Friday, August 31, 2007

EDITORIAL (1995)

La fecha se acerca y es como un peso sin cesar, es como un estremecimiento sui géneris que descompone a la misma naturaleza al saber que a partir del 13 al 16 de Octubre se le estará dando inicio a otra versión más del Festival Nacional de Gaitas “Francisco Llirene”, edición Enrique Arias, hombre que con 95 años sigue forjando la vivencia de las gaitas.

Desde que el ámbito ha comenzado a transfigurarse, todo es diferente. El entusiasmo se desborda como los arroyos en invierno. El corazón vibra y late como tambores, la creatividad viaja por los paisajes singulares de este bello pueblo metido en los Montes de María, Ovejas-Sucre, tratando de ajustar un verso apropiado, como siempre la mujer es la musa de todos los poetas y compositores que cada día al compás del tic tac del tiempo afinan sus gaitas para interpretar la melodía añorada desde comienzos del siglo pasado, la gaita advirtió que sería un delirio indescriptible capaz de maljamar pueblos; regiones, credos e ideologías.

Casi siempre ha sido una tradición que ha hecho bailar a las hojas de los árboles y a los mismos pájaros de la región de los Montes de María.

Sin lugar a dudas que los testigos son todas las generaciones que crecieron y crecerán al son de la gaita.

Un día de estos y de pronto en la versión XI del Festival Nacional de Gaitas, hasta los mismos pájaros en todas sus especies terminarán montándose a la tarima para tocar con sus picos las gaitas y será la locura en donde el diablo correrá de la misma envidia y los muertos se revolcarán desde sus criptas y armarán sus juergas y jolgorios mientras tanto el dios Apolo y la Musa Euterpe, desde ya han alquilado balcón, pues no quieren perderse un solo sorbo de gaita en esta tierra de paz, de gente trabajadora y honrada, en donde una mata de tabaco es prenda de garantía para mostrar la riqueza de la región de los Montes de María.

¡No te olvides de asistir!


Especial agradecimiento a Ingrid Severiche Mendoza, Tino Taboada González, Eduardo García Martínez, Pedro José Mercado Tinoco, José Ramón Mercado; por su abnegado y desinteresado trabajo en pro del evento más auténtico y autóctono de Colombia y del mundo.

PORQUE SOMOS LOS MEJORES (1995)

Por Julio César González Olivera


En el transcurrir, observar con detenimiento minucioso todos los detalles de los FESTIVALES DE GAITAS, pitos, cumbiamba, cuenteros, decimeros y un sin fin de los géneros afines a nuestro festival, siempre a los que he tenido el privilegio de asistir donde he copiado experiencias muy hermosas donde he enriquecido el conocimiento folclórico y cultural cuando han existido éxito los he grabado para replicarlos acá en los nuestro; pero también la parte negativa de estos lo hemos tenido muy en cuenta para no cometerlos en Ovejas, Galeras, Morroa, San Jacinto, Cereté, Turbaco, Santo Tomás, Festival Regional del Socorro, en estos pueblos se concentran un sin número de exponentes del género de la Chuana; pero sin menospreciar toda la parte positiva de éstos, los detalles, los estímulos, el mismo lugar donde se realizan los espectáculos, el hospedaje, la alimentación, la hospitalidad, el calor humano, el compañerismo, etc.; Ovejas ha marcado la pauta de grandeza en todo el sentido de la palabra, en lo que respecta a la realización del evento, no solamente presentamos una Gaita, presentamos un verdadero FESTIVAL DE GAITAS: Corta, Gaita Larga en todas sus categorías, concurso de canciones inéditas, concurso de decimeros, concurso de parejas bailadoras, Encuentro Nacional de Poesías, muestras de comidas típicas. Este año se ha invitado para el concurso de baile cantao, en fin nuestro festival realiza y abarca todo lo que es el colorido de la cultura netamente auténtica popular, nuestros trofeos, premios, alojamiento, comidas y demás atenciones, estos ingredientes son los elementos que nos hacen merecedores a que en nuestro país los visitantes expresen en Ovejas “son los mejores”, no es capricho de los ovejeros, los que nos merecemos, es la cultura popular la que se merece esta distinción, apenas Ovejas es el escenario, nos hemos caracterizado que festival tras festival es donde mayor número de participantes vienen, recorremos el país mostrando el antesala del festival, es así como se han hecho las promociones, en Satafé de Bogotá, Medellín, Santa Marta, Barranquilla, Cartagena, Sincelejo, en el mismo Ovejas se hacen los tradicionales y famosos Viernes de Gaitas, en esta edición tuvimos la oportunidad de hacer en nuestra sede de Ovejas, talleres de gaiteros, de danzas, encuentro de maestros, integración con los conjuntos de gaitas e la zona, muestra nacional de fotografías de eventos culturales, le brindamos a nuestros Gaiteros Medico-Social y Económicos; a estos hombres que forjan los que nos hacen transformar con su melodía al poner a sonar los elementos elaborados de la hermana y maltratada naturaleza. Nunca hemos sentido el Festival Nacional de Gaitas como un evento más donde se viene a divertir, a embriagar cuatro días, no todo lo contrario aquí se viene a hacer escuela, nuestra sede permanece abierta todos los días del año para propios y extraños que nos visiten y aprecien con nuestras vivencias (casetes-videos). Es un verdadero Festival Nacional de Gaitas ya que se ha tratado de darle orientación a nuestros hijos que la gaita es la expresión más autentica que brota del alma, a nuestros gaiteros se les ha enseñado a que valoren su profesión, es así como este año se les dictaron charlas profesionales de orientación, a nuestro grupo de danzas se le ha brindado todo el apoyo merecido por la gama de números que tiene montados, es lo mejor en todo el sentido, es una verdadera variedad de todos los bailes de las regiones del país. En esta edición se invitó a todos los gaiteros y se les entregó materiales para la fabricación de instrumentos musicales.

Se ha vendido la idea de que se monte en Ovejas una microempresa de elementos musicales para mantener la relación permanente entre los gaiteros y amantes del género de la música de gaitas, pedimos redoblar esfuerzos a nuestras bases y comités del festival a lograr nuestro objetivo: tener una sede propia que pertenezca a la Familia Gaitera, para estar mejor dotados y poder brindar mejor recibimiento a quienes nos visitan; en nuestra diez ediciones anteriores en el marco de la realización del festival, nunca gracias a Dios se ha visto una muestra de desorden, de irrespeto para con nuestros visitantes, aquí el “pelionero”, la gaita le borra de la mente ese comportamiento, aquí no hay quien exprese un carajo, este cuento corre por nuestras venas una verdadera cultura de paz. No hemos descuidado los anexos que hacen grande este festival aquí permanece el grupo de danzas del festival, junto con ellos hacemos los lanzamientos en la capitales del país ha sido el grupo de danzas un apoyo de lo nuestro con ellos llenamos las expectativas de una variedad auténtica de las viejas tradiciones.

Seguimos y no nos cansaremos de decir que lo nuestro, que nuestro festival seguirá siendo el mejor, que se proyecta en todo el territorio nacional este año nos están acompañando agrupaciones de departamentos que nunca han estado.

Hemos dicho que el festival se internacionalizó no solo porque nos visitan investigadores de otros países, sino porque este año nos están acompañando grupos de varios países hermanos; seguimos diciendo que se internacionalizó, MAYTTE MONTERO CON SU MAGISTRAL CHUANA en el grupo de CARLOS VIVES ha hecho levantar pañuelos en la plaza de las ventas en Madrid (España) han sido muchos países donde MAYTTE MONTERO ha estado y la gente que siente el folclor siente una verdadera identidad al oír las notas que MAYTTE le pone; a ella desde estas notas en nombre del folclor nacional, en nombre del Festival Nacional de Gaitas le hacemos un verdadero homenaje; lleno de amor, cariño y de paz; con ella la gaita la seguiremos mostrando en el mundo. Desde aquí Ovejas (Sucre) escenario de paz, le hacemos un llamado al gobierno nacional, departamental, municipal y en fin a todos los colombianos para que apoyen de alguna forma a estos eventos que se realizan en el país porque invertir en cultura es invertirle a la Paz, invertirle al desarrollo socio-cultural, estas inversiones sociales no hacen otra cosa sino fortalecer los lazos de hermanos, de identidad y haciendo estas inversiones es devolverle la confianza a nuestro pueblo, que hasta hoy han perdido toda credibilidad ante el Estado; apoyando este proyecto cultural estaremos diciendo con la gaita: “EN EL CAMINO DE LA PAZ Y LA CONVIVENCIA SOCIAL”, VIVA LA GAITA.

Que vivan, el viejo Toño Cabrera, Joche Álvarez, Catalino Parra, Chango Mendoza, Julio Martínez, Mayte Montero, Medardo Padilla, todos los grupos de esta generación, un viva con lagrimas de felicidad para Enrique Arias, un viva celestial para que escuchen los gaiteros de San Jacinto, Pacho Llirene, Cayetano Arias, Irene Martínez y todos los que con su melodía le hicieron homenaje a la vida, porque la gaita es el alma del hombre; a nuestros hijos, hermanos no dejemos a la gaita sola como quedan los pueblos por el abandono de los dirigentes; con la gaita y por la gaita que no existen diferencias, porque la gaita es de todos.

LOS GAITEROS DE MI PUEBLO (1995)

Por José Ramón Mercado


El festival más alegre del mundo es el de la fiesta de las gaitas. Solo se requiere amar el advenimiento entrañable de una música raizal y la indeclinable vocación de ser ovejero limpio. Porque la alegría sale de dos fitoques largos extraídos del corazón del cacto que se da en forma silvestre en la extensa región de la Sabanas, de un tambor zaramullo de cuero y madera y de una maraca nocherniega de totumo cimarrón.

“un par de gaitas y un tambor compadre, es suficiente para llenar de alegría al mundo entero”. Todavía es lo mismo.

Los gaiteros van llegando al pueblo del medio día. Bajan donde algún pariente conocido, sin tarjeta de anticipo y sin nomenclatura de raro protocolo. Nunca preguntan por el hotel donde van a alojarse, porque entre otras cosas, en Ovejas no hay hotel a 10 leguas a la redonda.

Los gaiteros son dulces y estoicos, casi graves. Altos de corazón y delgados de sueños. Nostálgicos y ligeros de lágrimas. Algunos usan sombreros de barboquejo, abarcas de tres puntás y de una que otra pena quemándoles el alma.

“Donde es que hay que tocar” preguntan ellos casi siempre. “Ahí en la plaza”. Se les contesta. Ellos saben esperar el tiempo necesario de las horas muertas. Después, cuando se parapetan frente al pueblo, todos se parecen al imperturbable gaitero de Gijón. Porque a ellos, pareciera que sólo les interesa la alegría de los demás.

Las gaitas de cera con el tambor de madera, son de fabricación doméstica. La hembra tiene cinco huecos. Un pegostico de cera se deja bien arriba, para cubrir cualquier imprevisión de las circunstancias. El macho solo tiene un agujero sobre el borde final. En la parte superior del canuto, la gaita lleva una cabeza de cera mezclada con carbón molido de leña, para dar un poco de consistencia a la mágica aleación que convierte el aire en un cristal de alegría que se desborda el viento. Columbrando la cabeza, una pluma de pato cortada en redondo, por donde se mete el aire que rebota en el borde interior del instrumento. La música de las gaitas parece una triste melodía inacabable. Pero no es así. En ellas, en las gaitas, se toca el porro quejumbroso de la extensa sabana. El son evocador de épocas pasadas. La puya endiablada de largo aliento y de riguroso acento rítmico y la cumbia, “la diabólica Cumbia”. “La cumbia que bailaron los abuelos”. Es el único instrumento en el mundo, sobre el cual, no puede repetirse una misma melodía. Pues en el próximo instante, ya no será lo mismo la movilidad de los dedos, ya no será lo mismo la cantidad de aire que se sopla, y porque de otro modo, la cera habrá envejecido más, en la próxima pieza que agobia los amaneceres.

Las gaitas no son de la región, de manera exclusiva. Pertenece a la hoya hidrográfica cultural de la Costa Atlántica. A los distintos relieves del alma. Y a las rocosas diásporas del más oculto sentimiento. Don Gonzalo Fernández de Oviedo –en su historia general y natural de las indias- dulce que “tenían estas gentes una buena e gentil manera de memorar las cosas pasadas e antiguas… que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando… cuando yo lo vi el año de mil quinientos e quince años, no me parecieron cosa tan de notar como los que vi antes en la tierra firme e he visto después en aquellas partes”… expresa, además… “El tambor… es un tronco de árbol redondo, e tan grande como lo quieren hacer e por todas partes está cerrado, salvo por donde le tañen… e también en algunas partes los usan con un cuero de ciervo o de otro animal, pero los encorados, se usan en la tierra firme…”.

