
Apegado a lo expuesto, me atrevo afirmar que nuestro quehacer cultural particularmente en el aspecto musical amerita una profunda y concienzuda revisión que convoque el amor patrio y hacer que el estado entienda a la cultura como parte fundamental del desarrollo.
Por otro lado, urge hacer modificaciones a los esquemas musicales tradicionales respetando su esencia, autenticidad y cadencia con el objeto de abrir mercados que posibilite a nuestros músicos tengan asegurada su subsistencia física y que eventos promocionadores se proyecten al entorno socio-cultural que le asiste. No se trata de comercialización deformadora, por el contrario, que la música popular como la gaita, se pula con arreglos cuidadosos que definan un proceso de evaluación saludable y de avanzada.
Al generar ingresos, ya no contemplaríamos tantas escenas de miseria hasta hace poco protagonizado por el gaitero u otro creador de arte. No basta escribir sobre ellos, plagiarles en oportunidades sus composiciones o quizás hacerse célebre a costa de soledad años de andar penuriento o del reconocer del tiempo con pasos de soledad. Es injusto dejarlos ir sin haber recogido el acetato sus memorias musicales.
Por último, quiero dirigirme a la organización del Festival Nacional de Gaitas, acotando algunas sugerencias sanas, de buena fe, las hago en mi calidad de ovejero, de ciudadano común y corriente y amante de la cultura popular.
Transcurrido once ediciones del magno evento, es tiempo que se cristalice la proyección del mismo a la comunidad en el sentido social. La preocupación debe mudarse de los cuatro días a los 365 días del año, llevando por consiguiente la iniciativa de obras que beneficien al municipio, en pro de una concha acústica, fundar la primera biblioteca folclórica del departamento, para lo cual sugiero que el festival emprenda convocando a la comunidad en general a una gran cruzada permanente por la cultura.
Que se piense en la salud del gaitero, para lo cual debe establecer convenios con entidades que promuevan la asistencia social (Club de Leones, Cruz Roja, empresas solidarias de salud, etc). También es tiempo que el festival gestione la grabación discográfica de los grupos ganadores, perpetuando así el archivo musical del evento.
El Festival Nacional de Gaitas de Ovejas, para lograr estos objetivos y otros debe renovar sus estructura organizativa, abandonar el viejo esquema de “Asociación”. Buscando convertirse en una “Fundación” o “Corporación” que lo faculte para adoptar una actitud productiva y así pueda asegurar su existencia y sus fines sociales. Es importante sepultar los “Conciertos opinadotes” que solo gesten eso, opinión. El Festival urge de acciones concretas, realistas y ante todo de los ovejeros de buena voluntad.
Cuando ello ocurra, la cera podrá recobrar sus sueños y posarse tranquila en la cima del canuto que la arrulla en la noche de todos los tiempos.
Parece que el olvido y el infortunio quisiera amarrarse a la historia natural y social de los músicos de la “tierra”. En la aurora de los tiempos contempla su dolor, lo convierte en su hermano con impresionante estoicismo prosigue con el llanto cantarino no importa que su cuerpo se empalidezca mortificado de penas, si su espíritu entonará aunque sea en murmullos lastimeros un himno a la vida hasta la muerte. Al fin y al cabo las intenciones de cambiar los hechos son simples preludios desde siempre de los grandes eventos.
Con hambre veraniega el rumor melódico de viejas gaitas, esperaban que el concierto citadino y periódico que se había preparado iniciará la aplicación de políticas que conllevara por lo menos a sentar un precedente de análisis, rechazo en las situaciones generadas en el aplastamiento cultural surgidas en el mal denominado “encuentro”. Su origen. Era imprescindible la adopción de comportamientos socioculturales inspirados en el deseo de buscar a valoración de la vida de los protagonistas de nuestros hechos culturales.
En esas dinámicas de cosas, el trasnocho de una gaita se asemeja al llanto de eco lejano y grave que retumba con disonancia nostálgica en el rincón del olvido de una comarca aislada por los “ruidos” de los nuevos mundos. En su ritual de obligado clamor, gime también el viejo gaitero, también sus esperanzas fueron demolidas. Por la imposición arrogante de aquellos que pregonan la musicalidad de la hipocresía organizante, con ello al igual que uno, la cera cuando se desvela, se preocupa, se mortifica el espíritu a pesar de ser por esencia aguantadora de gritos, parrandera de interminables noches y cargadora perenne de la pluma de pato que hace de boquilla en la gaita. Con su morada situada en la cúspide del bitoque de pitahaya sobrecoge en protección al aliento melódico del hombre por quien canta y llora. El gaitero.
Ahora bien, el hombre por naturaleza es generador de riquezas. La cera como parte de la vida misma de ese hombre guarda un resentimiento, está convencida de su negra suerte, porque el señor que le brinda su alimento predilecto de carbón molido, yace enredado en la maleza de pobreza absoluta. La ejecución del instrumento ancestral de la gaita todavía es la hora que no le permite subsistir. Pero, lo grave del cuento, es que, sin ser nativo de aquí, ni instrumentos, ni ejecutantes, y muchas veces ni los ritmos exploran digo yo, nuestro amor por lo extraño y con el patrocinio de empresas multinacionales, nos montan espectáculos grandiosos, suntuosos, dejando de lado nuestras manifestaciones artísticas vernáculas, convirtiéndolas en simple afición, la cual heredamos solo para explotarlas una vez al año y eso por irrisorias remuneraciones económicas o por nada.
