LA GAITA, CULTURA DE LA PAZ Y DE LA VIDA (1996)
Por Alfredo Taboada Alfaro
Ovejas responderá siempre y este año como nunca al máximo evento del folclor y fantasía colombiana: el Festival Nacional de Gaitas, evento que por doce años de ha constituido en la muestra más autóctona y tradicional de la cultura popular colombiana; este año será más grande que nunca, no sólo en representación, sino en organización, característica en la cual logramos los mejores puntajes.
Con la participación de más de cincuenta grupo folclóricos-musicales en las diferentes categorías, se realiza la sin igual inauguración donde el derroche de fantasía y alegría de cada uno de los participantes logran que en esta oportunidad sean ellos los que manden la parada, dejando un sabor de satisfacción y muchos sentimientos por su Festival y el pueblo ovejero, que, como no sucedía en muchos años, se volcará en forma masiva a la plaza principal; para participar en un certamen netamente folclórico, donde se dejan ver todas las expresiones culturales de una fiesta que es considerada la más autóctona y donde desfila airoso el folclor y tradición de un pueblo que vive y siente su Festival hasta “morir” de goce y satisfacción.
Sensible, abierta a todas las manifestaciones de la cultura, la gaita tiene un noble sentido de la vida, ha dado y sigue dando testimonio de su pericia, de originalidad, de hondura de alma al ofrecer su mesa para construir un mejor futuro en Ovejas.
Durante los cuatros días del Festival se vive una fantasía que integra a las gentes dejando al lado diferencias sociales, culturales, políticas o raciales. El Festival pone de presente la imaginación y capacidad musical de los gaiteros en sus composiciones magistrales que invitan a recordar el pasado.
El maestro Toño cabrera Rivero canta de adentro de la vida; en su voz cobran dolorosa autenticidad las gaitas y las risas y los llantos de un pedazo de la patria colombiana que lleva a cuestas el paso de su vida dura, ante una especie de medrosa indiferencia del resto de la nacionalidad.
Por eso su poesía, la gaita, le viene de muy adentro, de los ancestros que lloran su dolor y su angustia al son del son de las gaitas y al decir de Jorge Artel: “Hay un llanto de gaitas/ diluido en la noche/ Y la noche, metida en ron Costeño/ bate sus olas frías/ sobre la playa en la penumbra/, que estremece el rumor de los vientos porteños”. Toño Cabrera Rivero, el poeta de la gaita.
En su obra musical, el maestro Cabrera mezcla magistralmente la vivacidad, la luminosidad, la espontaneidad, la solidaridad, la tolerancia y la cotidianidad. Todo esto mezclado y puesta cada cosa en su lugar le da una atmósfera de solemnidad y divinidad a la obra, irradiando tranquilidad, seguridad y alegría a quien la escucha. De esta manera le roba los sonidos a la naturaleza, especialmente del trópico, para vincularlos a su obra, como elemento esencial y contundente.
Colombia es un país que está ya cansado de una guerra integral que no ha dejado sino horrendas masacres, huérfanos, viudas, inválidos y más de 750 mil desplazados.
Está claro que el pueblo colombiano desea ansiosamente la paz. Desea la paz y no consigue dar con ella. Y es que los que tienen que ver con la guerra no manifiestan una verdadera voluntad de paz.
Este es el mayor obstáculo, según Juan Luís Vives, para la consecución de la paz.
Según él, casi no hay otro obstáculo para la paz del mundo que el de la falta de decisión de las partes beligerantes en pedirla de primera.
Pero es una expresión de Erasmo de Rotterdam la que resulta ser una lección de asombrosa ejemplaridad para Colombia. Como se sabe y es de destacado relieve, siempre que en Colombia se propone establecer los diálogos de paz, fuerzas de oscuros sátrapas pugnan siempre por obstaculizar y provocar con acciones violentas al rompimiento de los mismos. Lo que logran de inmediato por la escasa voluntad y entereza de las partes, debido a la no existencia de una sincera búsqueda de la paz.
De allí la lección ejemplar de Erasmo: “parte grande de la paz –dice- es querer sinceramente la paz”. Quienes llevan muy hondo en el pecho el amor de la paz, toman por los cabellos los estorbos que obstaculizan las ocasiones de paz; o los sortean dispuestos a arrastrar cualquier penalidad, mientras tamaño bien no sufra mengua.