Pacho Llirene, un ilustre iletrado que nació en el pueblo, tenía razón sobre el origen de esa música, al contestar que este ritmo había llegado a la región “desde antes de que llegaran los gitanos que llegaron comprando caballos viejos que les lavaban el pelo y los dientes haciéndolos pasar por nuevos”.

La razón de haber sido el pueblo -desde los tiempos que se añoran- un camino de cuatro puntas en la olorosa cosecha de tabaco- en el pasado que se recuerda- un grueso nudo de las comunicaciones en las Sabanas de Bolívar, dio merito para que se hicieran por esas tierras, milagros y velaciones a nombre de Francisco de Asís, un santo llegado aquí desde otros parajes y convertido en dueño de almas, y que por consiguiente hizo que quemaran muchas espermas, fajos de billetes enteros, y que se consumieran grandes demajuanas de ron-ñeque, que a la sazón era el ron oficial de la época. Del cual dice la gente que, cuando se destapa una de esas botellas huelía a níspero maduro. No escapa a nuestra creencia que la referencia de Gabriel García Márquez, en cien Años de Soledad, en relación a la quemazón de fajos de billetes en el torrente de cumbiamba, hubiera sido tomada de la realidad de Ovejas. De igual modo, Héctor Rojas Herazo, recurre con frecuencia a la memoria de “Celia” para recordarnos que estas borrascosas crecientes de alegría que deparaba el dinero y gaitas, nacieron por estos lados azules del cielo.

Ahora la fiesta sirve para encontrar los amigos que viven fuera del pueblo, para la redición de los efectos a través de los abrazos. Para edificar la paz en una grey que llega de los cuatro senderos del planeta, en busca de alegría. Porque las gaitas alegran la tristeza y encienden el regocijo.

Los patios del pueblo amanecen aromados de música de gaitas y de un cierto lamento nocherniego de tambor. No se rompe una botella en la calle. No se despeña una mala palabra. No se cocina para solo los de la casa. Los rones melódicos de la noche se empalman con los del día siguiente. Sólo el canto de los gallos, el filo de las gaitas y el chisporreteo de gracia que sale del cuero de chivo del tambor, pueden medir la hondura de la alegría de los días siguientes. La gente viene oyendo esta música desde hace más de mil años. Tienen una larga tradición por esta música del alma que gotea desde los ojos azules y profundos de Francisco de Asís.

En Ovejas, nadie se queja de la falta de apoyo del gobierno que es sordo y ciego. Siempre ocurre así. La fiesta se hace porque todos llevan una gaita escondida entre los repliegues del alma. Y porque esta música ya hace parte de la dignidad de sus gentes.

Por esta razón, se realiza la fiesta de las gaitas. La gente saca plata del bolsillo. Claro que la densa alegría y la reposada humildad de los gaiteros contribuye a ese asombroso fluir de música dulce de 3 días, que se resume en un concierto de gaitas y de tambores en la eternidad de la plaza del pueblo. Los gaiteros acomodan sus sueños en las esterillas que prestan las tiendas del pueblo. Los premios se sacan en libre pujanza voluntaria de ovejero limpio y de algunas empresas privadas generosas. Para los gaiteros, lo importante es llegar, el resto, la alegría, la pone el pueblo.

ORACION PARA QUE UN PORRO NO SE MUERA (1995)

Por: Jairo Mercado Romero


Para: Alberto Gómez Martínez



Un poeta inglés –si no estoy mal Samuel Taylor Coleridge- sostenía que todos los hombres aún sin saberlo eran platónicos o aristotélicos, clásicos o románticos, realistas o idealistas y agrego yo, conservadores o liberales. Tal clasificación según se mire puede aparecer simplista, fácil y maniquea. Simplista, fácil y maniquea es no obstante útil a la hora de contestar el interrogante que por estos día intranquiliza a los especialistas costeños en música folclórica. ¿En que medida son válidos los cambios introducidos por Moisés Angulo en la interpretación del porro?

Alrededor de la respuesta se han alineado dos bandos irreconciliables: conservadores, tradicionalistas y defensores de la forma clásica del porro, los unos; liberales, modernizadores y abiertos a los cambios, los otros. En la línea del respeto a la pureza y a la intacta conservación de este género musical se han situado, entre otros, Guillermo Valencia Salgado (El Goyo), José Manuel Vergara (El Chema) y José Luís Garcés González. En la orilla adversaria han alineado William Fortich Díaz, Roger Serpa y el profesor Morón Díaz. Ninguno de los grupos en contienda, que yo sepa, aparte de las declaraciones emocionales, ha aportado algún documento como base de análisis para orientar la polémica. Esa es la intención del presente ensayo.

Para empezar y por darle un calificativo, se me antoja antropologista la posición de Valencia y sus correligionarios. Según la antropología la música igual que los instrumentos, la danza y la ceremonia de su interpretación, tiene un origen sacro-mágico. Tocarla con instrumentos diferentes de los litúrgicos, cantarla fuera del espacio santo o templo, y del tiempo sagrado de la fiesta y alterar el texto ritual equivales al sacrilegio.

En cambio hallo cercana a los postulados de la Sociología la posición de William Fortich y sus aliados. Para los sociólogos la música es un quehacer humano inscrito dentro de los procesos históricos y sociales. La música, entonces, como el hombre y como todo producto humano está sujeta a los avatares y contingencias del nacimiento, la evolución, la reproducción, la decadencia y la muerte.

La práctica sociologística tiende, pues, a desmitificar toda experiencia humana. La música, igual que la poesía y la pintura, responde a una necesidad superior de expresión espiritual, es verdad, pero como mercancía que es, no puede escapar a las leyes de la demanda del consumo ni a la competencia mercantil.

Y una verdad que unos y otros deben compartir es que el porro hace por lo menos dos décadas se debate en una agonía mortal. Ha perdido audiencia fuera del país y dentro del país apenas se le oye en la Costa Caribe. Pero ni siquiera en toda la costa, pues su escenario de acción se restringe a las Sabanas de Bolívar y Córdoba.

Con la disminución del consumo escasean también los compositores de la estirpe de Alejandro Ramírez, Pablo Garcés, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Francisco Zumaqué, Pedro Laza, Los Hermanos Lambraño y los Planeta Pitalúa. Y como si fuera poco, a la reducción del mercado de consumidores y a la mengua de la producción musical, se suma cada vez más precario número de bandas porreras y de buenos intérpretes.

Sin duda otros aires familiares, musicalmente menos felices, y ritmos estridentes de afuera han tomado o usurpado el espacio del porro. En Colombia hace ya bastante tiempo el bambuco, el pasillo y la danza, por ejemplo, sucumbieron. En tanto que el paseo vallenato, renunciando en parte a sus instrumentos autóctonos y a su teatralización solemne invadió el país entero, y reforzándose con los más sofisticados medios eléctricos con Carlos Vives y en pantaloneta y saltando como un caballo desbocado sobre una tarima, después de haberse tomado el resto de América Latina hoy ha emprendido la toma de Europa. A mi modo de ver con estrategias y recursos audaces, comprometiendo no se sabe hasta donde la identidad de los aires nativos, ha ganado inmensos públicos y vastos escenarios.

Pero el reciente éxito comercial y de público de estos aires no puede evitar ni excusar el planteamiento de ciertos interrogantes:

¿Hasta donde el vallenato ha renunciado a su autenticidad, se ha desviado de su evolución natural, ha debilitado su mensaje y se ha incorporado el “caos sonoro” de otros ritmos foráneos para posicionarse más ventajosamente en el rating de ventas? ¿Acaso, como lo sostiene su asesor de imagen, lo que vende es más el carisma de Vives que el Vallenato y otros ritmos que interpreta? ¿Tendrá que pasar el porro, con Moisés Angulo, por abdicar de sí mismo, perder en identidad para ganar en consumidores? ¿Comercialización es sinónimo de corrupción? ¿Los instrumentos originales del porro han sido siempre los clarinetes, las trompetas, los trombones, los bombardinos, el redoblante, el bombo y los platillos? ¿Envilece y trastorna la estructura del porro la agregación de instrumentos eléctricos? ¿Llegarán a los bolsillos del creador del porro y de sus ejecutantes los efectos de la bonanza de consumo?

Para un debate de alcances y revelaciones, la crítica musical debe ofrecer respuestas a estas y otras cuestiones. Por lo tanto, adelanto las observaciones provisionales que siguen:

La visión antropologística tiende a ser purista y a observar el fenómeno musical con espíritu religioso. Para sus seguidores la música folclórica es un santuario cerrado a los aires de la modernidad. Las creaciones musicales devienen en objetos mágicos dotados de prestigio simbólico y sobre el cual no cabe discusión alguna. Son artículos de fe y la fe no se pone en tela de juicio, se guarda con devoción.

El texto musical entonces es como un rito parecido a la misa entre los católicos, una ceremonia que se representa para entrar en comunicación, es decir, en comunión mística con la fuerza suprema de los ancestros. Alterar, desvirtuar ese texto por el ejecutante-sacerdote o por el público-feligrés es lo mismo que transgredir un dogma religioso.

Y al parecer algunos especialistas se han erigido en sacerdotes fundamentalistas del nuevo credo musical. Fuera de su verdad revelada no hay salvación. Sostienen ahora que el porro no es cantado y que no debe cantarse y establecen una discutible línea imaginaria entre el porro sinuano y el porro de las antiguas sabanas de bolívar. Olvidan quizá que antes de la introducción de los instrumentos metálicos en el último tercio del siglo diecinueve, el porro cuando no se interpretaba con guitarra se instrumentaba con pitos, gaitas, guaches, tamboras y caña de millo. Y acaso se vocalizaba también acompañado de palmoteos de manos en los bailes cantados.

Los fundamentalistas y el fundamentalismo es manifestación de idealismo fanático, reclaman para el porro un estatuto doctrinal que está más allá de la realidad de todo producto vivo. Pues si alguna vez evolucionó de la ejecución con instrumentos vernáculos a su ejecución con trompetas, clarinetes, trombones, bombardinos, barítonos, bombo, redoblante y platillos, ¿es ilícito hoy o, mejor, es un sacrilegio la agregación de bajos, guitarras, baterías y teclados eléctricos?

Tal vez no, digo yo desde la cocina. El porro es mestizo como el hombre que lo interpreta y lo mestizo no puede ni debe reclamar pureza. El purismo en la música, el casticismo en el uso de la lengua y la castidad a ultranza en las mujeres no puede conducir a otra cosa que a la esterilidad. En nombre del purismo religioso fueron arrojados a la hoguera inquisitorial miles de disidentes, sabios y libros de “perniciosas profanidades” en la Edad Media. En nombre del purismo, esta vez de razas, los nacionalistas alemanes cometieron en la última guerra mundial uno de los más espantosos genocidios que recuerde la humanidad.

Las murallas nunca han sido buenas en las ciencias y en las artes. El porro debe abrirse a la influencia saludable del jazz, del rock y de otros ritmos, por supuesto que sin sacrificar su esencia que es el dialogo telúrico con nuestros antepasados. El porro debe, por que no, vallenatizarse, así como el vallenato se ha horrificado. Es cierto que la mayoría de los porros no son cantados y que sus creadores con gran talento musical y menor preparación en letras no los dotaron de textos para el canto. Pero del mismo modo los porros con letras, que no son pocos, deben cantarse acompañados de su vocalización, sobre todo en una época en que es tan determinante la protagonicidad del vocalizador.

El folclor y sus productos no son formas fijas y petrificadas (los latinos llamaban a estas formas: sub specia aeterniatis). Evolucionaron naturalmente, pero si no evolucionan al ritmo de la vida y de los nuevos gustos y la nueva sensibilidad, corren el riesgo de morir. O de perder vigencia antes las nuevas generaciones, que es lo mismo. Es inconcebible que en un mundo en el que tantas verdades que creíamos eternas se han hecho añicos delante de nuestros ojos y valores que pretendíamos absolutos se han hundido bajo nuestros pies, sigamos creyendo en el carácter inmutable del porro. Se revolucionan los medios de transporte, caen imperios, surgen sistemas se comunicación satelital y asombrosas tecnologías bélicas, sin embargo para los folcloristas el porro no puede cambiar. Y por supuesto cambia en su esencia y en su técnica la llamada música clásica y todavía hay quienes de cara al pasado entonan himnos de apología al atraso.