Al anotar estas verdades, no busco narrar el mismo lamento querello que se difunde en los foros, conferencias suscitados alrededor de los distintos eventos que se dan en el país, pretendo hacer un llamado fraterno a las distintas entidades llámense estatales o privadas para que diseñen o confeccionen una estrategia productiva aspirando que los cultores especialmente a los del género musical de gaita tasen económicamente este ejercicio artístico que les facilite un mejor estar, sino a plenitud por lo menos humanamente digno.
Casi convertidos en piezas de museo viviente y amenizadores esporádicos de una que otra parranda borrachina hoy solo despiertan cierto interés en aquellos investigadores y entidades que requieren testimoniar en los elaborados compendios o tratados justificando en meros procesos acumulativos y de colección de datos la existencia de entes con criterio burocratero, la grandeza histórica que encierra la música de la tierra manifestada en la naturalidad musical de las gaitas americanas.
Esto mismo ocurre con los eventos desarrollados en la región, sus esfuerzos, penurias por promocionar, difundir lo nuestro, cada año que se avecina la organización del evento, es la aproximación de la mendicidad, de la incertidumbre por los recursos, etc. Aquí también surge la preocupación de la cera, ella piensa, de seguir esta sofocante situación me voy a derretir por la desidia y la inconsistencia de las políticas culturales del estado, quienes han sido concebidos con sentimientos elitistas, creadas bajo las expectativas de un programa más, es así que todavía los medios de difusión masivos oficial están prestos exclusivamente a los de la llamada “alta cultura”, para los roqueros del norte, esos de las melodías electrónicas, sublime de violencia. Son muy pocas las emisiones radiales ocupadas de las manifestaciones de la cultura popular muy a pesar de ser fundamento de la identidad nacional y de “gozar” de las garantías constitucionales, claro, según el rezo, en la práctica, lo dudo.
Apegado a lo expuesto, me atrevo afirmar que nuestro quehacer cultural particularmente en el aspecto musical amerita una profunda y concienzuda revisión que convoque el amor patrio y hacer que el estado entienda a la cultura como parte fundamental del desarrollo.
Por otro lado, urge hacer modificaciones a los esquemas musicales tradicionales respetando su esencia, autenticidad y cadencia con el objeto de abrir mercados que posibilite a nuestros músicos tengan asegurada su subsistencia física y que eventos promocionadores se proyecten al entorno socio-cultural que le asiste. No se trata de comercialización deformadora, por el contrario, que la música popular como la gaita, se pula con arreglos cuidadosos que definan un proceso de evaluación saludable y de avanzada.
Al generar ingresos, ya no contemplaríamos tantas escenas de miseria hasta hace poco protagonizado por el gaitero u otro creador de arte. No basta escribir sobre ellos, plagiarles en oportunidades sus composiciones o quizás hacerse célebre a costa de soledad años de andar penuriento o del reconocer del tiempo con pasos de soledad. Es injusto dejarlos ir sin haber recogido el acetato sus memorias musicales.
Por último, quiero dirigirme a la organización del Festival Nacional de Gaitas, acotando algunas sugerencias sanas, de buena fe, las hago en mi calidad de ovejero, de ciudadano común y corriente y amante de la cultura popular.
Transcurrido once ediciones del magno evento, es tiempo que se cristalice la proyección del mismo a la comunidad en el sentido social. La preocupación debe mudarse de los cuatro días a los 365 días del año, llevando por consiguiente la iniciativa de obras que beneficien al municipio, en pro de una concha acústica, fundar la primera biblioteca folclórica del departamento, para lo cual sugiero que el festival emprenda convocando a la comunidad en general a una gran cruzada permanente por la cultura.
Que se piense en la salud del gaitero, para lo cual debe establecer convenios con entidades que promuevan la asistencia social (Club de Leones, Cruz Roja, empresas solidarias de salud, etc). También es tiempo que el festival gestione la grabación discográfica de los grupos ganadores, perpetuando así el archivo musical del evento.
El Festival Nacional de Gaitas de Ovejas, para lograr estos objetivos y otros debe renovar sus estructura organizativa, abandonar el viejo esquema de “Asociación”. Buscando convertirse en una “Fundación” o “Corporación” que lo faculte para adoptar una actitud productiva y así pueda asegurar su existencia y sus fines sociales. Es importante sepultar los “Conciertos opinadotes” que solo gesten eso, opinión. El Festival urge de acciones concretas, realistas y ante todo de los ovejeros de buena voluntad.
Cuando ello ocurra, la cera podrá recobrar sus sueños y posarse tranquila en la cima del canuto que la arrulla en la noche de todos los tiempos.
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