“En nuestros días –dice Erasmo, días que bien pueden ser los nuestros-, los enemigos de la paz, estos pugnases temperamentos andan en busca de viveros de guerra; atenúan o disimulan todo cuanto contribuye a la paz; lo que en la guerra desemboca, lo exageran y lo exacerban. Da grima enumerar y referir cuántas tragedias han desencadenado por puras bagatelas (…) En estos casos, asalta la mente todo un aluvión de injusticias y cada cual hiperboliza y exagera su propio mal. Y, en cambio, en el olvido más profundo yacen los beneficios recibidos, de manera que juraras que la guerra es apasionadamente deseada”. ¡Que tan cerca se halla esta descripción de nuestra realidad nacional!
Nadie ignora que las causas de la violencia y la guerra deben cortarse instantáneamente y radicalmente, y que ésta no es tarea fácil. Aun, habrá momento dado, que en determinadas circunstancias se tenga que negociar la paz, comprar la paz. Porque es el mejor de todos los negocios. Porque como dice Erasmo: “Si se hiciera el computo de lo que la violencia y la guerra consume y el número de ciudadanos que se salvarían de la muerte, nos parecerá comprada a poca costa, más crecida habían de engullir las insondables fauces de la violencia y la guerra. Haz cuenta del número de males que evitas y del cúmulo de bienes que salvas, y no te pesará el caudal que hubieras pagado”.
Los gaiteros son los soñadores y salvadores del mundo. El pueblo no puede olvidar a sus gaiteros; no puede permitir que sus ideales se desvanezcan y mueran; porque vive de tales ideales y sabe las realidades que habrá de ver y conocer un día.
Los gaiteros son constructores del mundo por venir, los arquitectos del cielo… El mundo es bello porque ellos han vivido; sin ellos, el Ovejas que trabaja habría perecido.
El gaitero es el hombre fuerte y tranquilo, siempre amado y reverenciado. Es como un árbol frondoso en una tierra calcinada por el calor del sol o una roca que presta abrigo en medio de la tormenta. ¿Quién es el que no ama un corazón tranquilo, un carácter dulce y complaciente, una vida equilibrada?
La gaita es la floración de la vida; es el fruto del alma. Es preciosa como la sabiduría. Más deseable que el oro; la gaita es una vida serena, una vida que reside en el fondo del océano de la verdad, debajo de las olas, más allá del alcance de las tempestades, en la calma eterna.
En nuestro tiempo la ciencia, la ecología, la información, la economía y la política han comenzado a unir a todos los seres humanos en cada una sola familia planetaria.
Para que los conflictos cesen y los hombres existamos para servir a la vida y no para apoyar a la muerte tenemos que entrar en la frecuencia del tiempo real y armónico de la gaita. Esa será la entrada colectiva en la armonía planetaria del tiempo, y el nuevo plan de paz que todos debemos exigir.
La belleza de la gaita surge de su conmovedora posibilidad de ser. Como una zona de esperanza. Ese territorio que el maestro Toño Cabrera Rivero inventa y de alguna manera recupera para los pájaros que bailan al son del sonido melodioso para bailar gaita. Son unas virtuosas del baile. Los pies se desovillan en el aire del suelo, se desplazan con elasticidad hacia adentro y hacia fuera; sus caderas se vuelven olas lentas y duras. Son como una madera que gira y se reencuentra. Una gracia congénita. Una sensualidad heredada, sin malicia.
Las mujeres Ovejeras son altivas, sensuales, laboriosas, independientes, afectuosas y festivas. Mujeres recias, aguerridas y tiernas.
Por otra parte, en la perspectiva de conciliar políticas ambientales y comerciales ha venido ganando espacio la convivencia de internalizar los costos ambientales en la estructura de costos de producción. Las externalidades podrían ser internalizadas mediante la formulación de políticas encaminadas a un uso más sostenible de los recursos en términos ambientales.
La gaita es un profundo advenimiento lírico, es la raza amerindia; la gaita es la cálida presencia de los puertos de las almas inundados por el sol, de libertad y de leyenda, es la sensualidad mestiza, la noche, es el baile que en las piernas de Eloisa Bohórquez, María Pineda y La Bizca juegan con la civilización, los hombres y las carnes de la mujer empapadas en sudor durante el memorable y espléndido fandango de gaitas. Toño Cabrera, el poeta del amor y la tolerancia.
Uno de nuestros primeros esfuerzos debería ser una reforma profunda de los currículos de las escuelas que privilegian la enseñanza de las artes. Nuestros gobernantes, que hacen grandes inversiones en infraestructura física, son egoístas en apoyar el desarrollo de las artes, las que se ven como algo intrascendente.
