Friday, August 31, 2007

LOS GAITEROS DE MI PUEBLO (1995)

Por José Ramón Mercado


El festival más alegre del mundo es el de la fiesta de las gaitas. Solo se requiere amar el advenimiento entrañable de una música raizal y la indeclinable vocación de ser ovejero limpio. Porque la alegría sale de dos fitoques largos extraídos del corazón del cacto que se da en forma silvestre en la extensa región de la Sabanas, de un tambor zaramullo de cuero y madera y de una maraca nocherniega de totumo cimarrón.

“un par de gaitas y un tambor compadre, es suficiente para llenar de alegría al mundo entero”. Todavía es lo mismo.

Los gaiteros van llegando al pueblo del medio día. Bajan donde algún pariente conocido, sin tarjeta de anticipo y sin nomenclatura de raro protocolo. Nunca preguntan por el hotel donde van a alojarse, porque entre otras cosas, en Ovejas no hay hotel a 10 leguas a la redonda.

Los gaiteros son dulces y estoicos, casi graves. Altos de corazón y delgados de sueños. Nostálgicos y ligeros de lágrimas. Algunos usan sombreros de barboquejo, abarcas de tres puntás y de una que otra pena quemándoles el alma.

“Donde es que hay que tocar” preguntan ellos casi siempre. “Ahí en la plaza”. Se les contesta. Ellos saben esperar el tiempo necesario de las horas muertas. Después, cuando se parapetan frente al pueblo, todos se parecen al imperturbable gaitero de Gijón. Porque a ellos, pareciera que sólo les interesa la alegría de los demás.

Las gaitas de cera con el tambor de madera, son de fabricación doméstica. La hembra tiene cinco huecos. Un pegostico de cera se deja bien arriba, para cubrir cualquier imprevisión de las circunstancias. El macho solo tiene un agujero sobre el borde final. En la parte superior del canuto, la gaita lleva una cabeza de cera mezclada con carbón molido de leña, para dar un poco de consistencia a la mágica aleación que convierte el aire en un cristal de alegría que se desborda el viento. Columbrando la cabeza, una pluma de pato cortada en redondo, por donde se mete el aire que rebota en el borde interior del instrumento. La música de las gaitas parece una triste melodía inacabable. Pero no es así. En ellas, en las gaitas, se toca el porro quejumbroso de la extensa sabana. El son evocador de épocas pasadas. La puya endiablada de largo aliento y de riguroso acento rítmico y la cumbia, “la diabólica Cumbia”. “La cumbia que bailaron los abuelos”. Es el único instrumento en el mundo, sobre el cual, no puede repetirse una misma melodía. Pues en el próximo instante, ya no será lo mismo la movilidad de los dedos, ya no será lo mismo la cantidad de aire que se sopla, y porque de otro modo, la cera habrá envejecido más, en la próxima pieza que agobia los amaneceres.

Las gaitas no son de la región, de manera exclusiva. Pertenece a la hoya hidrográfica cultural de la Costa Atlántica. A los distintos relieves del alma. Y a las rocosas diásporas del más oculto sentimiento. Don Gonzalo Fernández de Oviedo –en su historia general y natural de las indias- dulce que “tenían estas gentes una buena e gentil manera de memorar las cosas pasadas e antiguas… que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando… cuando yo lo vi el año de mil quinientos e quince años, no me parecieron cosa tan de notar como los que vi antes en la tierra firme e he visto después en aquellas partes”… expresa, además… “El tambor… es un tronco de árbol redondo, e tan grande como lo quieren hacer e por todas partes está cerrado, salvo por donde le tañen… e también en algunas partes los usan con un cuero de ciervo o de otro animal, pero los encorados, se usan en la tierra firme…”.

Pacho Llirene, un ilustre iletrado que nació en el pueblo, tenía razón sobre el origen de esa música, al contestar que este ritmo había llegado a la región “desde antes de que llegaran los gitanos que llegaron comprando caballos viejos que les lavaban el pelo y los dientes haciéndolos pasar por nuevos”.

La razón de haber sido el pueblo -desde los tiempos que se añoran- un camino de cuatro puntas en la olorosa cosecha de tabaco- en el pasado que se recuerda- un grueso nudo de las comunicaciones en las Sabanas de Bolívar, dio merito para que se hicieran por esas tierras, milagros y velaciones a nombre de Francisco de Asís, un santo llegado aquí desde otros parajes y convertido en dueño de almas, y que por consiguiente hizo que quemaran muchas espermas, fajos de billetes enteros, y que se consumieran grandes demajuanas de ron-ñeque, que a la sazón era el ron oficial de la época. Del cual dice la gente que, cuando se destapa una de esas botellas huelía a níspero maduro. No escapa a nuestra creencia que la referencia de Gabriel García Márquez, en cien Años de Soledad, en relación a la quemazón de fajos de billetes en el torrente de cumbiamba, hubiera sido tomada de la realidad de Ovejas. De igual modo, Héctor Rojas Herazo, recurre con frecuencia a la memoria de “Celia” para recordarnos que estas borrascosas crecientes de alegría que deparaba el dinero y gaitas, nacieron por estos lados azules del cielo.

Ahora la fiesta sirve para encontrar los amigos que viven fuera del pueblo, para la redición de los efectos a través de los abrazos. Para edificar la paz en una grey que llega de los cuatro senderos del planeta, en busca de alegría. Porque las gaitas alegran la tristeza y encienden el regocijo.

Los patios del pueblo amanecen aromados de música de gaitas y de un cierto lamento nocherniego de tambor. No se rompe una botella en la calle. No se despeña una mala palabra. No se cocina para solo los de la casa. Los rones melódicos de la noche se empalman con los del día siguiente. Sólo el canto de los gallos, el filo de las gaitas y el chisporreteo de gracia que sale del cuero de chivo del tambor, pueden medir la hondura de la alegría de los días siguientes. La gente viene oyendo esta música desde hace más de mil años. Tienen una larga tradición por esta música del alma que gotea desde los ojos azules y profundos de Francisco de Asís.

En Ovejas, nadie se queja de la falta de apoyo del gobierno que es sordo y ciego. Siempre ocurre así. La fiesta se hace porque todos llevan una gaita escondida entre los repliegues del alma. Y porque esta música ya hace parte de la dignidad de sus gentes.

Por esta razón, se realiza la fiesta de las gaitas. La gente saca plata del bolsillo. Claro que la densa alegría y la reposada humildad de los gaiteros contribuye a ese asombroso fluir de música dulce de 3 días, que se resume en un concierto de gaitas y de tambores en la eternidad de la plaza del pueblo. Los gaiteros acomodan sus sueños en las esterillas que prestan las tiendas del pueblo. Los premios se sacan en libre pujanza voluntaria de ovejero limpio y de algunas empresas privadas generosas. Para los gaiteros, lo importante es llegar, el resto, la alegría, la pone el pueblo.