Friday, August 31, 2007

¿CRISIS DE LA CULTURA POPULAR? (1996)

Por Alfredo Mestra D.



Por simplificación usamos la expresión “cultura popular” como sinónimo de folclor. Trataremos a continuación, de dilucidar si las costumbres, los mitos, las fábulas, los proverbios, las creencias, adivinanzas, versos, música, instituciones, alimentación, atavíos y utensilios tradicionales de las sociedades particulares están realmente en vías de extinción.

Es obvio que los miembros de las nuevas generaciones nacen dentro de un sistema de relaciones, instituciones y valores ya en funcionamiento, pero este patrimonio cultural heredado no es reproducido casi nunca de manera idéntica a la forma como lo vivió la generación precedente. Más aún, los receptores de ese legado asimilan ciertos elementos pero no todos.

Solo considerando este hecho podemos afirmar que ninguna cultura viviente es estática.

Los cambios culturales a veces rápidos y otras lentos no conducen a la desintegración social precisamente, porque si bien las nuevas generaciones no reproducen en su totalidad lo transmitido por los antepasados sí conservan recrean y adoptan aquellos que les resultan idóneos para satisfacer sus necesidades materiales o espirituales.

En el seno de toda comunidad humana operan dos tendencias opuestas. Una hacia la conservación de la herencia ancestral lo más pura posible y la otra hacia la innovación. De la confrontación entre estas dos tendencias fundamentales, compuestas por elementos intrínsecos y extrínsecos, resulta la evolución característica de toda cultura.

Son los factores externos los que más imprimen fuerza a los cambios. Por mucho que resistan las fuerzas conservaduristas, a la larga termina prevaleciendo el torbellino de la innovación. Este proceso inherente a la existencia de toda sociedad humana determina la imposibilidad de las culturas puras. Lo que ha existido es una compleja sucesión de culturas híbridas (Néstor garcía Canclini).

Del enfrentamiento de diversas manifestaciones culturales surge una síntesis continente de lo sustancial de las culturas matrices. Por eso resulta quimérica una sociedad identificada por alguna suerte de unicidad cultural.

Con fundamento en las anteriores premisas cabe plantear que estamos ante su desacierto cuando se habla de crisis de la cultura popular porque algunas de sus expresiones tradicionales aparecen permeadas por agentes exógenos. Parece olvidarse a menudo que la cultura antes que una estructura inamovible, se caracteriza por vivir en una turbulenta oscilación entre el empuje vital de lo naciente y la agonía de lo descartado, quizás inconscientemente, por los pueblos.

Pero que estos cambios se cumplan inevitablemente en la vida cultural, n o significa que nada haya que hacer.

Cuando estos procesos se cumplen sin la intervención premeditada de los sectores más esclarecidos de la sociedad, es frecuente que buena parte del patrimonio cultural, se esfume y muy poco quede de él a las nuevas generaciones.

Para rescatar y preservar la cultura propia es necesario crear organizaciones que apliquen una política eficaz tendiente a reunir recursos económicos suficientes para acopiar las manifestaciones culturales populares, empezando por nuestra variada producción musical. Solo si hoy recopilamos y codificamos la creación folclórica, se podrá mañana comparar y deducir cuánto se ha perdido o se ha ganado, cuanto se ha empeorado o mejorado. Contando con un gran centro de documentación musical, las organizaciones culturales podrán promover el conocimiento y disfrute de la riqueza folclórica en peligro de desvanecerse si no se actúa antes de que sea demasiado tarde.

Los medios de comunicación masiva, espontáneamente, no divulgan este tesoro cultural, menos si son escasas las grabaciones disponibles. Desde la perspectiva del empresario de las comunicaciones, merece difundirse lo que aumente el rating y con éste las ventas de las pautas publicitarias.

Para el inversionista en emisoras radiales, en televisión, etc., la cultura es un medio de acumulación. Abandonada nuestra música vernácula a las vicisitudes del mercado perderá aún más audiencia, hasta estrechar el círculo vicioso que la sepulte definitivamente.

En esta condiciones la evolución no conduce a una saludable hibridación en la que superviva lo mejor de lo nuestro, sino al predominio de lo ajeno, por pobre que sea. La disyuntiva es por tanto: rescate y revitalización para crear y competir o desaparición paulatina.

Proveídos de organizaciones y políticas culturales adecuadas resulta practicable un auspicio al creador popular, particularmente al compositor, al músico de banda, al gaitero, etc., para que pueda entregarse plenamente al cultivo de su arte. No garantiza mucho que los músicos sólo puedan dedicarse en los ratos libres a la aplicación de su talento creador. La música es una forma especial de decir lo imposible de expresar en el lenguaje común. La comunicación subliminada de los sentimientos, de las emociones y de la vida toda; es algo tan grandioso que merece las mejores condiciones para que se realice de la manera más favorable posible. Por ello exige tiempo, esfuerzo y, sobre todo, el reconocimiento social traducido en una adecuada remuneración.

Además de organizaciones culturales se requiere que las universidades e institutos de investigación adelanten análisis que permitan preparar a las personas capacitadas, los festivales, los concursos, los conservatorios, serán más exitosos. Estos expertos serían los llamados a definir las principales políticas relativas al folclor musical y a intentar la definición de criterios respecto a lo que es admisible como innovación y lo que es menester preservar por encima de toda moda o exigencia esnobista y poder así poner a salvo lo esencial proveniente de nuestros ancestros.

Así, a diferencia de lo ocurrido con el vallenato, se tendrían de antemano claras pautas para juzgar la introducción de instrumentos diferentes a los empleados hasta ahora para interpretar el porro, los fandangos, las puyas, etc.

Sin políticas y organizaciones es poco factible resistir la embestida de expresiones populares de la música de otras zonas del Caribe y de más remotas latitudes, sea el merengue dominicano, la salsa multigenética o cualquier otro ritmo impuesto por los medios electrónicos de comunicación.

Una hipótesis radical nos habilita para preguntarnos si no ha sido por la carencia de derroteros claros que la música de las zonas andinas se ha venido a menos, a pesar de festivales bien financiados y publicitados como los del Bambuco, el Mono Núñez, etc. Y a la inversa, si el secreto del éxito de las culturas matrices de la salsa, del merengue, del reggae, no radica en la apertura a la sociedad de consumo, hasta el extremo de casi no reconocerse ya en sus descendencias.

Ante la común propensión a reclamar autoridad, recordemos que desde hace aproximadamente medio siglo M.J. Herkovits da fundamento a este planteamiento cuando sostiene que “el folclor seguirá existiendo a pesar de los cambios, mientras opere como forma de expresión de la existencia social”. Para este célebre antropólogo, lo que hoy se introduce como innovación, las próximas generaciones lo irán asimilando como tradición, siempre que continúe identificando el espíritu del mismo pueblo.

Bela Bartok, el célebre compositor clásico de nuestro tiempo, apuntó en la misma dirección al indicar que “la música popular es como un ser viviente que cambia minuto a minuto sin perderse en los cruzamientos e injertos”.

Valga reiterar, pues, que no es crisis lo que padece la música y en general la cultura popular, sino la natural mutación bajo el influjo de poderosas corrientes foráneas que en ausencia de una política que dote a nuestro folclor de medios para competir y fecundarse permanentemente, enfrenta el riesgo de ahogarse irremediablemente y con ella, lo mejor de nuestra identidad regional.