El paisaje total del planeta se desruralizó en el último tercio del siglo y nuestra Costa Caribe no ha sido ajena a ese soplo de renovación que ha experimentado la historia contemporánea. Al urbanizarse el paisaje típico, el paisaje mental y espiritual así mismo se urbanizó. La nueva mentalidad y la nueva sensibilidad, ante los retos y requerimientos que impone el mundo moderno, rompen los viejos moldes que las expresaban a la búsqueda abierta de posibilidades antes desconocidas.

El porro, entonces está exigido de salir de la parroquia para transitar los anchos caminos del mundo de la ciudad. Con su urbanización aumentarán los usuarios y los consumidores y esto redundará a favor de la profesionalidad de compositores e interpretes, incluso en la calidad de la producción musical. Así la historia terminará dándoles la razón a los sociologistas. Ojala que en estos convenientes procesos de cambios, la carrera de la comercialización no vulnere la esencia del porro, no pervierta su mensaje hasta el punto de que se transforme en una cháchara rítmica fácil y superficial y no en lo que ha sido siempre: una conversación íntima y profunda con Dios cristiano y los otros africanos e indígenas que es una de las preocupaciones centrales de los antropologistas.

Para mi gusto, confieso, prefiero seguir oyendo “La Cachucha Bacana”, “Alicia Adorada”, “Fidelina”, “039”, y todos los miles de porros que oí en los años 50 y 60 en versiones originales y para mis nostalgias prefiero la Banda Diecinueve de Marzo de Laguneta, de Miguel Emiro Naranjo, y para mis recuerdos, la Banda bajeras de Pelayo enfrentada a la Banda de Peyo Mulet en los palcos de la fiesta de corraleja en Corozal. Pero sería insensato hoy negarles a mis hijos y a sus contemporáneos y a las generaciones que surgirán, ese privilegio con el pretexto de la pureza de nuestros ritmos.

Ojalá finalmente, estas notas de combustible para encender y reorientar el debate más allá de las simples declaraciones sentimentales de conservadores y liberales –en términos no partidistas sino estéticos, claro está- por el porvenir del porro, nuestro aire vernáculo por excelencia, hoy exigido de una segunda oportunidad sobre la tierra.

ENRIQUE ARIAS Y EL PASO DEL TIEMPO (1995)

Por: Rafael Hermosilla Cuello


Algunas veces cuando evocamos el pasado, nos encontramos con el presente; y más aún cuando tocamos aspectos de carácter cultural y cotidianos.

Es por ello que en esta oportunidad he querido resaltar el nombre de un gaitero, que honrosamente el festival más auténtico y autóctono de Colombia en su XI edición, ha denominado su versión: Enrique Arias.

Todas las mañanas al despuntar el alba de un nuevo día, Enrique recorre las calles de Ovejas, de norte a sur, al verlo se me viene a la memoria la introducción declamada de la canción Enrique el Gaitero, del autor Alfonso Martínez Sotomayor, que dice:

“Fatigado por el peso del tiempo
En cada paso de su lento caminar
Dibuja la agonía del trajinar
De una vida fundida en la melancolía
Que brota de las gaitas
En su nostálgica melodía”

Hago comparaciones y concluyo: que en cada uno de sus lentos pasos parece que marcara el compás de una melodía.

Enrique Arias camina despacio, lleva sobre su cabeza su sombrero concha e’ jobo, el cual le cubre la mayor parte de su tierna y blanca cabellera, de su hombro izquierdo cuelga una mochila a rayas que ha sido su eterna compañera, en ella celosamente guarda un cuadro con la imagen de Jesús Caído, su padre, su hermano, su amigo como él lo llama.

En cada paso cabizbajo y pensativo, va fumando su tabaco, exhala bocanadas de humo, de ese que lleva encendido a flor de labios.

Ese es Enrique Arias, un hombre silencioso, enigmático, mítico, que en el baúl de sus recuerdos lleva consigo, los poderes de un ser sobrenatural, la imagen de una mujer que fue su gran amor y el recuerdo de su más querido hermano y compañero de parrandas, Alberto Cayetano (q.e.p.d.)

Enrique Arias conserva celosamente en un rincón de su casita, bien guardadas un par de gaitas de pitahaya, que al desempolvarlas y obturar cada uno de sus orificios, brotan notas melodiosas de canciones como: La Mica Prieta, Candelaria, El Toro Chencho, Sábalo Mayero… entre otras.

Ese hombre de 170 cms de estatura, de manos ásperas, con dedos alargados y adornados con sortijas elaboradas rústicamente en metal de plata y cobre, que según él, son sus aseguranzas de gran poder. Refleja en sus facciones el paso del tiempo, porque cuando le pregunté:

- Maestro se acuerda usted ¿Cuándo nació?
Me respondió
- Si mijo en el año 1915

Enrique Arias tiene un corazón de niño y un alma que no envejece, y sobre todo una voluntad que es única, lo he visto en la plaza donde se realiza el festival, gozárselos cada año. Dios quiera que lo tenga con nosotros en otros festivales más, porque esos hombres de antaño, tienen en sus recuerdos grandes cosas que contar.

GAITA MíA (1995)

Por: Eduardo García Martínez



El aroma más sensual para el alma enamorada es una gaita lejana cuando la madrugada es amante y cómplice.

Su mensaje no es claro entonces porque el viento distorsiona el lamento pero el pito, convertido en susurro, recorre las calles, da vuelta en la plaza, se sube a los techos para llegar finalmente a los oídos agudizados por entre las rendijas de las puertas y las ventanas viejas, después de acariciar las hojas de los árboles que duermen en el patio.

Abriéndole camino al macho y a la hembra, el tambor alegre busca la esquina, se encarama en los corredores altos y se suelta calle abajo y calle arriba para brindarle una alfombra de rosas a la gaita, señora y dueña de los sentidos del hombre. El guacho no se queda atrás, viene entreverado en el festín y salta de un lado al otro con su sonido de piedra china, se eleva, se achica, es eternamente bullanguero y loco.

Detrás de los instrumentos está el hombre, el gaitero. Es el alma de la gaita. De su boca sale el aliento convertido en música, su garganta expresa los sentidos enraizados en su ser, sus manos tocan el cuero para que suelte el lamento y cautive para siempre.

El gaitero más feliz es aquel que construye sus propios instrumentos. Es él quien busca en el monte el cardón que después convierte en gaita macho o gaita hembra. En los árboles de su montaña sigue a la abeja y toma su cera para elaborar sobre la cima del cardón la cabeza de su gaita amada. Con destreza de cirujano hace una incisión en la cera blanda y coloca la pluma de pavo recortada para que por ella pase el aire de sus pulmones de fuego. Del totumo cimarrón saca su maraca alborotada y el cuero del venado cazado en largas noches de espera, viste de gala el tambor de esclavo que heredó de sus antepasados africanos. Después, recostado en su taburete sobre el uvito en flor, sonríe satisfecho de su logro. Pero falta cuando el sol se despide detrás de los cerros y una luna tímida asoma sus sombras en los alares de palma. El gaitero toma su gaita, la enreda en sus pulmones y el ritmo se expande por los contornos ariscos como un susurro atravesando un bosque preñado de caña brava.

La gaita es un canto del alma. Es limpia, libre, auténtica, nace de un arroyo, una caricia, un árbol, una mujer, un pensamiento. En ella la inocencia y la picardía coquetean sin cesar, se junta, se separan, se combinan o caminan aisladas pero expresan siempre el más íntimo sentir del gaitero.

El gaitero es pueblo puro. Su ámbito es el campo. Su lenguaje el sentimiento. Cuando se aleja de su entorno lleva consigo la esencia de su aldea. Toca su instrumento con orgullo, baila, toma ron, ríe, mira a los ojos, canta para sentirse contento y hacer feliz a los demás.

Cuando le canta al amor, el lirismo asoma victorioso: ¡yo tenía mi Candelaria/ con ella me divertía/ se fue y me dejó llorando/ ay adios Candelaria mía/ Candelaria, Candelaria/ Candelaria vida mía!

Un lucero, una flor, un pájaro, un andar femenino, una costumbre, un animal del monte, suelen se también inspiración de gaita. ¡Mi comadre Catalina/ su marido José Cueto/ dejan de comer gallina/ por comerse un mico prieto!

Es hermoso ver a un gaitero viejo tocando su instrumento. Parece que estuviera chupándose el cielo con su gaita.

NO LLORES OVEJAS, REGRESA A TU PUESTO (1995)

Por: Reverendo Álvaro Alfonso Devia
(Párroco de Ovejas)


Te conocí Ovejas, lustros atrás, en los amorosos brazos de tus hijos, radiante, atractiva y serena, como sensual doncella recostada sobre los cálidos Montes de María. Te conocí con tu cadencia de arrullos y oraciones, esparciendo por doquiera el suave olor de tabaco, símbolo de tu fecundidad, te conocí por los caminos olorosos a majada, entre rumor de quebradas y el trinar de canoras aves multicolores que engalanan tu fauna. Te conocí en el silbido y en el grito de tus campesinos arreando mulas que bajaban de Chengue, Salitral y Chalán los sabrosos frutos, ora bajo la lluvia inclemente de abril o julio, ora bajo el sol canicular de un medio día de septiembre.

Te conocí en el rostro requemado de tus mejores laboriosas y en las manos callosas de tus campesinos que cotidianamente laboran la tierra. Te conocí en el afán gozoso y transparente de hacendados que se inclinaban reverentes ante Dios Creador y respondían prestos al llamado del campanario que llamaba a la oración mañanera.

Te conocí en la actividad incesante del comerciante que desplegaba su actividad frenética de sus jornadas diarias para luego irse a buscar solaz y descanso en el calor de su humilde hogar.

Te conocí en el mercado pueblerino de ricos granos y olorosas frutas, maíz, aguacate y cereza cuya pluralidad multicolor parecía un cántico al trabajo humano y una oración de gracias a la pródiga natura.

Te conocí en el sencillo maestro de escuela que se prodigaba en desvelos esparciendo el saber con alegría sin quejarse de su salario o de su paga oportuna. Te conocí en la bizarría de tus jóvenes que no tenían otra meta que la de calmar su sed de sabiduría para mañana ser lustre para sus progenitores y servidores de la sociedad futura. Te conocí en el ritmo acelerado de tus fabricas en laboriosidad sin odios de sus operarias procesando el tabaco y en el templo y honestidad de los Pizarros, Ricardo, González y muchos más que no tuvieron mezquindad para abrir las compuertas de su fortuna para darle labor a los hijos de su pueblo. Te conocí en el entorno de aquel púlpito, añorando tanto hoy día, desde el cual se oirá la voz convincente y firme de tus pastores ínclitos como Aldana, Caviedes y Caicedo, llamando a los fieles a la comunión diaria con el Señor. Así eras Ovejas, lozana y jovial, próspera y hospitalaria. De pronto e infortunadamente comenzó a sentirse una racha de snobismos, de cambios y de novedades que ni siquiera respetaron el santuario sagrado de tus hogares y entonces en ese vendaval se enredaron tus valores, tus pergaminos y blasones. El deseo desmesurado de poder, de gloria y de tener trastocó los valores fundamentales que constituían tus grandezas. Se aposentó el odio, la desconfianza, la inseguridad; fuerzas oscuras han convertido tus hermosos valles y campos en desolados lugares en donde se han truncado vida de muchos hermanos. El verde rubí de tus campos siempre fértiles se trocó en el “ojo” fatídico de la violencia.

Oh Ovejas, ¿Dónde estás que no reaccionas? ¿Vas a permitir que tus glorias de ayer se vayan a sustituir por antivalores que pretendan destruir tu pasado? ¿Por qué no te levantas? ¿Por qué no te conmueves? Hora es ya de que como Raquel la mujer de la Sagrada Biblia, irrumpas en un grito por la muerte de tus hijos y comiences a buscar de nuevo tus glorias pasadas.

No llores, Ovejas, tus hijos te siguen queriendo, te siguen amando. Convócalos a todos, los que se fueron y los que se quedaron y comienza una cruzada de restauración y de conversión, aún es tiempo. Llama a ese Dios bajo cuya luz inició tu vida y en cuyas enseñanzas los abuelos levantaron a sus nietos. Busca a Jesucristo el único camino de la luz y de la verdad, de la vida y de la historia, llama a Francisco, el hombre de la paz y de la ecología, pídele a la Virgen Morena, la del Monte Carmelo a quien tu tanto amas para un retorno feliz y en esta justa cultural de tu XI Festival de Gaitas, proclama y realiza con fe y esperanza el camino nuevo que nos espera.