La gaita nos pinta la vida y nos ilumina el alma. Sin lugar a dudas, viene a ser la mayor cómplice del amor. Sus amorosas notas permiten mostrar la condición humana arropada en melodía. Pues bien, la gaita representa la unidad musical de la idiosincrasia amerindia; la gaita conjuga las diversas instancias de la vida, y desde la vida misma, nos impone su imperio rítmico, melódico y armónico, desatando las querencias incontroladas que hacen posible el milagro de la vida.
El Festival Nacional de Gaitas está centrado en el alma del pueblo, porque es una expresión autóctona y folclórica, necesaria para dar rienda suelta a la personalidad festiva, la imaginación desbordante, al esparcimiento total. Porque el Festival toca con nuestras raíces, habla de nuestro espíritu; el Festival está lleno de color, de alegría, de espontaneidad.
Los ovejeros se preparan física y técnicamente para mantenerse en forma y para aguantar el duro trajín de cuatro días de intenso frenesí, donde no hay diferencia entre la luna y el sol, entre la noche y el día.
Donde la gaita suena hasta el cansancio y donde las caderas y los pies no saben lo que es el cansancio. Donde el ron corre como arroyos en octubre y la cofradía es el plato preferido de quienes participan en el evento como espectadores o como protagonistas.
A mitad de camino entre el arte y la vida, el Festival es un conjunto de creaciones culturales es un conjunto de creaciones culturales con profundas raíces en nuestro pueblo. El Festival constituye en sí mismo un complejo sistema de signos, un lenguaje articulado que expresa una manera de percibir el mundo intraducible satisfactoriamente al lenguaje conceptual, pero apto para la trasposición al lenguaje artístico con el que está emparentado por su carácter sensorial y concreto. Durante el tiempo del Festival todos participan, todo el mundo comulga en la acción, vive en él. En el Festival todo pasa.
El Festival, que al final de cuentas es integración y alegría, es una fiesta que los colombianos y, particularmente los ovejeros, llevamos en el alma, que disfrutamos año tras año, que muchos esperan que llegue para sentirse vivos y caribes.
Por último, el postmodernismo se da como “una forma de aprender y experimentar el mundo y nuestra ubicación en él”. De esta manera todo está por hacer, los modelos clásicos se han fracturado, todo está tambaleando, hay inseguridades e incertidumbres con las que hay que asirnos para convivir, sirviéndose de la ironía, la sátira, el humor, la narración y reflexión más dentro del campo de lo estético edificante que de fría lógica, este es el cimiento del nuevo edificio que aún no se ha levantado.
Ovejas responderá siempre y este año como nunca al máximo evento del folclor y fantasía colombiana: el Festival Nacional de Gaitas, evento que por doce años de ha constituido en la muestra más autóctona y tradicional de la cultura popular colombiana; este año será más grande que nunca, no sólo en representación, sino en organización, característica en la cual logramos los mejores puntajes.
Con la participación de más de cincuenta grupo folclóricos-musicales en las diferentes categorías, se realiza la sin igual inauguración donde el derroche de fantasía y alegría de cada uno de los participantes logran que en esta oportunidad sean ellos los que manden la parada, dejando un sabor de satisfacción y muchos sentimientos por su Festival y el pueblo ovejero, que, como no sucedía en muchos años, se volcará en forma masiva a la plaza principal; para participar en un certamen netamente folclórico, donde se dejan ver todas las expresiones culturales de una fiesta que es considerada la más autóctona y donde desfila airoso el folclor y tradición de un pueblo que vive y siente su Festival hasta “morir” de goce y satisfacción.
Sensible, abierta a todas las manifestaciones de la cultura, la gaita tiene un noble sentido de la vida, ha dado y sigue dando testimonio de su pericia, de originalidad, de hondura de alma al ofrecer su mesa para construir un mejor futuro en Ovejas.
Durante los cuatros días del Festival se vive una fantasía que integra a las gentes dejando al lado diferencias sociales, culturales, políticas o raciales. El Festival pone de presente la imaginación y capacidad musical de los gaiteros en sus composiciones magistrales que invitan a recordar el pasado.
El maestro Toño cabrera Rivero canta de adentro de la vida; en su voz cobran dolorosa autenticidad las gaitas y las risas y los llantos de un pedazo de la patria colombiana que lleva a cuestas el paso de su vida dura, ante una especie de medrosa indiferencia del resto de la nacionalidad.
Por eso su poesía, la gaita, le viene de muy adentro, de los ancestros que lloran su dolor y su angustia al son del son de las gaitas y al decir de Jorge Artel: “Hay un llanto de gaitas/ diluido en la noche/ Y la noche, metida en ron Costeño/ bate sus olas frías/ sobre la playa en la penumbra/, que estremece el rumor de los vientos porteños”. Toño Cabrera Rivero, el poeta de la gaita.
