Friday, August 31, 2007

GAITA MíA (1995)

Por: Eduardo García Martínez



El aroma más sensual para el alma enamorada es una gaita lejana cuando la madrugada es amante y cómplice.

Su mensaje no es claro entonces porque el viento distorsiona el lamento pero el pito, convertido en susurro, recorre las calles, da vuelta en la plaza, se sube a los techos para llegar finalmente a los oídos agudizados por entre las rendijas de las puertas y las ventanas viejas, después de acariciar las hojas de los árboles que duermen en el patio.

Abriéndole camino al macho y a la hembra, el tambor alegre busca la esquina, se encarama en los corredores altos y se suelta calle abajo y calle arriba para brindarle una alfombra de rosas a la gaita, señora y dueña de los sentidos del hombre. El guacho no se queda atrás, viene entreverado en el festín y salta de un lado al otro con su sonido de piedra china, se eleva, se achica, es eternamente bullanguero y loco.

Detrás de los instrumentos está el hombre, el gaitero. Es el alma de la gaita. De su boca sale el aliento convertido en música, su garganta expresa los sentidos enraizados en su ser, sus manos tocan el cuero para que suelte el lamento y cautive para siempre.

El gaitero más feliz es aquel que construye sus propios instrumentos. Es él quien busca en el monte el cardón que después convierte en gaita macho o gaita hembra. En los árboles de su montaña sigue a la abeja y toma su cera para elaborar sobre la cima del cardón la cabeza de su gaita amada. Con destreza de cirujano hace una incisión en la cera blanda y coloca la pluma de pavo recortada para que por ella pase el aire de sus pulmones de fuego. Del totumo cimarrón saca su maraca alborotada y el cuero del venado cazado en largas noches de espera, viste de gala el tambor de esclavo que heredó de sus antepasados africanos. Después, recostado en su taburete sobre el uvito en flor, sonríe satisfecho de su logro. Pero falta cuando el sol se despide detrás de los cerros y una luna tímida asoma sus sombras en los alares de palma. El gaitero toma su gaita, la enreda en sus pulmones y el ritmo se expande por los contornos ariscos como un susurro atravesando un bosque preñado de caña brava.

La gaita es un canto del alma. Es limpia, libre, auténtica, nace de un arroyo, una caricia, un árbol, una mujer, un pensamiento. En ella la inocencia y la picardía coquetean sin cesar, se junta, se separan, se combinan o caminan aisladas pero expresan siempre el más íntimo sentir del gaitero.

El gaitero es pueblo puro. Su ámbito es el campo. Su lenguaje el sentimiento. Cuando se aleja de su entorno lleva consigo la esencia de su aldea. Toca su instrumento con orgullo, baila, toma ron, ríe, mira a los ojos, canta para sentirse contento y hacer feliz a los demás.

Cuando le canta al amor, el lirismo asoma victorioso: ¡yo tenía mi Candelaria/ con ella me divertía/ se fue y me dejó llorando/ ay adios Candelaria mía/ Candelaria, Candelaria/ Candelaria vida mía!

Un lucero, una flor, un pájaro, un andar femenino, una costumbre, un animal del monte, suelen se también inspiración de gaita. ¡Mi comadre Catalina/ su marido José Cueto/ dejan de comer gallina/ por comerse un mico prieto!

Es hermoso ver a un gaitero viejo tocando su instrumento. Parece que estuviera chupándose el cielo con su gaita.