EL DESVELO DE LA CERA (1995)

Por: Alfredo Ricardo Guerrero


Parece que el olvido y el infortunio quisiera amarrarse a la historia natural y social de los músicos de la “tierra”. En la aurora de los tiempos contempla su dolor, lo convierte en su hermano con impresionante estoicismo prosigue con el llanto cantarino no importa que su cuerpo se empalidezca mortificado de penas, si su espíritu entonará aunque sea en murmullos lastimeros un himno a la vida hasta la muerte. Al fin y al cabo las intenciones de cambiar los hechos son simples preludios desde siempre de los grandes eventos.

Con hambre veraniega el rumor melódico de viejas gaitas, esperaban que el concierto citadino y periódico que se había preparado iniciará la aplicación de políticas que conllevara por lo menos a sentar un precedente de análisis, rechazo en las situaciones generadas en el aplastamiento cultural surgidas en el mal denominado “encuentro”. Su origen. Era imprescindible la adopción de comportamientos socioculturales inspirados en el deseo de buscar a valoración de la vida de los protagonistas de nuestros hechos culturales.

En esas dinámicas de cosas, el trasnocho de una gaita se asemeja al llanto de eco lejano y grave que retumba con disonancia nostálgica en el rincón del olvido de una comarca aislada por los “ruidos” de los nuevos mundos. En su ritual de obligado clamor, gime también el viejo gaitero, también sus esperanzas fueron demolidas. Por la imposición arrogante de aquellos que pregonan la musicalidad de la hipocresía organizante, con ello al igual que uno, la cera cuando se desvela, se preocupa, se mortifica el espíritu a pesar de ser por esencia aguantadora de gritos, parrandera de interminables noches y cargadora perenne de la pluma de pato que hace de boquilla en la gaita. Con su morada situada en la cúspide del bitoque de pitahaya sobrecoge en protección al aliento melódico del hombre por quien canta y llora. El gaitero.

Ahora bien, el hombre por naturaleza es generador de riquezas. La cera como parte de la vida misma de ese hombre guarda un resentimiento, está convencida de su negra suerte, porque el señor que le brinda su alimento predilecto de carbón molido, yace enredado en la maleza de pobreza absoluta. La ejecución del instrumento ancestral de la gaita todavía es la hora que no le permite subsistir. Pero, lo grave del cuento, es que, sin ser nativo de aquí, ni instrumentos, ni ejecutantes, y muchas veces ni los ritmos exploran digo yo, nuestro amor por lo extraño y con el patrocinio de empresas multinacionales, nos montan espectáculos grandiosos, suntuosos, dejando de lado nuestras manifestaciones artísticas vernáculas, convirtiéndolas en simple afición, la cual heredamos solo para explotarlas una vez al año y eso por irrisorias remuneraciones económicas o por nada.

Al anotar estas verdades, no busco narrar el mismo lamento querello que se difunde en los foros, conferencias suscitados alrededor de los distintos eventos que se dan en el país, pretendo hacer un llamado fraterno a las distintas entidades llámense estatales o privadas para que diseñen o confeccionen una estrategia productiva aspirando que los cultores especialmente a los del género musical de gaita tasen económicamente este ejercicio artístico que les facilite un mejor estar, sino a plenitud por lo menos humanamente digno.

Casi convertidos en piezas de museo viviente y amenizadores esporádicos de una que otra parranda borrachina hoy solo despiertan cierto interés en aquellos investigadores y entidades que requieren testimoniar en los elaborados compendios o tratados justificando en meros procesos acumulativos y de colección de datos la existencia de entes con criterio burocratero, la grandeza histórica que encierra la música de la tierra manifestada en la naturalidad musical de las gaitas americanas.

Esto mismo ocurre con los eventos desarrollados en la región, sus esfuerzos, penurias por promocionar, difundir lo nuestro, cada año que se avecina la organización del evento, es la aproximación de la mendicidad, de la incertidumbre por los recursos, etc. Aquí también surge la preocupación de la cera, ella piensa, de seguir esta sofocante situación me voy a derretir por la desidia y la inconsistencia de las políticas culturales del estado, quienes han sido concebidos con sentimientos elitistas, creadas bajo las expectativas de un programa más, es así que todavía los medios de difusión masivos oficial están prestos exclusivamente a los de la llamada “alta cultura”, para los roqueros del norte, esos de las melodías electrónicas, sublime de violencia. Son muy pocas las emisiones radiales ocupadas de las manifestaciones de la cultura popular muy a pesar de ser fundamento de la identidad nacional y de “gozar” de las garantías constitucionales, claro, según el rezo, en la práctica, lo dudo.

Apegado a lo expuesto, me atrevo afirmar que nuestro quehacer cultural particularmente en el aspecto musical amerita una profunda y concienzuda revisión que convoque el amor patrio y hacer que el estado entienda a la cultura como parte fundamental del desarrollo.

Por otro lado, urge hacer modificaciones a los esquemas musicales tradicionales respetando su esencia, autenticidad y cadencia con el objeto de abrir mercados que posibilite a nuestros músicos tengan asegurada su subsistencia física y que eventos promocionadores se proyecten al entorno socio-cultural que le asiste. No se trata de comercialización deformadora, por el contrario, que la música popular como la gaita, se pula con arreglos cuidadosos que definan un proceso de evaluación saludable y de avanzada.

Al generar ingresos, ya no contemplaríamos tantas escenas de miseria hasta hace poco protagonizado por el gaitero u otro creador de arte. No basta escribir sobre ellos, plagiarles en oportunidades sus composiciones o quizás hacerse célebre a costa de soledad años de andar penuriento o del reconocer del tiempo con pasos de soledad. Es injusto dejarlos ir sin haber recogido el acetato sus memorias musicales.

Por último, quiero dirigirme a la organización del Festival Nacional de Gaitas, acotando algunas sugerencias sanas, de buena fe, las hago en mi calidad de ovejero, de ciudadano común y corriente y amante de la cultura popular.

Transcurrido once ediciones del magno evento, es tiempo que se cristalice la proyección del mismo a la comunidad en el sentido social. La preocupación debe mudarse de los cuatro días a los 365 días del año, llevando por consiguiente la iniciativa de obras que beneficien al municipio, en pro de una concha acústica, fundar la primera biblioteca folclórica del departamento, para lo cual sugiero que el festival emprenda convocando a la comunidad en general a una gran cruzada permanente por la cultura.

Que se piense en la salud del gaitero, para lo cual debe establecer convenios con entidades que promuevan la asistencia social (Club de Leones, Cruz Roja, empresas solidarias de salud, etc). También es tiempo que el festival gestione la grabación discográfica de los grupos ganadores, perpetuando así el archivo musical del evento.

El Festival Nacional de Gaitas de Ovejas, para lograr estos objetivos y otros debe renovar sus estructura organizativa, abandonar el viejo esquema de “Asociación”. Buscando convertirse en una “Fundación” o “Corporación” que lo faculte para adoptar una actitud productiva y así pueda asegurar su existencia y sus fines sociales. Es importante sepultar los “Conciertos opinadotes” que solo gesten eso, opinión. El Festival urge de acciones concretas, realistas y ante todo de los ovejeros de buena voluntad.

Cuando ello ocurra, la cera podrá recobrar sus sueños y posarse tranquila en la cima del canuto que la arrulla en la noche de todos los tiempos.

FRANCISCO DE ASÍS PATRONO DE OVEJAS (1995)

Por: Pedro Mercado Tinoco


Todos los años para los primeros días del mes de octubre, los ovejeros cumplen con ese sagrado rito de veneración a la figura de uno de los personajes que ha sido pilar de la Iglesia Católica Universal. Esta devoción surge desde el momento aquel, en que el colonizador Antonio de la Torre, dejara un verdadero santoral en la mayoría de los cuarenta y tantos pueblos por él organizados. Esa simbiosis de rezos y jolgorios, de parranda y oración manifestada en estos días, es una costumbre que nació a finales del siglo XVIII y que se mantuvo durante el siglo XIX, cuando los campesinos al sonido unísono de la gaita acompañaban con cantos sus rogativas San Pacho. Esa especie de sincretismo que viven muchos pueblos de la Región Caribe y las Antillas, mezcla de pagano y religioso; que se manifiesta en sus festividades patronales no es ajeno en el sentir alegre de nuestras gentes.

Las festividades de San Francisco convocaban en un pasado a una mayor integración de los pueblos vecinos y a participar de los bailes con gaitas y fiestas en corralejas.

¿Pero quién era ese hombre carismático que despierta ese fervor religioso de nuestro pueblo? Tomando como referencia a sus biógrafos: Tommaso di Celano y San Buenaventura, compañeros de trabajo pastoral de San Francisco; me permito resaltar ciertas facetas del santo que para muchos de nosotros son desconocidas o que hemos olvidado, y es ahí cuando recurrimos a la historia.

Nació Francisco en la población de Asís, provincia de Perusa Italia en el año 1182 en una familia de ricos comerciantes. Sus padres fueron: Pica y Proeto de Bernardote. Se vivía en Italia y Europauna época de sangrientas luchas religiosas entre cristianos y musulmanes. Enfrentamientos entre principados y feudos, y de una iglesia que estaba más aferrada a los bienes terrenales y cuya orientación la distanciaba de los pobres. En este ambiente creció Francisco, joven con ideales de conquista y honores, y gozando de gran popularidad y prestigio entre sus compañeros; se ve asaltado por voces y sueños incomprensibles que poco a poco le irán transformando profundamente. Siente entonces deseos de recogimiento y soledad, de contacto con Dios, acompañados del hastío de los negocios y de los placeres. Siendo muy joven rompe con su familia, abandona todo lo mundano y se entrega al servicio de Cristo.

Su primera labor se manifestó en la reconstrucción de una pequeña iglesia bizantina en honor de San Damián que estaba en ruinas. Luego se dedica a la prédica, en un principio fue objeto de burla, al ver al hijo del comerciante involucrado en menesteres diferentes al del comercio.

San Francisco fue un predicador de la paz y de la alegría, y un predicador de la humildad; nos dice Celano que unas veces predicaba paseando las calles de Asís con los brazos cruzados y la vista baja. Otras dirige su palabra altas jerarquías de la iglesia.

Participó en las cruzadas de defensa de los lugares santos como soldado de Cristo; y con un puñado de sus seguidores llegó a Roma y visitó al Papa Inocencio III, y solicitó de éste la aprobación del reglamento de los hermanos menores naciendo así en 1210 la orden de los Franciscanos.

En el año 1212 fundó con Santa Clara la segunda orden Franciscana. Asistió al Concilio de Letrán, en el que el Papa reconoció las dos órdenes Franciscanas. Para una navidad en una gruta de Greccio representó en vivo el nacimiento de Jesús, dando origen así a los nacimientos o pesebres de navidad.

En el verano de 1224 Francisco se retira al monte Alvernia, en donde dedicarse a la oración con más recogimiento. El 14 de septiembre sucede un hecho extraño, Francisco ve bajar del cielo un serafín que trae a un hombre crucificado. Cuando la visión desaparece, en el cuerpo de Francisco aparecen las heridas de Jesús sobre la cruz.

Francisco que había vivido pobre, quiso del mismo modo morir sin poseer más que la pobreza. Para sus últimas horas de vida escoge la pequeña capilla de la Porciúncula, que él había restaurado con sus propias manos al principio de su conversión. Cuando sabe que está para morir, ordena a sus frailes que lo pongan en el suelo, le pongan un cilicio y lo cubran de ceniza. Dice Celano que estas fueron sus últimas palabras: “Señor, libra de la cárcel a mi alma, para que yo pueda alabar tu nombre”. Era la noche del 3 al 4 de octubre de 1226.

Así como en las rogativas que se hacían en un pasado, este pueblo te pide Francisco que regreses la paz a esta tierra, que se suspenda ese enfrentamiento fratricida que son su fuego cruzado ha dejado en el campo a muchos inocentes, y que aquellos que se fueron repentinamente sin tener tiempo de despedirse y que hoy no están gozando de este festival de gaitas, estén gozando de tu bienaventuranza.

LA GAITA: UN FESTIVAL DE PAZ (1995)

Por: Pbro. Laureano Ordosgoitia G.


Esta sacratísima leyenda preside el Templo Parroquial de Francisco de Asís, de Francisco Llirene, del hombre Francisco de los Montes de María, con el acento anfitriónico de Ovejas que fraterniza al embrujo de la gaita indigenista, con el ritual católico de la Acción Eucarística; mezcla rara e insospechada que nos habla de lo divino y lo profano en el más puro anhelo de felicidad, porque en Ovejas la gaita nos lleva más allá de la Paz.

En Ovejas confinan maravillosamente la fe y la gaita, pero las dos ya no son sino una sola cosa como en el mandato divino a nuestros progenitores.