En su obra musical, el maestro Cabrera mezcla magistralmente la vivacidad, la luminosidad, la espontaneidad, la solidaridad, la tolerancia y la cotidianidad. Todo esto mezclado y puesta cada cosa en su lugar le da una atmósfera de solemnidad y divinidad a la obra, irradiando tranquilidad, seguridad y alegría a quien la escucha. De esta manera le roba los sonidos a la naturaleza, especialmente del trópico, para vincularlos a su obra, como elemento esencial y contundente.
Colombia es un país que está ya cansado de una guerra integral que no ha dejado sino horrendas masacres, huérfanos, viudas, inválidos y más de 750 mil desplazados.
Está claro que el pueblo colombiano desea ansiosamente la paz. Desea la paz y no consigue dar con ella. Y es que los que tienen que ver con la guerra no manifiestan una verdadera voluntad de paz.
Este es el mayor obstáculo, según Juan Luís Vives, para la consecución de la paz.
Según él, casi no hay otro obstáculo para la paz del mundo que el de la falta de decisión de las partes beligerantes en pedirla de primera.
Pero es una expresión de Erasmo de Rotterdam la que resulta ser una lección de asombrosa ejemplaridad para Colombia. Como se sabe y es de destacado relieve, siempre que en Colombia se propone establecer los diálogos de paz, fuerzas de oscuros sátrapas pugnan siempre por obstaculizar y provocar con acciones violentas al rompimiento de los mismos. Lo que logran de inmediato por la escasa voluntad y entereza de las partes, debido a la no existencia de una sincera búsqueda de la paz.
De allí la lección ejemplar de Erasmo: “parte grande de la paz –dice- es querer sinceramente la paz”. Quienes llevan muy hondo en el pecho el amor de la paz, toman por los cabellos los estorbos que obstaculizan las ocasiones de paz; o los sortean dispuestos a arrastrar cualquier penalidad, mientras tamaño bien no sufra mengua.
“En nuestros días –dice Erasmo, días que bien pueden ser los nuestros-, los enemigos de la paz, estos pugnases temperamentos andan en busca de viveros de guerra; atenúan o disimulan todo cuanto contribuye a la paz; lo que en la guerra desemboca, lo exageran y lo exacerban. Da grima enumerar y referir cuántas tragedias han desencadenado por puras bagatelas (…) En estos casos, asalta la mente todo un aluvión de injusticias y cada cual hiperboliza y exagera su propio mal. Y, en cambio, en el olvido más profundo yacen los beneficios recibidos, de manera que juraras que la guerra es apasionadamente deseada”. ¡Que tan cerca se halla esta descripción de nuestra realidad nacional!
Nadie ignora que las causas de la violencia y la guerra deben cortarse instantáneamente y radicalmente, y que ésta no es tarea fácil. Aun, habrá momento dado, que en determinadas circunstancias se tenga que negociar la paz, comprar la paz. Porque es el mejor de todos los negocios. Porque como dice Erasmo: “Si se hiciera el computo de lo que la violencia y la guerra consume y el número de ciudadanos que se salvarían de la muerte, nos parecerá comprada a poca costa, más crecida habían de engullir las insondables fauces de la violencia y la guerra. Haz cuenta del número de males que evitas y del cúmulo de bienes que salvas, y no te pesará el caudal que hubieras pagado”.
Los gaiteros son los soñadores y salvadores del mundo. El pueblo no puede olvidar a sus gaiteros; no puede permitir que sus ideales se desvanezcan y mueran; porque vive de tales ideales y sabe las realidades que habrá de ver y conocer un día.
Los gaiteros son constructores del mundo por venir, los arquitectos del cielo… El mundo es bello porque ellos han vivido; sin ellos, el Ovejas que trabaja habría perecido.
El gaitero es el hombre fuerte y tranquilo, siempre amado y reverenciado. Es como un árbol frondoso en una tierra calcinada por el calor del sol o una roca que presta abrigo en medio de la tormenta. ¿Quién es el que no ama un corazón tranquilo, un carácter dulce y complaciente, una vida equilibrada?
La gaita es la floración de la vida; es el fruto del alma. Es preciosa como la sabiduría. Más deseable que el oro; la gaita es una vida serena, una vida que reside en el fondo del océano de la verdad, debajo de las olas, más allá del alcance de las tempestades, en la calma eterna.
En nuestro tiempo la ciencia, la ecología, la información, la economía y la política han comenzado a unir a todos los seres humanos en cada una sola familia planetaria.