El pueblo con su fe le ruega a Dios y con la gaita le canta al Creador, pero, ruego y canto exigen Paz porque eso es gaita, gaita es Paz.

En los pueblos del hombre Francisco, siempre hay gaita, porque todos los pueblos y todos los hombres reclaman la paz: Bajan de Chengue, Salitral, Canutal, Canutalito, Almagra, El Floral o Naranjal.

Vienen repletos de necesidades, acompañados de generaciones, cargando con el alma su sagrado instrumental, les asiste la ilusión de brindar un festival.

Al llegar al pueblo olvidan su cansancio, pero nunca el sufrimiento porque ellos hacen el festival para contribuir a la Paz.

Ovejas engalanado porque ha vuelto el festival, todo él se convierte en el gran hotel de todas las estrellas porque todos brillan por su hospitalidad.

En sus calles, el sonar de las gaitas, el olor a tabaco y los hijos de Ovejas, implementan la Paz de siempre, la que todos anhelan y Ovejas ofrece para compartir.

El mote de queso, la pava de ají, el apretón de manos, el nudo en la garganta, el abrazo efusivo, el reencuentro ovejero, reencuentro de historia, subir y bajar lomas y llegar a la plaza, nos desmoviliza a la gaita y nos reinserta en el festival, pero, el pueblo se resiste a aceptar un lenguaje distinto del lenguaje de la Paz, que nace de la gaita porque LA GAITA ES UN FESTIVAL A LA PAZ.

“Salve tierra cuyo nombre simboliza la bondad”.

Don Gabriel y Flor del Monte, siempre Gaita, siempre Paz.

LA GAITA: TEJE NUESTRA HISTORIA (1995)

Por: Alfredo Taboada Alfaro


En octubre Ovejas y Colombia entera viven un experimento totalmente distinto a lo que hasta el momento se ha presentado. Se trata de la realización del evento cultural más autóctono de lo que se celebran en el país: El Festival Nacional de la Gaita.

El certamen folclórico no solo busca alternativas diferentes para crear nuevos espacios de expresión a las variadas manifestaciones de la cultura popular sino que también, en los últimos años, se ha preocupado por presentarlas de una manera más original. Por eso la actual Junta Directiva del Festival en su XI versión denominada “Enrique Arias”, ha recurrido este año a nuevas ideas para lograr que los diferentes actos que se desarrollen en el marco del certamen tengan una imponente majestuosidad y para abrirle más puertas a la imaginación.

Con el trabajo de vanguardia, espíritu que caracteriza a cada uno de los juglares participantes, la presentación de cada grupo musical y cultural en la tarima Pacho Llirene tienen mucho de arte y gran agilidad para penetrar en las profundidades del espíritu y robarse durante cuatro días consecutivos el corazón de todos los colombianos.

Por fin, se inaugura el festival y como ya lo dijo Álvaro Mutis, hace pensar en el Siglo de Oro. Un Siglo de Oro evaporado y elusivo, pero siempre elegante y bien dibujado. Luego los gaiteros comienzan a ejecutar sus magistrales piezas musicales y hacen suya la poesía pura para cantar, en ajustadas melodías, un pueblo, Ovejas, donde lo soñado oculta claramente lo vivido y la arquitectura mental, reconstruida en el interior del gaitero, se elabora con un conocimiento luminoso, sin mancha de experiencia.

Los temas que refleja el gaitero en su obra musical son del campo, la poesía, el país, la región, las noticias de cada día, el amor, el silencio, el sufrimiento, la paz; el gaitero ama el silencio, ama la música, ama la soledad, ama el amor, ama la alegría, ama su tierra, ama el ideal y lo imposible pero sobre todo ama la vida, un elemento esencial que nace en sus inigualables composiciones musicales. Para él la gaita es un asunto humano, sobre el cual se apoya para describir su entorno, la voz, la sangre, la verdad, la mujer, la mañana o noche. Y es la vida, al fin y al cabo, la que lo muestra como lo que es, encadenado por el amor a su terruño, tan esencial como la naturaleza, tan aéreo y ligero como pudiera llegar a ser el cielo engalanado por todas las variedades de mariposas que danzas en frenesí al escuchar las trascendentales notas melodiosas que salen de la majestuosa y embriagadora Chuana.

Esa en la esencia y razón de ser de lo nuestro, incomparable, majestuoso, rejuvenecido por la elegancia, hermosura y cadencia que le imprime a la magna fiesta: la mujer ovejera; los fandangos y ruedas de gaitas son un fiel testimonio de la expresión innata que refleja la idiosincrasia y el talante que siempre ha caracterizado a las mujeres ovejeras a través de la historia, cuando de defender lo suyo se trata. Lo nuestro es lo mejor del universo y que linda es la vida!

El Festival es el momento estelar para dar a conocer ante Colombia y el mundo el secreto del hechizo que poseen las ovejeras, para conquistar el corazón de los asistentes, participantes y visitantes que acuden puntualmente cada año en octubre a la máxima cita folclórica.

La tolerancia es “disculpar, consentir, dispensar, explicar y justificar”, se lee en un artículo reciente de Juan María Bandrés.

A la vieja intolerancia engendrada por el odio teológico se ha sumado, en nuestro tiempo, la intolerancia de los que sacralizan ciertas categorías políticas y jurídicas. Ahora los intolerantes matan, torturan y borran de la faz de la tierra no sólo en nombre del integrismo religioso, sino también invocando las necesidades del conflicto bélico o las exigencias del orden público. Por ello el mundo moderno necesita el ejercicio de la tolerancia como un tajante imperativo.

La tolerancia es el fundamento de la convivencia pacífica. La intolerancia, por el contrario, es la raíz de la persecución y el exterminio. Entre hombres tolerantes pueden construirse la justicia y la paz, mientras que los intolerantes viven siempre en guerra.

Estamos por una educación que forme a los niños y jóvenes para la democracia participativa, la convivencia, el respeto, el pluralismo, la defensa del medio ambiente, de la vida, de los derechos humanos, de la soberanía nacional, para la creatividad, la crítica y la reflexión, comprometidos con su nación, con los cambios democráticos.

Desde la escuela, el barrio, la aldea, la fábrica, la universidad, la familia y la calle es de gran urgencia nacional, iniciar inmediatamente el proceso de construcción de una cultura democrática nacional, iniciar inmediatamente el proceso de construcción de una cultura democrática y de convivencia, que le salga al paso la violencia y la intolerancia que se pasean sonantes y campantes por los cuatro puntos cardinales de la geografía colombiana.

Con la celebración del Festival Nacional de la Gaita, pretendemos desde la cultura devolverle a los niños, jóvenes y ancianos la alegría, la esperanza en un país que está labrando su propio presente y futuro.

Colombia es un país con una larga historia de intolerancia política, violencia, pocos procesos de paz y una gran fragilidad en su vida democrática.

Por eso, para el proceso de conformación de un gran movimiento de la sociedad civil a favor de la paz se deben tener en cuenta las experiencias pasadas con miras a emprender un proceso diferente.

Se ha aprendido que la sociedad civil debe organizarse de manera autónoma frente a los sectores del conflicto, fomentar una cultura para la paz y abanderar el cumplimiento de las normas del Derecho Internacional Humanitario y de la Constitución Política.

Hay gente que se muere y sigue viva… pero hace falta, Germán González De la Rosa, y a pocos días de un nuevo aniversario de la muerte del hidalgo caballero, surge la pregunta de ¿Cómo conservar para el ambiente propio de la cultura, ese aire elemental y refrescante que supo él imprimirle, sin aspavientos, sin alardes, en medio de tanto sabio y tanto clasificador?. Era como los gamos: cuanto más audaz más silencioso; cuanto más sereno más raudo.

Existe en Ovejas un personaje de carne y hueso proveniente del Olimpo, es el maestro Enrique Arias, uno de los más grandes gaiteros que ha dado Colombia. Dueño de urticante humor de los caribes, sabe entremezclarlo con las luces de una memoria prodigiosa. Y al ejecutar con maestría singular el instrumento musical GAITA durante y en más de setenta años con la frente muy en alto, ha dejado en el ambiente la sensación de que también en el espacio cultural del país –donde abundan el caníbal y el farsante-, cabe un lugar para el análisis sereno, una ventana al mar para que haya derecho a la vida de la fauna variada, los matices, el sol, la sal, el oleaje, la tempestad, la calma.

La cultura es el fundamento y elemento vital de la nacionalidad, desde donde se posibilita el afianzamiento de los procesos de identidad, la construcción de una sociedad pluralista, democrática y pluricultural, el reconocimiento a la diversidad y el derecho y respeto a la diferencia.

Una ley de la cultura que pretenda dinamizar el desarrollo social debe partir de reconocer el ethos cultural popular como algo vital, portador de espontaneidad, imaginación, capacidad de invención, intereses y constelaciones de sentido.

La ley debe ser objeto de socialización, generando un proceso de participación que fortalezca los puntos de vista de todos los actores sociales como sujetos poseedores y creadores de culturas.

No debemos fomentar la competitividad sino la creación. Y quien educa para la competencia no puede construir una cultura para la vida. La cultura tiene que comprometerse con la dignidad e identidad de un pueblo sin afectar su espíritu, sentido y pluralidad.

La Chuana es un mito actuante presente en nuestra cotidianidad, es el reencuentro con los ancestros.

¿Cómo es la forma de lo ancestral? ¿Cuál es la forma de mito? La serpiente emplumada, el rostro que se transforma en venado, la montaña que disimula el ancho y voluptuoso cuerpo de una doncella, el agua donde brilla el ojo de la princesa que se despide. Semilla raíz, tallo, en esta forma de los orgánico, la ciencia occidental no ha destruido la magia del ensueño que se llama Chuana, la leyenda donde cosas, rostros se metamorfosean una y otra vez.

No hay ningún Festival de Gaitas en el universo que se pueda comparar con el de Ovejas; Ovejas tiene el Festival de los Festivales. Y lo más importante en este Festival es el ambiente, es Ovejas sedienta de GAITA, poseída de GAITA. La cordialidad espontánea y el calor humano de los ovejeros son proverbiales, y ahora que se unen en un ideal divinizado, sumen al público congregado en la Plaza Principal en una confraternidad embriagadora.

Trabajadores de la cultura: cuando queráis ser aplaudidos, ovacionados, valorados, festejados, consentidos, mimados, admiradores y amados, id a Ovejas a disfrutar de esta integración histórica que le rinde culto a lo nuestro.

Por último, en un momento memorable de su vida, el insigne e inolvidable maestro Jorge Rojas expresó: “Siempre habrá poesía”, y nosotros sin temor a equivocarnos podemos afirmar que “Siempre habrá gaita, ella teje nuestra historia”.

EN LA TIERRA DE LA GAITA SUENAN NOTAS DEL CARDÓN (1995)

Y al compás de gaitas, maracas y tambores late el corazón de los ovejeros


Por: Tino Tabeada G.


San Jerónimo es una prolongación de la Cordillera Occidental de los Andes, al entrar a los departamentos de Bolívar, Córdoba y sucre. En las inmediaciones de éste último, presenta su máxima altura llamada los Montes de María, que llega a unos seiscientos metros en la Loma de la Pita, donde se encuentra la repetidora de la televisión nacional para la Costa Atlántica.


LOCALIZACIÓN Y LÍMITES
En esta prolongación y a 227 metros de altura sobre el nivel del mar, está situada Ovejas, con el clima agradable de la sabana tropical. Limita por el norte con el municipio de El Carmen de Bolívar, por el sur con el municipio de San Pedro y parte de Los Palmitos, por el oriente con el municipio de Córdova (departamento de Bolívar) por el occidente con los municipios de Chalán, Los Palmitos y parte de Colosó.


FUNDACIÓN
Fue fundada por el Capitñan Antonio de la Torre y Miranda, quien recibió orden expresa del Gobernador de Cartagena de Indias, don Juan Torresal Pimienta, para fundar algunas poblaciones en las tierras ocupadas por los caciques Tarra y Tarroy, Vilú y Chorroy, cuyo súbdito fueron después encomienda de doña Matía González y Galápago.

En documento fechado en 1784 De la Torre y Miranda, en 1776, reúne a las familias Blancas y Zenúes, dispersas en la región para fundar a Ovejas, tal como lo describe en una carta: “… en dicho camino, en el paraje que está próximo a las Sabanas de Tolú, fundé una población con el nombre de San Francisco de Asís, le delinié el día 2 de Junio de 76, repartí solares a 78 familias…”


SU NOMBRE
Hay varias hipótesis acerca del nombre: según la primera se cree que el nombre San Francisco de Asís vino como una reafirmación a la amistad que tuvo el colonizador, durante su permanencia en Cartagena de Indias, con el obispo de esa diócesis Fray Jospeh de la Madrid, religioso de la orden Franciscana.

La segunda cuenta que fue por la cantidad de nubes blancas que rodeaban los picos de los Montes de María, al observarse parecía un rebaño de ovejas.

Y otra versión menos crediticia, dice que una hacienda llamada la Oveja, que era conocida como Catarrapa, habitada por la gran familia Zenú –Mucana, donde se criaban chivos y ovejas para el consumo de la región.


EXTENSIÓN Y JURISDICCIONES
El municipio tiene una extensión de 463 kilómetros cuadrados, en un territorio bastante quebrado, donde las principales calles se encuentran pavimentadas gracias al esfuerzo de algunos mandatarios. Tiene una población aproximada de 31 mil habitantes. Los barrios con que cuenta la cabecera municipal son: La Bomba, Sagrado Corazón de Jesús, El Campito, La Bastilla, Las Flores, Sector Central, La Paz, La 14, El Bolsillo, El Coso, El Curato, Sector Concepción, Calle Nueva, San José, Los Manguitos, Plaza de la Cruz.

Tiene a cargo de su jurisdicción los siguientes corregimientos: Canutal, Canutalito, Chengue, Don Gabriel, El Floral, Flor del Monte, La Peña, Pijiguay y San Rafael. Caseríos: Almagra, Damasco, El Palmar, Loma del Banco, Oso, Salitral, Santa Rita, El Zapato, Los Números, El Tesoro, Bajo Grande, Centro Mula, La Chabela, El Páramo, Medellín y Nueva Colombia. Veredas: Money, La Europa, Pedregal, El Charcón, San Francisco, Alemania y Los Andes.


MONUMENTO A LA CRUZ
Cuenta la leyenda, que la señora Ángela Vásquez, devota de la Santa Cruz, se reunión un día cualquiera de 1853 con la señora Domitila Galán de Taboada, y entre las dos se acordó eregir un monumento en una pequeña placita, en honor a la Santa Cruz. Doña Domitila que era oriunda de la Villa de Santa Cruz de Mompox, se llenó de entusiasmo y acordaron poner en manos a la obra para que esto fuera una realidad.

El monumento se construyó y los moradores de la población le rendían veneración a la Santa Cruz especialmente el 3 de mayo, donde se daban cita las personas de toda índole prendiendo velas, rezando y al final se iniciaba la cumbiamba hasta amanecer.


LA MARÍA
No se sabe a ciencia cierta a que se debe este nombre con el que se conoce uno de los ramales de los Montes de María. Lastimosamente poco se conserva de este hermosa colina, desde donde se divisa la población y que fue ocupada por las Misioneras Teresitas en 1935. todo ovejero que identifique su tierra recuerda siempre su nombre. Hoy sólo existen las huellas de unas escaleras deterioradas por el tiempo y un nombre: LA MARIA.


COMUNIDAD RELIGIOSA Y EDUCATIVA
En enero de 1809, llegó el Padre Juan José de Villanueva, primer sacerdote cuando la costumbre y la tradición de sus moradores habían convertido en ley el nombre de Ovejas.

En esa fecha se encontraba construida una rústica iglesia de madera. Don Enrique Taboada, hizo traer de España la imagen de San Francisco de Asís, que aún se venera en Ovejas.

Otros prelados procedentes de Cartagena visitaban con frecuencia la región y fue en forma definitiva cuando en 1932 llegó a la población el padre Vicente Caviedes (1903-1977) quien hizo traer en 1935 a las Misioneras Teresitas, comunidad recientemente fundada por Monseñor Miguel Ángel Builes (1888-1971), en Santa Rosa de Osos (Antioquia) y quienes fundaron el Colegio De Santa Teresita para mujeres y el Niño Jesús para varones.

Con la desaparición de estos colegios, más adelante se crearon dos centros educativos de enseñanza secundaria: El Colegio nacionalizado de Bachillerato “Gabriel Taboada Santodomingo” y el Liceo “Vicente H. Caviedes”. Y las siguientes escuelas de educación primaria: Escuela María Montessori, Escuela Urbana Santa Rosa de Lima, Escuela Urbana San Juan Bautista, Escuela Urbana de Varones, Escuela San Francisco de Asís, Escuela Urbana Alianza para el Progreso. Además la guarderías San Francisco de Asís, Chiquitín, Hogar Don Bosco, jardín Infantil Niña María y otros.


VÍAS DE COMUNICACIÓN
Ovejas está unido a todo el resto del país a través de la carretera Troncal de Occidente. Dista de Sincelejo aproximadamente 45 minutos y dos horas y media de Cartagena, además cuenta con carreteras que lo unen con Chalán, Colosó, San Pedro, Magangue, Sincé y Galeras. Con su lema: “Ovejas, fácil de llegar, difícil de olvidar”, demuestra su facilidad para llegar de cualquier rincón de la patria.


ECONOMÍA TABACALERA
El cultivo del tabaco se generó en toda la región, gracias al impulso que le dio don José María Pizarro (1870), filántropo tolimense, quien enseñó todas las técnicas para el cultivo de la hoja, lo que motivó la creación de las primeras fábricas de cigarro, tipo exportación. Entre ellas sobresalieron: “Cubita” de Hijos de Alejandro García; “Competidora” de Arango Hermanos y “Flor de Colombia” de Don Samuel M. Aduen.

También se organizaron pequeñas fábricas denominadas fabriquines, cuyos cigarros, de elaboración doméstica, vendían a las principales factorías, generando fuentes de ingresos para los ovejeros.

Hoy la economía tabacalera está en decadencia. Las mencionadas fábricas hace mucho tiempo desaparecieron, dejando sin trabajo a miles de operarios. Ahora, solo en el segundo semestre de cada año, que es la época de la cosecha, se recoge la hoja y se procesa, ocupándose en ello un número limitado de personal, especialmente las mujeres, para alise, desvene y empaque del tabaco.


SUENAS NOTAS DEL CARDÓN
Cuenta la tradición de los indígenas Zenúes, Arhuacos, Caribes y Farotos, que ocupaban la región, hacían sonar un instrumento llamado chuana o gaita, fabricado del cardón, planta de la familia de cactus, con una pulpa propia que es su columna vertebral y que se encuentra en cualquier patio de una casa. Sólo basta arrancar del suelo el cardón, cortarlo a unos 80 centímetros, pelarlo y extraerle la pulpa con una varilla caliente, haciéndole un orificio en la parte inferior. Si la gaita es macho sólo se la hace uno, y si es hembra se perforan cinco agujeros. Entre unos y otros debe existir una distancia de seis centímetros.

La cabeza de la gaita se fabrica preparando una mezcla de carbón vegetal molido, revuelto con cera de abeja verde. Con esta masa negra se elabora la cabeza en forma de cóndor. En la punta del cardón, ya pulido, se coloca dentro de la cera la parte gruesa de la pluma de pato o pavo, de aproximadamente tres centímetros. Su duración es ilimitada, todo depende del trato que le dé el dueño.

Los indios la hacían sonar en los rituales, invitaban al culto de sus dioses o llamaban las lluvias, según sus ideas. Confirma lo anterior el hallazgo en el Caserío del Almagra (Ovejas) de dos figuras de oro; una muestra indígena, joven aún, con sombrero; semejante al vueltito, ejecutando la gaita. La otra figura muestra un aborigen con las manos sobre la boca aferrado a una ocarina.


FESTIVAL NACIONAL DE GAITAS
Desde hace once años esta música es rescatada con el concurso de gaitas, organizado por el Festival Nacional de Gaitas, que anualmente se celebra durante cuatro días, en el mes de octubre, para conmemorar las festividades patronales de San Francisco de Asís. En ella participan gaiteros campesinos, estudiantes, profesionales, gente joven y adulta y en general todos los aficionados a esta música ancestral.

Para competir en él, los concursantes, además de la gaita, pueden ejecutar porros, cumbias, merengues, en gaita corta y larga, en las categorías profesionales o aficionados. Además concurso individual de gaita macho, gaita hembra, acompañados por los tambores.

También toman parte en el concurso de la Canción Inédita, destacados compositores de diversas regiones del país, quienes envían sus temas y son sometidos a la decisión del jurado. Se presentan también parejas de bailadores y decimeros.

Existen en la población varias Escuelas de Gaita y numerosos grupos, entre los cuales destacamos: Tumbaga Tambó, Tumbalí, Sones Autóctonos de Mancomoján, Cumbiamberos Campesinos, Flor Sabanera, Semillas de Cayetano, Son Vilú, Proyecto Logística, Pitufos, Takaritampú, Hermanos Martínez, Auténticos de la Gaita, Escuela de Gaitas Ovejas, Los Genuinos, Diosas del a Gaita, Palma Caliente, Grupo Pitahaya y otros, quienes hacen vibrar, al compás de las gaitas, maracas y tambores, el corazón de todos los ovejeros y visitantes al festival.


BIOGRAFÍA

Cohen, Silvio. El Heraldo, Barraquilla, 1989
Chamorro Marimón, Ángel. Manuscritos, 1989
Cohen, Silvio. El Heraldo, Barranquilla, 1989
El Universal, Cartagena. Octubre 1989
Figueroa, Celmira. Diario del Caribe, 1989
García, Rita Taboada de. Información Personal, 1995
Mercado Tinoco, Pedro. Revista 5º Festival Nacional de Gaitas, 1989
Revista 5º Festival Nacional de Gaitas, 1989
Taboada G., Dr Ignacio. Información Personal.
Vides Feria, Jaime. El Universal, Sucre 1989.

DE FRANCISCO “PACHO” LLIRENE A ENRIQUE ARIAS (1995)

Por: Lic. Arcadio Rodríguez Barrios


Al citar en éste escrito a estos dos célebres personajes puede afirmarse que la historia ha sido benévola con Ovejas en lo referente a tradiciones musicales. Francisco y Enrique: EL primero un mago del tambor; el otro, un tocador de gaita hembra. Es Pacho uno de esos personajes incógnitos que casi nadie sabe de donde vino, quien fue, que hacía, después del oficio del tambor, pero era el mismo “diablo” para ejecutarlo. Enrique, reconocido actualmente dentro de la historia del festival como gaitero, pero de los gaiteros viejos. ¿Qué tiene ENRIQUE ARIAS, que ver con el Festival? Es el homenajeado.

No es simplemente para exaltar sus cualidades producto ya de un ancestro; no es simplemente un personaje de la historia para después caer en el olvido; los grandes personajes son reacios a banquetes y brindis. ¿Qué hay en FRANCISCO LLIRENE? Es el símbolo del acompasamiento perfecto, de mano endurecida y callosa como el típico tamborilero que llama al baile en plena madrugada, el hombre que hace eco con la percusión y sigue siendo el repetidor y maestro de tamborileros. El más armonioso eco a través de los tiempos. Los dos son como héroes característicos de los poemas épicos. Son luchadores defensores del folclor, representantes de todo un pueblo, son casi invulnerables en su oficio. Con PACHO, solo los que entienden interpretan su mensaje; los otros bailan como hipnotizados. Con QUIQUE, cada gota de lluvia se contornea cuando suena su botella, no su gaita. Como seres endiosados, dicen que atrae y habla con la lluvia en tiempos veraneros. Con personajes así, la música gaitera se reirá por siglos y siglos; con personajes así, se revive la nostalgia. Solo los grandes del festival son perennes como joyas literarias.

OVEJAS, CORAZÓN Y FLOR DEL FOLCLOR (1995)

Por: Wilson López Tovar


Cuando se habla de Ovejas, viene a la mente gaita y su festival, del mismo modo cuando se habla de gaita y folclor, es imprescindible hablar de este municipio Caribe tabacalero. En esta época vestibular del Festival Nacional de Gaitas, comenzamos los ovejeros a dar la bienvenida a todos los colombianos, para que se compenetren con la historia cultural de este municipio; historia que hemos venido escribiendo capítulo a capítulo, festival a festival, años a años, hasta tener un lugar conquistado en la conciencia artística y cultural del país. Este peso se hace sentir en uno de los eventos más queridos de los colombianos, “El Festival Nacional de Gaitas”.

Ovejas, hoy ha escalado su propia identidad folclórica y cultural, posee un riquísimo acervo de valores artísticos y culturales diseminados a largo y ancho de toda la multifacético región de los Montes de María.