Para que los conflictos cesen y los hombres existamos para servir a la vida y no para apoyar a la muerte tenemos que entrar en la frecuencia del tiempo real y armónico de la gaita. Esa será la entrada colectiva en la armonía planetaria del tiempo, y el nuevo plan de paz que todos debemos exigir.
La belleza de la gaita surge de su conmovedora posibilidad de ser. Como una zona de esperanza. Ese territorio que el maestro Toño Cabrera Rivero inventa y de alguna manera recupera para los pájaros que bailan al son del sonido melodioso para bailar gaita. Son unas virtuosas del baile. Los pies se desovillan en el aire del suelo, se desplazan con elasticidad hacia adentro y hacia fuera; sus caderas se vuelven olas lentas y duras. Son como una madera que gira y se reencuentra. Una gracia congénita. Una sensualidad heredada, sin malicia.
Las mujeres Ovejeras son altivas, sensuales, laboriosas, independientes, afectuosas y festivas. Mujeres recias, aguerridas y tiernas.
Por otra parte, en la perspectiva de conciliar políticas ambientales y comerciales ha venido ganando espacio la convivencia de internalizar los costos ambientales en la estructura de costos de producción. Las externalidades podrían ser internalizadas mediante la formulación de políticas encaminadas a un uso más sostenible de los recursos en términos ambientales.
La gaita es un profundo advenimiento lírico, es la raza amerindia; la gaita es la cálida presencia de los puertos de las almas inundados por el sol, de libertad y de leyenda, es la sensualidad mestiza, la noche, es el baile que en las piernas de Eloisa Bohórquez, María Pineda y La Bizca juegan con la civilización, los hombres y las carnes de la mujer empapadas en sudor durante el memorable y espléndido fandango de gaitas. Toño Cabrera, el poeta del amor y la tolerancia.
Uno de nuestros primeros esfuerzos debería ser una reforma profunda de los currículos de las escuelas que privilegian la enseñanza de las artes. Nuestros gobernantes, que hacen grandes inversiones en infraestructura física, son egoístas en apoyar el desarrollo de las artes, las que se ven como algo intrascendente.
La gaita nos pinta la vida y nos ilumina el alma. Sin lugar a dudas, viene a ser la mayor cómplice del amor. Sus amorosas notas permiten mostrar la condición humana arropada en melodía. Pues bien, la gaita representa la unidad musical de la idiosincrasia amerindia; la gaita conjuga las diversas instancias de la vida, y desde la vida misma, nos impone su imperio rítmico, melódico y armónico, desatando las querencias incontroladas que hacen posible el milagro de la vida.
El Festival Nacional de Gaitas está centrado en el alma del pueblo, porque es una expresión autóctona y folclórica, necesaria para dar rienda suelta a la personalidad festiva, la imaginación desbordante, al esparcimiento total. Porque el Festival toca con nuestras raíces, habla de nuestro espíritu; el Festival está lleno de color, de alegría, de espontaneidad.
Los ovejeros se preparan física y técnicamente para mantenerse en forma y para aguantar el duro trajín de cuatro días de intenso frenesí, donde no hay diferencia entre la luna y el sol, entre la noche y el día.
Donde la gaita suena hasta el cansancio y donde las caderas y los pies no saben lo que es el cansancio. Donde el ron corre como arroyos en octubre y la cofradía es el plato preferido de quienes participan en el evento como espectadores o como protagonistas.
A mitad de camino entre el arte y la vida, el Festival es un conjunto de creaciones culturales es un conjunto de creaciones culturales con profundas raíces en nuestro pueblo. El Festival constituye en sí mismo un complejo sistema de signos, un lenguaje articulado que expresa una manera de percibir el mundo intraducible satisfactoriamente al lenguaje conceptual, pero apto para la trasposición al lenguaje artístico con el que está emparentado por su carácter sensorial y concreto. Durante el tiempo del Festival todos participan, todo el mundo comulga en la acción, vive en él. En el Festival todo pasa.
El Festival, que al final de cuentas es integración y alegría, es una fiesta que los colombianos y, particularmente los ovejeros, llevamos en el alma, que disfrutamos año tras año, que muchos esperan que llegue para sentirse vivos y caribes.
Por último, el postmodernismo se da como “una forma de aprender y experimentar el mundo y nuestra ubicación en él”. De esta manera todo está por hacer, los modelos clásicos se han fracturado, todo está tambaleando, hay inseguridades e incertidumbres con las que hay que asirnos para convivir, sirviéndose de la ironía, la sátira, el humor, la narración y reflexión más dentro del campo de lo estético edificante que de fría lógica, este es el cimiento del nuevo edificio que aún no se ha levantado.
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