Para los ovejeros, hay mil y tantas cosas innominadas que lo atan a su pueblo y le llenan el corazón de recuerdos y cariños de las patria chica, también hay otras cosas con nombre propio con historia propia con público propio entre ellas está las Ruedas de Gaitas, los Primeros Tragos, Las Primeras Puyas y los Primeros Porros y todos estos sonidos… de gaita y tambores que se escuchan con el pecho y sienten en la piel, son las emociones de esos hombres y mujeres reflejadas en sus piernas y en sus manos, vibrantes en sus cuerpos, arrancando esa angustia oscura saludable y de íntima añoranza, donde vigila el alma dulcemente salvaje de la vibrante raza que caracterizó esta región en el último siglo húmedo de notas, de tristeza y alegrías, festejos y frustraciones que tomaron voz en las melodías de las gaitas, que nos recuerdan con orgullo que somos ovejeros y que estamos aún tejiendo parte determinante de la historia cultural de Colombia.

EDITORIAL (1996)

Por Ingrid Severiche


Desde ya cuando todavía faltan semanas, días, horas, minutos y segundos para dar inicio a una versión más del Festival nacional de Gaitas “Francisco Llirene”, edición Toño Cabrera, a partir del 11 de Octubre, el pueblo ovejero alista todos los preparativos para esperar las melodías y mensajes de los gaiteros, una vez más éstos se hagan presentes en la tarima central.

Es como un sueño. Es una realidad fantástica que cabalga en un legendario potro adornado de jolgorio, bailando entretenidamente por toda la paradisíaca región de los Montes de María.

La naturaleza, la misma dama de las tonalidades verdes, ha comenzado a reverdecer, pero mucho más allá del verde natural.

Debe ser como especie de pasión indescriptible que se ha instalado en toda su enorme geografía cada vez que se escucha un aire melódico que se desprende de una popular gaita, un instrumento que desde muchos años logró convertirse en leyenda y luego en himno por el mensaje sui géneris que le dieron sus principales exponentes.

El calendario avanza inexorablemente y la fecha se acerca con mucha devoción y locura. Es un frenesí que resbala en todas las direcciones.

Un día de estos y de pronto en la versión XII del Festival Nacional de Gaitas, nuevamente los pajaritos de colores ingresarán hasta la euforia colectiva del evento para demostrar su alta dosis de afición por la singular gaita.

Seguramente será una fiesta que quedará registrada en la memoria de los asistentes, no tanto por el espectáculo sino por la misma calidad de invitados como el dios Apolo y la musa Euterpe, que otra vez han reservado balcón, pero para laborar como jurados. Ojalá el aroma de las matas de tabaco sea el imán para atraer espectadores de toda Colombia, para que asistan en masa a la población de Ovejas, en del departamento de Sucre, una tierra de gente trabajadora, pujante, honesta, creativa, y que respira, sobre todo, alientos de paz en todo su ámbito.

¡Te Esperamos…!

EL VIEJO TOÑO CABRERA: O LA DULCE INSPIRACIÓN DE SER GAITERO (1996)

Por Rafael Navarro G.



LA VISIÓN

Por los ojos de Ayda pasó momentáneamente un halo de vivacidad y en su rostro de honda melancolía se asomó una sonrisa, cuando apareció desde las sombras de un decrépito laurel en la esquina del callejón, la figura menuda e indefensa de su suegro.

A sus 87 años, “El Viejo Toño” es capaz de reconocer desde cualquier distancia todo cuanto se le atraviesa en el camino; por ello, antes de llegar a la terraza donde se le esperaba, ya traía dibujada a flor de labios una sonrisa de complaciente bienvenida.

Su sola presencia cargada de una inmensa paz interior de patriarca solitario, hace que quienes estén a su lado se sientan bajo la protección del abuelo bonachón que tiene tantas cosas para contar, que ya no se mantiene en su casa, sino que sale a todas las esquinas del pueblo a mostrar que aún anda vivo entre la gente, con la imponencia y la energía que envidiaría cualquier joven de 25.



SUS INICIOS

El Niño Dios de Bombacho, es un pedazo de piedra, que según cuentan, fue encontrada por una lavandera en el brocal de un “pozo de agua llorá”, que más tarde fue tomando la figura de un niño, era venerada en todos los rincones de la sabana de Sucre y Bolívar, ofreciéndosele por manda, largas e interminables noches de gaitas y ron ñeque. En ese escenario fueron muchos los amores consumados, las borracheras de adolescentes primerizos y también el inicio de Antonio Cabrera en el oficio de gaitero.

Tendría 15 años cuando en una de esas parrandas solemnes ofrecidas a la imagen en la finca Mula, tocó por primera vez en público; era tan joven como el siglo y desde entonces recorrió toda la geografía costeña sonando el pito en cuanta fiesta hubiera en los alrededores del río o de la ciénaga, en la montaña o en las sabanas, en los montes o en los pueblos.

Abelino Yepes, su compañero, le había enseñado también los artilugios del aparato y por esa misma curiosidad que ha hecho grandes a todos los gaiteros, el viejo Toño los aprendió en un abrir y cerrar de ojos, como lo reconoce él mismo. Para entonces no pretendía sino gozarse los parrandones y matizar así los ajetreos diarios de las labores del campo.


GOLPE E’ …

Conversar con él y no tocar el tema de sus composiciones es perderse una cascada de historias que hacen parte de las vivencias, no sólo suyas sino de toda su generación y los de su oficio con rasgos vagabundos. Travesía Palenque, Bajando el Magdalena, cuando me fui de Ovejas, son las que más recuerda, y por recato, o porque entre los dos estaba una compañera periodista, se abstuvo de mencionar una, que mi insistencia le hizo recordar con lujo de detalles.

- Don Antonio, y su otra canción, Golpe de …
- ¡Ah sí!... sí…, -interrumpía, como impidiendo que terminara la frase.
- Sí, esa canción, ¿Cuál es su nombre completo y por qué?
- Bueno, es un nombre curioso que llama la atención de todos…
- La amiga que nos acompañaba ante el regateo que teníamos los dos, quiso descifrar el misterio y se aventuró a preguntar, con la seguridad de que no se negaría a responderle.
- ¿Cuál es el nombre de la canción, señor Toño? -Inquirió-
- El viejo se compuso por tercera vez el sombrero quinceano que llevaba puesto, se jaló la manga de la camisa, declinó un poco la mirada y con una sonrisa, entre pícara y esquiva respondió sin más preámbulos:
- ¡Golpe e’ chácara, se llama!
- Por un momento la amiga cambió su rostro a un tono rojizo y todavía sin saber donde poner la cara, escuchó la explicación precisa.
- Esa canción la hice poniéndole atención al ruido que hacían las chácaras que una vez le eran cortadas al toro, se ponían a secar, se les colgaba una jícara y se cogían para echar cosas… hacían algo así como clac, clac, clac… ¡No es lo que los malpensados imaginan! –enfatizó sonriente-



LAS CORRERÍAS

La inmortal Mica Prieta, Macorina, Chispa Candela y El Magangueleño, eran las canciones por los años 20, 30, 40 o 50, mandaban la parada en los fandangos con música de gaita. Eran, por llamarlas de alguna manera, las piezas obligadas para los iniciados en el oficio, y Antonio Cabrera las había aprendido a dominar con inigualable maestría.

En su trashumancia por los caminos de la Costa conoció a los que más tarde fueron sus compañeros de conjunto: Francisco Olivera, Belsabel Muñoz, Víctor Julio y Sofanor, cuyo apellido se le ha extraviado ya en los vericuetos de la memoria.

Eran entonces los años 55 y 60, y ya casado y con los suficientes hijos -22-, para formar 5 conjuntos de gaita con todas las de la ley, realizó su más grande correría por cuanto recoveco tiene la Costa Atlántica, con la única pretensión de que los pueblos cantaran y bailaran hasta que las gargantas rompieran todos los silencios, y las caderas tullidas de moverse se rindieran con las primeras luces de la aurora…

LOS CUIDADOS DE AYDA

Ayda va y trae los tintos. Atenderlo y estar pendiente de él parece estar de más, porque a su edad se vale por sí solo en todos los aspectos, pero para ella y para sus hijos y nietos, es como si no fuera así. A todo momento le buscan, le interrogan por si algo le molesta, y se preocupan infinitamente por sus nostalgias seniles.

- Le pregunté, “¿Hoy, que le duele?”, -me dice su nieta Tania, la que no sólo ha heredado su habilidad para tocar la gaita, sino para cantar-, y él respondió: “En el cuerpo nada, pero tal vez mi corazón tenga muchas razones para estar dolido”.

- Son 30 años de estar solo-, manifiesta, para significar el lapso transcurrido desde el fallecimiento de María Asunción, su compañera de toda la vida; y a sus ojos, donde ya la quimera y el desasosiego han decidido pernoctar para siempre, se asoma la huella de un hondo pesar que ha sido sobrellevado con un ejemplar estoicismo.

Este año, en justo reconocimiento a esa vida que aún anda dejando alegrías entre los hombres, el Festival Nacional de Gaitas de Ovejas –su tierra natal- le ofrece el mejor homenaje, al bautizar la XII edición con su nombre.

- es lo mejor que me han podido hacer, yo me siento contento –dice-, sin el menor asomo de presunción; luego, mira sigiloso hacia el interior de la casa, y, como por comunicación telepática inmediata, Ayda penetra en la estancia para recoger los pocillos vacíos.

LA INFANCIA, LA PROVINCIA Y LA PASIÓN DEL CINE (1996)

Por Jairo Mercado Romero


A Rogelio Echeverría:

No me sorprende si el cinematógrafo y el fonógrafo resulten los inventos más revolucionarios desde el advenimiento de la escritura y la imprenta; es más, aún más revolucionarios que ambas, ya que el número de los que saben leer es reducido y más reducido aún el de aquellos que entienden lo que leen.

Bernard Shaw, 1915.



Yo digo que el siglo veinte sólo llegó efectivamente a las Sabanas de bolívar por los días en que la gente se aglomeraba para ver imágenes animadas proyectadas desde una máquina sobre la superficie de un telón. Para ese público que escasamente conocía la fotografía y que acaso había oído mencionar el fonógrafo, el cine era un espectáculo del otro mundo. Por una parte, estaba llamado a conquistar más públicos que el libro y el periódico, incluso que la radio, porque aquellos necesitaban de lectores con cierto grado de instrucción escolar y familiarizados con la palabra escrita y ésta exigía al menos en casa de un aparato receptor. En cambio para acceder al cine, el arte más democrático y revolucionario inventado por el hombre, bastaba pagar unas monedas y disponer nada más que de unos ojos para ver y unos oídos para oír.

Fue entonces en los años veinte y treinta cuando ingresó el siglo veinte, con notorio retardo, a los pueblos del que es hoy el Departamento de Sucre. Los primeros proyectores debieron llegar de Estados Unidos y Europa al puerto de Tolú o a Barranquilla y desde allí nos llegó a través del río Magdalena, y los municipios en donde se exhibieron las primeras películas de cine mudo fueron sin duda Sincelejo y Corozal. Por informes recogidos de Luís Eduardo Díaz, se sabe que en este último don Ismael Pérez, en 1925, proyectaba cine en el patio de su casa y que en 1944, Julio Corena establece en este mismo pueblo el cine parlante en el patio de la Casa Consistorial, en el mismo sitio donde se levantó algunos años después el Palacio Municipal. La función de estreno de esa sala fue la película mejicana Corazón Bandolero. En Sincelejo, por iniciativa del rico filántropo don Enrique Castellanos Abreus, ya funcionaban por la misma época los teatros Palatino y Dorado.



EL TEATRO OVEJAS

En Ovejas, la primera sala de cine se inaugura en 1936, casi al frente de la casa Consistorial, en un solar comprado a don Valentín Pión y Lola Mendoza de Pión, aledaño a la casa de los Tabeada Baloco. La película con que se estrenó la sala fue Monja casada virgen y mártir, del director de cine mejicano Juan Bustillo Oro, un filme salido de Producciones Alcalde apenas un año antes. El guión cinematográfico era del mismo Bustillo Oro, basado en la novela de igual nombre del también mejicano Vicente Riva Palacio (1832-1896).

Las figuras estelares del filme eran, en su orden, Consuelo Frank, Joaquín Busquets, Julio Villarreal, Antonio Frausto, Helena D’orgaz y Carlos Villatoro.

Monja casada virgen y mártir no constituía ni mucho menos un agravio a la iglesia católica y si que tampoco ofensa a la moral religiosa de los buenos feligreses de Ovejas. Era una historia de tono folletinesco y melodramático que recreaba una leyenda colonial, a la manera de las tradiciones de Ricardo Palma y a las crónicas santafereñas de J. M. Cordovez Moure. Sin embargo, en el sermón de la misa mayor, el siguiente domingo, el padre Vicente H. Caviedes –que un año antes había abierto en Ovejas una sede de las misioneras Teresitas, gobernadas por Monseñor Miguel Ángel Builes-, se pronunció indignado contra la burla al celibato y a la castidad de la vida conventual y se manifestó, inspirado en una carta pastoral del obispo de Santa Rosa de Osos, de febrero de 1929, contra la máquina diabólica del cine.

En adelante le quedaba terminantemente prohibido asistir al Teatro Ovejas a su rebaño municipal. Y con la invitación al rezo vespertino del Angelus, todas las santas tardes de su ministerio parroquial, extendido por lo menos hasta 1946, sin siquiera darse la molestia de averiguar el título de la película, derramaba sobre los cuatro puntos cardinales del poblado las tres recias campanadas que en el código de su curato traducía: “prohibida para todos”.

Pero, a pesar de la censura del padre Caviedes, cuyos criterios cinematográficos se regían por el listado inquisitorial que traía todos los meses El Mensajero del Corazón de Jesús, el público colmaba noche a noche el tablado rudimentario del Teatro Ovejas. Hasta que en la década de los cuarenta un destacado empresario antioqueño de apellido Tobón, levantó en una esquina más debajo de la Casa Consistorial, en estilo arquitectónico funcional y moderno, el Teatro Granada.


EL TEATRO GRANADA

EL Granada constaba de u despejado cuadrilátero, con altas paredes de concreto y piso encementado, disponía de dos taquillas y de una pequeña torre de proyección y pantalla fija también de concreto y en los tres niveles escalonados del palco, la luneta y la galería, cabían holgados poco más o menos quinientos espectadores. El palco era cubierto, estaba amoblado con butacas confortables y desde allí se dominaba la perspectiva del espacio teatral. La silletería de luneta era metálica y en galería, en vez de sillas, el público popular se sentaba en incómodas bancas de madera.

De todas maneras la función tenía que darse invariablemente en horarios nocturnos, porque aquél era un espectáculo al aire libre y bajo el silencio de las estrellas. Lo cierto es que la misma película era vista al mismo tiempo por gentes de los tres niveles sociales que integraban el conjunto social de la población y, obvio, pagando precios diferentes. A Perrata (con ese nombre se designaba la galería) iba al pueblo llano, a la luneta el medio pelo y al palco los blancos o clase adinerada. Claro que, a la hora de la verdad, a nadie se discriminaba por su extracción de clase o de color y cada quien elegía la localidad de acuerdo con su capacidad de pago.

Y ahora que me acuerdo. Ni siquiera había discriminación por edades. A pesar del padre Caviedes, y después de padre garcía y del padre Gómez Alzate, las películas eran para todos los públicos. Los sábados y los domingos se ofrecían funciones de estreno y entre semana se repetían las del sábado y el domingo, a menor precio y con gancho, es decir, entraban dos personas con el mismo tiquete. Las películas que hacían felices al público menudo no eran propiamente las de argumento o de dramas pasionales, sino las de suspenso y terror, del tipo El misterio del rostro pálido y las series como Los peligros de Noika, cuya calidad medíamos los muchcahos por el número de rollos y por la cantidad de escenas “a puño limpio”.


EL DESLUMBRAMIENTO DEL CELULOIDE

El cine, sin más, nos sacó de la edad media, o de una larga siesta colonial, y nos instaló sin querer en el mundo contemporáneo. A partir del cine empezamos a ser contemporáneos, es decir, a vivir en el mismo tiempo del resto de países y de hombres del planeta. Desde entonces lo ajeno se vuelve propio, aunque por el hecho de que el mensaje venía en una sola dirección, lo nuestro no fue compartido por los centros de donde provenía el mensaje: México, Buenos Aires, Madrid, Hollywood, etc. Y para bien o para mal, las costumbres de nuestros semejantes cubanos, mejicanos, argentinos, españoles, estadounidenses, empiezan a ser, de alguna manera nuestras costumbres. A través del celuloide nos llegó con el sobrero ladeado y la sonrisa esteriotipada de del Gardel, el tango, y con el tango Hugo del Carril y con del Carril los compadritos y matoneros de los arrabales de buenos Aires; y con el uniforme de charro, la doble pistola en la cintura y las cananas cruzadas sobre el pecho, las canciones de Jorge Negrete, Pedro Infante, Luís Aguilar, el melodrama sentimental –tipo Las abandonadas, Madre adorada, las huerfanitas, Nosotros los pobres, Aventurera-, pero también las imágenes tan sangrientas como machistas de la revolución Mejicana –El compadre Mendoza, Vámonos con Pancho Villa, Flor Silvestre- alternadas con las del cine español de cupleteras, chulos, manolas y torerías.

Con el cine vino a la aldea ensimismada el deslumbramiento de la vida de las grandes ciudades, la explosión del progreso, el estruendo de las máquinas y la miseria y la epopeya diaria de sus habitantes, lo mismo que Buffalo Hill, Tin McCoy, Hoppaloon Cassidy, El Llanero Solitario, los héroes de nuestra infancia, que por dondequiera que pasaban dejaban montoneras de cadáveres de indios y aldeas enteras arrasadas, mientras nosotros acallábamos con nuestros aplausos el indio que llevábamos por dentro; y vino así mismo Tarzan, el rubio altruista, encarnación moderna del buen salvaje americano -¿El eterno mito del yanki justiciero?- que defendía a los negros buenos y apaleaba a los negros malos, y a los niños de entonces nos daba igual, porque lo de menos era hacer conciencia del negro que llevábamos repartido por todo el cuerpo y lo verdaderamente importante era el culto de la fuerza y del superhombre blanco que renunció a la vida civilizada de la ciudad para hacer el bien a sus indígenas de la selva.

El público vibraba con el protagonista masculino a quien, cualquiera que fuera su edad, le daba el título familiar de “muchacho”. Lo animaba en los combates cuerpo a cuerpo, sufría en voz alta sus derrotas y lo felicitaba con sonoros aplausos en la victoria. Si el enemigo lo sorprendía por la espalda, le avisaba; si había que estimular al amante timorato en la escena de alcoba, estallaban las voces de incitación en el silencio de la sala. Y como se trataba de una función a cielo abierto en la que los asistentes fácilmente se identificaban unos y otros y no una cámara oscura a salvo de los ruidos del mundo exterior, el cine tenía más de acto social que de acto de intimidad. Si, por ejemplo, se reventaba la cinta, en ocasiones se armaba la tángana en el público y llovían insultos contra la pobre progenitora de Falcón, si se trataba del Granada, o contra la de Balso –así lo apodaban-, si se trataba del Teatro Luz. Porque eso era el área del cine, una sala con toda la parentela congregada. Nunca faltaba el chispazo oportuno, el apunte ingenioso, de modo que cuando terminaba la película, además del deleite del espectáculo, el espectador regresaba a la realidad de la calle con el gozo adicional de estar de vuelta de una divertida reunión de familia.

En Ovejas no faltaba quien se puliera los bigotes a lo Jorge Negrete, quien imitara la retórica frondosa y rotunda de Arturo de Córdova, quien hablara con el cigarrillo colgándole de los labios como los bandidos que aparecían en las películas de Juan Orol; incluso, hubo por ahí un loquito –le decíamos Chepo-, que pretendía hacernos creer que mantenía correspondencia amorosa con la actriz mejicana Chela Campos. Tal era el grado de internalización y de la a veces patológica familiaridad de la gente del montón con los artistas del celuloide.


EL TEATRO LUZ

En los días que siguieron a la muerte del caudillo liberal jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, el señor Tobón fue asesinado en Sincelejo. Sin embargo, el Teatro Granada, gerenciado por don Miguel Zota, no experimentó aún su período de decadencia. Al contrario, en los años cincuenta enfrentó la competencia del Teatro Luz, sala del peor gusto arquitectónico que abrió en el Barrio Arriba don Julio Palencia, un hombre sin ninguna preparación escolar, pero con excelente olfato para los negocios. La película con la que se estrenó el Luz fue La Reina de la opereta, cinta mejicana que tenía en su repertorio a la actriz colombiana Sofía Álvarez. La película de estreno parece que hubiera marcado la vocación mejicana del Teatro Luz. En seguida, en los años que se mantuvo abierto, ahí se proyectaron Ay Jalisco no te rajes, Los tres García, Callejera, Angelitos negros y Escuela de vagabundos, filmes que contribuyeron más a envilecer que a enriquecer el gusto de los espectadores. A propósito de don Julio, cuentan que el viejo empresario no reconocía fronteras entre la ficción cinematográfica y la realidad cotidiana, al punto que no permitía que en su cine se exhibieran películas en las que actuara Carlos Lopez Moctezuma. “Ese hombre es muy malo –decía- aquí, en mi teatro, no se presenta ese canalla!”.


EL TEATRO OKEY

Simultáneamente con el Teatro Luz, luego de que desaparece el Granada, ya a mediados de los cincuenta funcionó el Teatro Okay, en una esquina de la plaza principal, en el patio de la casa de los Taboada Baloco. El escenario del Okay era un solar al aire libre, con muebles rudimentarios, una modesta sábana a modo de telón y un viejo proyector de 35mm. El propietario era don Erich Von Heim, un anciano alemán refugiado de guerra, bastante refractario a proyectar en su sala películas mejicanas.

Por su pantalla pasaron en cambio las figuras estelares de Marlen Dietrich, Greta Garbo, Ingrid Bergman, Rita Hayworth, Charles Chaplin, Silvana Mangano, Humprey BOgart, Jeanne Moreau, Gina Lollobrigida, Sofía Loren, Marilyn Monroe. Así, pasaron por su sala El tesoro de Sierra Madre, Ladrones de bicicletas, El Halcón Maltés, Casablanca, Candilejas, Arroz amargo y Cantando bajo la lluvia. Era, claro está, un cine minoritario y para un público relativamente letrado (las películas eran de países de habla inglesa, italianas, francesas, alemanas y los diálogos venían traducidos al pie de las imágenes y de mayor refinamiento del gusto y de más agudo sentido de percepción y de crítica. El ensayo del señor Von Heim estaba de antemano condenado al fracaso en un municipio con escasas escuelas públicas y entonces sin un colegio de bachillerato en leguas a la redonda.

Con el paso del tiempo, en los cuatro decenios escasos que duro la experiencia del cine en Ovejas –en Sincelejo se sostiene precariamente y en Corozal y los otros pueblos de las Sabanas también sucumbió- el Teatro Ovejas cerró para siempre sus puertas para dar paso al Teatro Granada, y lo mismo ocurrió con el Luz, y mucho antes que se apagaran para siempre las luces del Luz, don Erich Von Heim, el buen alemán refugiado de guerra perdido en los pegujales de los Montes de María, una mañana echó en la troja de un camión la rudimentaria silletería, el viejo proyector, la plantica eléctrica cuya estridencia ahogaba el rumor del proyector y el ruido de los parlantes, y echó las latas de las películas, los marcos de los carteles y el trapo de la pantalla, y lo único que dejó tras de sí fue una nube inmensa de polvo y otra pequeña nubecita de nostalgia en el corazón de los fieles aficionados del Teatro Okay.


EL OCASO DE LA DESESPERANZA

A la pantalla gigante del cine de provincia la mató la pantalla chica del televisor. Pero no sólo la pantalla chica, sino empobrecimiento general que sobrevino con la crisis de la exportación tabacalera de los años sesenta y setenta. La inseguridad pública le echó su manito también a la muerte del cine de la provincia. Además, la producción cinematográfica mejicana entró por la misma época en una mortal crisis económica, cuando el mediocre gusto de su cine comercial empezó a perder mercado en Latinoamérica, empezando por el mismo México. De otro lado, al parecer, el gusto de los espectadores sabaneros y, en general, de la provincia colombiana, no evolucionó al ritmo de las exigencias del gran cine moderno. En todo caso, a medida que se iban encendiendo los aparatos en las casas iban quedando vacías las sillas en las salas de cine.

Nunca más, pues, volvieron la tertulias de muchachos de la parroquia a calentarse sobre si la Miroslava tenía mejor cuerpo que Nipón Sevilla o la Meche Barba, o si la Tongolele era más atrevida bailando que maría Antonieta Pons. Nunca más se hizo de la sala de cine, en plena función, un foro abierto y vivo sobre los incidentes de la película. Lástima, porque bajo su enseñanza audiovisual y debajo de su techo celestial se educaron, o nos maleducamos, generaciones de adolescentes.

La pantalla gigante debe volver a la provincia con la ampliación de la cobertura escolar y la progresiva democratización de la cultura. El cine puede ser otra estrategia en la búsqueda de la paz y del desarrollo y podría volver, pienso yo, al principio bajo la forma de una red regional de cine-clubes. Porque el show debe continuar.